En mi colegio se usaba el término “hijo de papi” para señalar a esos muchachitos insoportables que se creían con derecho a todo porque sus papás tenían una mejor condición socioeconómica que el resto, algo que no era difícil en la Colombia de los 90 y en medio de un ambiente de clase media en el que desde un balón de fútbol hasta unos tenis de marca podían hacer evidentes los abismos entre unos y otros, y eso les daba a los beneficiarios de “papi” una especie de superioridad moral basada en el clasismo histórico de nuestro país. Ahora, el problema, como estamos viendo con Nicolás Petro y hemos visto a lo largo y ancho de la historia nacional, es cuando ese “papi” es el presidente de la República y crees que puedes hacer lo que se te da la gana.
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Por supuesto, Nicolás Petro es inocente hasta que la ley demuestre lo contrario, pero el punto es que si algo nos ha mostrado la historia nacional es que los “hijos de papi” presidencial siempre resultan inocentes, casualmente.
El primer “hijo de papi” de la República de Colombia en su historia moderna fue Lorenzo Marroquín, hijo de José Manuel Marroquín, que según registran varias investigaciones era más chueco que su padre, tal vez uno de los peores presidentes en nuestra larga historia de malos presidentes. Para quienes no lo ubican, Marroquín le dio un golpe de estado no declarado al presidente Sanclemente y asumió el poder en 1902, y durante su gobierno se dio la independencia de Panamá ante la pasividad (léase inutilidad) del ejecutivo. Su muchacho, Lorenzo, fue empoderado por el taita y empezó a tener tal influencia en el gobierno, que en los registros de la prensa aparece como “el hijo del Ejecutivo”.
Lorenzo, muchacho entusiasta y emprendedor, como suelen ser los “hijos de papi presidente”, fue acusado de beneficiarse vulgarmente de la separación de Panamá, como bien recuerda Rodolfo Ortega Montero: el delfín de Marroquín habría recibido 40.000 dólares por parte de los norteamericanos, “para que su padre, el Presidente, nombrara como gobernador del Istmo a un partidario de la separación como ocurrió con la designación de José de Obaldía, muy allegado a los Marroquín, y además para que el mismo Lorenzo, presidente del Senado, lograra que este cuerpo declarara lesivo el Tratado Herran-Hay” y así promover el ambiente de fastidio entre los panameños contra Bogotá.
Marroquín hijo hizo vida de diplomático y de escritor, y nunca fue sancionado por nada, pero una vez sí fue destituido de un cargo burocrático, cuando se descubrió que, siendo delegado del gobierno colombiano en el Vaticano, cobraba para conseguirle entrevistas con el papa León XIII a las acaudaladas familias bogotanas. Por supuesto, esta destitución fue antes de qu su papá tumbara a Sanclemente y asumiera la presidencia, momento exacto en el que el “hijo de papi” se volvió intocable.
Porque el real problema para la democracia, para la justicia y para sus presidenciales padres, es que los delfines hacen el daño y luego no responden. Uno de los casos más famosos en el siglo XX fue el de Alfonso y Pedro López Michelsen, hijos del entonces presidente Alfonso López Pumarejo, quien había sido electo para un segundo periodo en 1942.
Alfonso López, joven y emprendedor abogado, representó a los accionistas colombianos en la empresa holandesa Handel y, como tal, vendió estas acciones ganándose una millonada. Claro, todo era legal y no se incurrió en ningún tipo de delito, pero es que Alfonsito era el hijo del Presidente de la República y como tal se le acusó de poseer información privilegiada sobre esas acciones que le habría favorecido en el negocio para volverse rico. Bueno, aún más rico, pues ya era “hijo de papi”.
El lío para López Pumarejo es que su némesis político, Laureano Gómez, aprovechó el escándalo de su hijo para acusarlo de corrupción tanto en el Congreso como en las páginas de su periódico, El Siglo y, para mayores dolores de cabeza del mandatario, su otro muchacho, Pedro, fue acusado por El Siglo de ser el responsable del asesinato del boxeador y expolicía Francisco Anastacio Pérez, más conocido como Mamatoco. Nunca se pudo demostrar si el otro “hijo de papi” López tuvo que ver o no con el crimen, pero en El Siglo todos los días aparecía el titular “¿Quién mató a Mamatoco?”, y entre esto y las vueltas de Alfonsito, a López Pumarejo la gobernabilidad se le salió de las manos y terminó renunciando a la presidencia en 1945.
Por si no tienen en cuenta, Alfonsito era Alfonso López Michelsen, quien luego llegaría a ser presidente de la República en 1974, a pesar de ese escándalo de juventud, y que hoy es recordado como un gran estadista a pesar de que durante su gobierno tuvimos el peor paro nacional hasta ese momento, la inflación destruyó la economía, explotó el narcotráfico y, obviamente, sus hijos protagonizaron un escándalo de corrupción que la fama de su apellido trató de ocultar con el tiempo.
El mítico Lucas Caballero Calderón, Klim, maravilloso columnista y humorista político de la época, denunció cómo Juan Manuel López, hijo de Alfonsito y nieto de Alfonso, había comprado una finca en los Llanos Orientales, ‘La Libertad’, que casualmente se iba a ver beneficiada con la construcción de una carretera que pasaba por sus predios lo que aumentaba su valor considerablemente. Todo muy casual, por supuesto.
Klim también denunció cómo el otro hijo de López Michelsen, Felipe, que resulta que era su secretario privado (“el hijo del Ejecutivo”), se había ganado un contrato como analista del mercado de futuros de café para la Federación Nacional de Cafeteros en pleno boom cafetero. Nada ilegal, por supuesto, pero justo en plena bonanza cafetera y con la ventaja de conocer información privilegiada, en fin, casualidades... Como el uso particular del avión presidencial por parte de los hijos de López Michelsen, otra denuncia de Klim, quien terminó saliendo de su columna en El Tiempo por petición del presidente que, irónicamente, aún sigue siendo considerado el gran estadista colombiano, una idea fácil de vender cuando tu hijo Felipe es el dueño de la revista más poderosa del país. Por si acaso, sí, se trata de Felipe López y de Semana, la cual vendió hace poco al Grupo Gilinski.
Muchos años después otro hijo de Alfonsito y nieto de Alfonso, Alfonso López Caballero (Alfonso tercero, “hijo de papi” y “nieto de papi”) junto a su hermano Juan Manuel (¡otra vez!) solicitó ante el Incora un trámite rutinario de titulación de un hato ganadero en los llanos del Casanare. El pequeño detalle es que la junta directiva del Incora la presidía el mismísimo Alfonso tercero, el flamante MinAgricultura de César Gaviria (cuyos hijos eran niños durante su mandato y por eso no hay escándalo, aunque con los años el expresidente ha tratado de meter a Simón en todo lo que ha podido). El escándalo fue llamado “La Libertad II” y, obvio, no pasó nada, pues el entonces ministro demostró que no había hecho nada ilegal. Como ya les dije, la casualidad es una constante para los hijos de presidentes.
Fue una casualidad que desde la Secretaría Nacional de Asistencia Social (Sendas) la hija de Gustavo Rojas Pinilla, María Eugenia Rojas, fuera acusada junto a su esposo Samuel Moreno (sí, los papás del homónimo exalcalde de Bogotá, tal vez el único “nieto de papi” presidencial que ha pagado cárcel por actos de corrupción en la historia del país) de actos sombríos durante la dictadura de su padre. Para los que no lo recuerdan, una rechifla en contra de la hija del dictador y su marido durante una corrida en la Plaza de Toros de la Santamaría, cuando las tribunas los silvaron y les gritaron corruptos, terminó en una embestida de uniformados contra los asistentes que dejó 36 muertos ese 5 de febrero de 1956. Esa masacre marcó el inicio del fin de la dictadura de Rojas Pinilla pero extrañamente no acompañó la carrera política de su hija, porque acá nos olvidamos de todo.
Nos olvidamos que Alvaro Gómez, hijo de Laureano, tuvo una participación activa en La Violencia que marcó al país en los años 40 y 50, aclarando, por supuesto, que luego se transformaría en el líder fundamental del Partido Conservador para llegar a ser parte fundamental en la Constitución de 1991 y en gran crítico del narcoestado en que devino Colombia en los 90, lo que conduciría a su asesinato; así como nos olvidamos del tremendo escándalo que acompañó a los hijos de Alvaro Uribe, Tomás y Jerónimo, cuando en 2006 compraron unos terrenos en Mosquera a muy buen precio y unos meses después, casualmente, siempre casualmente, el alcalde de ese municipio, Álvaro Rozo Castellanos, emitió un decreto que los convertía en zona franca disparando el precio de la tierra de forma astronómica, haciendo de los populares Tom y Jerry un par de visionarios que se volvieron millonarios.
La casualidad quiso que después unos familiares de Rozo le compraron los terrenos a Tomás y Jerónimo, muchachos tan entusiastas y emprendedores como todos los hijos de presidentes mencionados; como Nicolás Petro ahora, que deberá demostrar que es inocente de las terribles acusaciones de corrupción que destapó la prensa y llevaron a la Procuraduría a abrir una investigación sobre la presunta recepción de dineros ilegales para la campaña presidencial del 2022, dineros que, según el testimonio de su exesposa, él se habría quedado para su propio beneficio.
¿Será otra casualidad en la larga historia de casualidades de los “hijos de papi” presidencial? Sólo la justicia y la historia nos lo dirán, pero si le hacemos caso a la segunda es poco probable que pase algo con la primera. A fin de cuentas, “en Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz”.