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Gobernanza indígena contra la deforestación protege la Selva de Matavén

300 guardias de diversas culturas étnicas custodian 11.502.12 km² de bosques naturales y evitan con soluciones concretas emitir en promedio 3.622.352 de toneladas de CO2 al año a través de bonos de carbono.

El alguacil de la Selva de Matavén Nelson Castro en la cima del cerro El Mirador.

Este artículo se escribió gracias a la cooperación para la investigación de la iniciativa Unidos por los Bosques liderada por la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) y la Embajada de Noruega, con el apoyo de las embajadas de Reino Unido y la Unión Europea, así como Andes Amazon Fund y Rewild.

Más de 15 mil indígenas ubicados en los resguardo de las etnias Puinave, Piapoco, Curripaco, Sikuani, Cubeo y Piaroa de culturas diversas en el departamento del Vichada han logrado junto a las organizaciones Acatisema, Asociación de Cabildos y Autoridades Tradicionales Indígenas de la Selva de Matavén y Mediamos F&M, algo que se creía imposible en 2012 cuando comenzó esta historia. Juntos crearon una gobernanza para diseñar y desarrollar un proyecto REDD+ de bonos de carbono en el Resguardo Indígena Unificado de la Selva de Matavén (RIU-SM) uno de los primeros y más exitosos proyectos ambientales que se desarrolla actualmente en Colombia.

“Esta organización la hicieron los caciques y se hace realidad. Los líderes de Acatisema le propusieron al Estado Colombiano, pero ellos no los apoyaron. Entonces los líderes de REDD+ nos dijeron: “háganle ustedes”. El Estado pensaba que nosotros los indígenas no éramos científicos, pese a que tenemos a los taitas, que son nuestros científicos de la naturaleza y que no podíamos lograrlo, pero lo hicimos”, dijo a PUBLIMETRO Elidio García, capitán de la comunidad de Sarrapia de la etnia Piaroa y coordinador de Turismo en el corazón de Matavén, sector Fruta.

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Elidio García, capitán de la comunidad de Sarrapia de la etnia Piaroa y coordinador de Turismo en el corazón de Matavén, sector Fruta.

Estas comunidades son guardianes de un vasto y rico territorio selvático infranqueable de 11.502.12 km², lo que equivale al área de un país pequeño como, por ejemplo, Gambia, en África, pero en Colombia, ubicado en el amplio territorio del municipio de Cumaribo, en Vichada colindando con el río Orinoco y Venezuela. PUBLIMETRO se desplazó hasta Sarrapia, comunidad ubicada a tres horas en lancha desde Puerto Inírida, subiendo por el río Orinoco para narrar esta historia.

Selva de Matavén, Vichada.

“Los proyectos ahora llegan directamente a las comunidades, no pasan por terceros y somos autónomos en nuestra gobernanza. En cambio los proyectos que vienen del Estado pasan por las embajadas, de allí al ministerio, del ministerio a la gobernación o a la alcaldía y allí nunca hay quien firme por nosotros”, recalca el capitán de Sarrapia.

El Árbol de la Fruta, el árbol de todas las cosas

Los niños de la escuela en Sarrapia todos los años exponen y dibujan el gran mito de la gente Piaroa, un pueblo antes nómada, que se asentó hace siglos en estas tierras entre Colombia y Venezuela. Este mito narra la historia del árbol mágico, que nació en el cerro Autana o el cerro del Árbol de la Fruta, el tope del árbol era tan alto como el infinito, y sus ramas estaban llenas de frutos que cayeron y dieron vida a la Amazonía. En el cerro Autana están las raíces de este gran árbol. A través de esta historia los Piaroa cuentan el profundo respeto que le tienen a sus árboles y a su selva.


—  “Protegemos los peces, la madera y todo el medio ambiente. Nosotros los Piaroa sabemos que debemos cuidar nuestra tierra porque es la única que tenemos".

“Protegemos los peces, la madera y todo el medio ambiente. Nosotros los Piaroa sabemos que debemos cuidar nuestra tierra porque es la única que tenemos, por eso no tumbamos el bosque espeso, sembramos nuestros conucos (parcelas) en el rastrojo, para no afectar la tierra. Lo limpiamos cada tres años y volvemos a plantar para nuestro autoconsumo”, describe Nelson Castro, quien es uno de los trescientos integrantes de esta guardia indígena en el sector de San Felipe, ubicado en el resguardo de Sarrapia, pertenecientes a la etnia Piaroa. Actualmente tiene 6 años de cumplir esta labor como alguacil en cuidar y proteger este territorio.

Habitante de Sarrapia regresando del conuco con la cosecha.

En los conucos (parcelas en el rastrojo que se cosechan los domingos como un plan familiar) se cultiva piña, copo azul (fruta que produce el helado de copo azul, enfriado con energía solar, en Sarrapia donde no hay luz eléctrica), yuca brava, caña de azúcar, plátano, manaca (que produce jugo de manaca), ají dulce y picante, maíz, guayaba, lechosa (papaya), cebolla larga, entre otros. Desde el cerro El Mirador, casi a doscientos metros de altura, se puede apreciar cómo en la comunidad de Piedra Pintada los conucos se pierden con el bosque espeso y cómo la subsistencia del hombre se puede equilibrar con la naturaleza.

El alguacil, Nelson Sánchez, Selva de Matavén.

Un grupo de mujeres en Sarrapia tiene un proyecto productivo para que los sobrantes de la cosecha puedan ser reutilizados y comercializados, pero insisten en que hace falta más respaldo para poder comercializar sus delicias como son sus postres, dulces, picantes, tortas y demás productos locales.

Jóvenes en danza tradicional de la etnia Piaroa.

“El objetivo de nosotras es transformar y comercializar los productos de la región para su uso sostenible. Antes se perdía la cosecha que no se consumía y ahora la transformamos para poder utilizarla en diversos productos, pero nos hace falta más apoyo para poder comercializar nuestro trabajo”, afirma Irianny Santos Pérez, coordinadora de la fundación de mujeres transformadoras de Sarrapia.

Atardecer en Sarrapia.

El alguacil Nelson, quien tiene su casa con la mejor vista a orillas del río Orinoco, explicó que en la reserva se pueden ver en forma silvestre gran variedad de toninas (delfines de río), el bocón, pez que llega a medir hasta 60 centímetros y la principal fuente de alimento del pueblo Piaroa. También coexisten con los perros de agua, nutrias, anacondas, estas se ven mucho por temporada en invierno, zorros, tigre mariposo, pantera, monos, loros, guacamayas, dantas, mariposas, entre otros.

Viviendas en Sarrapia.

“Este año tuve que lidiar con dos anacondas que se me bajaron varias gallinas y con el tigre mariposo que se llevó dos perros. A la pantera y a los felinos en la noche los vemos cuando les brilla el destello de sus ojos en la oscuridad. Eso es natural para nosotros porque vivimos en la selva”, cuenta Nelson con resignación.

Vivienda en Sarrapia.

Los Piaroa también están en contra de la pesca deportiva porque hiere a los peces. “Muchas veces no se sabe dónde va a quedar el anzuelo enganchado y muchas veces quedan en las agallas que es por donde respira el pez y entonces se mueren y hay un maltrato”, lamenta Nelson.

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Toninas, delfines de río, que alguna vez fueron humanos

El logo de Matavén es un delfín de río, que claramente acompaña al viajero que se adentra en bote por su territorio, que en septiembre se puede ver cómo una selva inundada, en la que solo se aprecian los copas de los árboles inmensos sobre los caños, en invierno. Manadas de hasta diez toninas curiosas y juguetonas custodian las balsas de los recién llegados. Incluso, el guardia Nelson las llama haciendo un particular sonido llevando sus manos a su boca en la entrada a la bocana del río Matavén, donde hay una piedra muy especial que se inunda en invierno y al bajar las aguas se aprecia en verano.

“En Piedra tonina realizamos avistamientos de delfines en el mes de abril hasta mediados de junio, porque en invierno ellas amplían su territorio a la zona de rebalso o manglares. Los mayores y los abuelos nos han dicho que ellas son nuestras amigas”, agrega Nelson.

Capitán de Sarrapia en el cerro El Mirador.

Cuentan las historias que los Piaroa les tienen mucho respeto a las toninas y evitan molestarlas o incluso nadar con ellas. Aseguran en los cuentos infantiles, que los delfines se han robado niñas de las fiestas para convertirlas en toninas, después ya no aparecen más, porque en algún momento, ellas también fueron humanos.

Caño en el Río Matavén.

De la misma forma, cuentan que las toninas impiden que los hombres borrachos se ahoguen en los caños y que han salvado a más de uno, que había caído en alguna corriente traicionera.

“En toda la temporada en esta piedra mantienen las toninas. En abril, mayo y junio en el desove los peces. Las toninas cuidan el desove de los peces como el bocón y los entregan acá a la boca del río Matavén en tránsito a desovar en el Orinoco, para que no se los coman los depredadores. Este es uno de nuestros territorios más importantes y respetados por todos nosotros en la bocana del río Matavén”, resalta el capitán Elidio.

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El cerro Mirador, la gran churuata (Uc´hujaba) o casa de piedra Piaroa

La desembocadura del río Matavén, que se une con el Orinoco, se puede ver desde el cerro guardián de El Mirador a doscientos metros de altura. Allí se aprecia la inmensidad de este bosque de galería que une se con la selva del Orinoco. Los Piaroa afirman que la misma forma del río se asemeja a una tonina, el mismo animal mítico que alberga en sus aguas.

“Hay dos tijeras de caños, que es la cola de la tonina o las aletas. Está la piedra de la tonina donde vemos el ojo y la salida de la bocana hacia río Orinoco es el pico. En la desembocadura podemos ver el color del agua a diferencia del río Orinoco. El propio nombre del río es Mataveni y el mismo color del rio le da la respuesta que significa: “aguas del río negro””, describe el capitán.

Panóramica desde el cerro El Mirador.

Desde doscientos metros de altura, se puede observar la majestuosidad en la mezcla de las aguas del río Matavén de color negro con el enorme afluente café del Orinoco todo un espectáculo natural para el visitante.

Este cerro guardián de El Mirador, es también como una gran churuata (Uc´hujaba) o casa de piedra de los Piaroa, donde se pueden ver los espíritus de la naturaleza que custodian estas tierras. “Aquí en la transición entre la Orinoquía y la Amazonía colombiana. La reserva colinda con el río Orinoco hacia la estrella fluvial de Inírida en la tierra de las muchas aguas”, añade el capitán.

Cerro El Mirador en la reserva Matavén.
Casa tradicional Piaroa.

El Mirador se escala transitando una selva intacta, de difícil acceso, en cuyas cuevas se esconde el legendario tigre mariposo. Los visitantes en el recorrido pueden incluso toparse con las heces, aún húmedas del felino, que se distingue, según los guardias, porque eliminan el pelo de sus víctimas. “Tenemos seres espirituales que viven en los cerros, en las sabanas, las montañas y también en el río. Todo esto nos brinda la naturaleza en nuestro territorio, que tiene sus seres que hay que respetar. Aquí en estos cerros nadie vive ni puede decir que viene a adueñarse de este sitio. Acá no hay seres humanos sino seres de la naturaleza, por eso cada vez que venimos tenemos que pedir permiso y al despedirnos del cerro, tenemos que agradecer por todo el ambiente, el calor, la brisa, el agua a todo hay que agradecer”, reitera Elidio.

El alguacil Nelson Castro revisa excremento de felinos.

Por eso, el cerro es una metáfora que la casa tradicional Piaroa, una construcción abovedada en forma de cerro la gran churuata o (Uc´hujaba) del mundo mítico Piaroa.

Capitán de Sarrapia, en la selva.

“Desde el pensamiento de los mayores es un sitio sagrado para el diálogo y es una casa tradicional. Algunas llegan a medir más de 60 metros de diámetro, en las que vivieron más de cuarenta familias como parte de la unión de nuestra etnia. Allí vivían las familias, compartían las comidas y trabajaban unidos. Está construida de palma y sus amarres tienen un significado especial”, comentó, Hernando Ramírez Méndez, coordinador de educación y consejero mayor Piaroa.

Las amenazas en el paraíso de Matavén

Sin embargo, en este paraíso rebosante de vida en invierno, en verano se puede convertir en un verdadero infierno, por acción de las quemas que se propagan con gran rapidez, si no son controladas por la guardia. “En época de verano, que es en enero y febrero, algunos habitantes se ponen a quemar conucos, no hacen trampas para contenerlos y después no tenemos cómo apagar la candela y se presentan muchas quemas en ese momento. En 2020 se quemaron 40 hectáreas, en 2021 se nos quemaron otras 21 hectáreas, en la zona baja de Caño Fruta. Allí se perdieron unos criaderos de cabezones, que son tortugas, se quemaron sus camas en la tierra y eso fue una pérdida muy grande para nosotros”, lamentó el guardia Nelson.

Guardia indígena en Sarrapia.

Asimismo, en invierno las abundantes lluvias pueden causar desastres naturales en la isla de Sarrapia y en las frágiles comunidades de Matavén por las inundaciones.

“Aquí también vivimos este cambio climático desde 2018 que fue la creciente más grande. En 2020 y 2021 no creció tanto el río, pero en 2022 volvió a crecer y se pasó de la cuenta y nos quedamos sin tierra para trabajar y sembrar, ahorita volvió a bajar el río”, asegura Nelson sobre este delicado ecosistema.

Selva inundada en Sarrapia.

Y para rematar el panorama, Venezuela se ha convertido en un vecino incómodo, que permite la minería ilegal y el narcotráfico a tan solo a metros de distancia de la reserva en el límite de la frontera. Los residentes aseguran que el hombre blanco (säbäräri) llega a la reserva a pescar ilegalmente, para abastecer las minas, la fiebre del oro y todo lo que sale en las pistas clandestinas, que varias veces han sido bombardeadas por aviones de la Guardia Venezolana al otro lado de la frontera.

“Con todas y estas amenazas este es nuestro legado, porque no solamente estamos protegiendo esta selva para nosotros sino para todo el mundo entero y no permitiremos que la toquen”, afirmó enfático el capitán Elidio.

Capitán de Sarrapia en el cerro El Mirador.

Actualmente, esta comunidad está abriendo sus puertas al turismo ecológico para aquellos que deseen conocer estos paisajes bajo la tutela de estos guardianes del medio ambiente.

¿Qué son los bonos de carbono?

Los Bonos de Carbono proveen los ingresos para financiar el desarrollo de las actividades de Proyectos REDD+. Por lo tanto, REDD+ es un mecanismo internacional creado por la ONU para mitigar el cambio climático y reducir las emisiones globales de CO2. Las actividades de Proyectos REDD+ detienen la deforestación, mantienen el carbono almacenado en los árboles, evitando la liberación de CO2 a la atmósfera; y además generan impactos positivos a nivel social para las comunidades que habitan el territorio protegido. Cada crédito de carbono representa una tonelada de CO2 equivalente reducida o removida de la atmósfera a través de la protección de bosques y selvas.

Selva de rebalse en Matavén.

Susana Vélez es ingeniera forestal de la Universidad Nacional de Colombia, tiene más de 18 años de experiencia en el sector ambiental colombiano. Actualmente se desempeña como gerente Regional para Latinoamérica y el Caribe de Verra (quienes verifican los estándares de los bonos de carbono en el país), donde se enfoca en análisis de mercados de carbono en la región.

Vélez, en diálogo con este medio explicó que “las empresas pueden adquirir bonos de carbono en el mercado para compensar la cantidad de emisiones que estén realizando debido a sus actividades y por tanto tienen que demostrar una gestión de su huella de carbono. También demandan resultados de mitigación para dar cumplimiento a metas obligatorias de reducción de emisiones a nivel internacional”.

El alguacil Nelson Sánchez a la entrada de la reserva donde una valla marca el territorio de Matavén.

Esta ingeniera, de igual forma, detalló que en Matavén estas comunidades identificaron que tenían una amenaza de deforestación por minería y otras por extracción de madera y pensaron en qué podían hacer para reducir ese riesgo mediante acuerdos con sus habitantes, para implementar actividades productivas, como la agricultura y crianza de animales a menor escala, en territorio de rastrojo, que no sea bosque y así disminuir ese riesgo, en pocas palabras, que recibieran recursos para cuidar y para impedir que talaran esta vasta selva.

Eso sí, estas comunidades tienen que monitorear y hacer un seguimiento a lo que está ocurriendo con estas actividades y por medio de imágenes satelitales se revisa para ver si realmente están cumpliendo con estos objetivos para evitar la deforestación. Esto se valida con la ayuda de un auditor, quien revisa que los datos sean correctos, organiza las imágenes satelitales y nos mandan a nosotros (Verra) un informe, que nos indica que las acciones son las adecuadas, nosotros hacemos preguntas y generamos los créditos de carbono. Con el proyecto ahora estos guardias tienen un salario para vigilar lo que está ocurriendo en el territorio por pagos por resultados”, puntualizó Vélez.

Atardecer en Sarrapia.

Actualmente, estos bonos son vendidos a aerolíneas y empresas de hidrocarburos en un mercado que va al alza y que permite mantener los sueldos de los trescientos guardias indígenas, así como el desarrollo de obras de infraestructura local, concertadas por las comunidades, como el acueducto que trabaja con energía solar y la escuela de Sarrapia, que a través del Estado, nunca se hubieran hecho realidad.

“La misión de nosotros con Acatisema es proteger y conservar. Esta es nuestra riqueza natural como pueblos indígenas, porque en la naturaleza está la vida de nosotros y este río Matavén es la transición entre la Orinoquía y la Amazonía. Esta reserva es sumamente importante para la humanidad, porque si no existiera estaríamos sufriendo por el calentamiento global y por eso es clave seguir protegiendo la selva en Colombia, porque no queremos que sea explotada”, recalca Elidio, el capitán de Sarrapia.

Capitán de Sarrapia en el Cerro El Mirador.

Toda esta autogestión de recursos se realiza a través de la gobernanza indígena propia con apoyo del proyecto REDD+ con el cual reciben más recursos económicos comparados con la poca inversión y falta de interés de la gobernación de Vichada, del Ministerio del Medio Ambiente y del Gobierno Nacional.

Niños en bote en caño en Sarrapia.
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