Una oposición sin censura

“En ese juego sucio en el que participan algunos poderosos medios de comunicación, Gustavo Petro será el monstruo que se robará las pensiones de quince millones de colombianos, el coco que buscará acabar con el sistema de salud y el delincuente que hará pactos con delincuentes para evitar que estos vayan a la cárcel”: Joaquín Robles Zabala

Gustavo Petro en la ONU

El entonces senador Carlos Felipe Mejía, la “voz altisonante” del uribismo en el legislativo, y quizá la más estridente de todas, incluso por encima de las susurrantes senadoras Cabal y Valencia, le gritó a Gustavo Petro en una de sus acaloradas intervenciones en el recinto democrático del Congreso de la República, que el líder de la Colombia Humana “sobraba”. No quedó claro si Petro, según Mejía, “sobraba” como legislador, como persona, como colombiano o, simplemente, como organismo viviente. Mejía, hay que dejarlo claro, es un tipo poco inteligente, y según lo expresado por el exsenador Armando Benedetti “es lo más bruto que ha pasado por el Senado, pues nunca se ha leído un libro completo y se la pasa hablando huevonadas”. También hay que aclarar que este señor no es la excepción de la regla en esa “unicidad de voces” que definen al llamado Centro Democrático, sino, por el contrario, un arquetipo que se repite como se repiten los modelos artesanales.

Poco antes de que Petro fuera elegido presidente de los colombianos, la hoy llamada “oposición”, encabezada por el uribismo y algunos miembros de los partidos tradicionales, empezó un proceso subliminal, pero intenso, de desinformación: había que mostrar al entonces candidato del Pacto Histórico como un alcohólico, corrupto y, además, con un poder inmenso para torcer los resultados de la contienda electoral que estaba a la vuelta de la esquina. Nada más absurdo, por supuesto, ni nada más truculento como un culebrón mexicano, pues el poder institucional representado en la Registraduría, el Consejo Nacional Electoral, la Contraloría, la Procuraduría, la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo, entre otros organismos de control, investigación y vigilancia, eran una prolongación del Ejecutivo y, por lo tanto, del partido de gobierno.

A pesar de ello, las mentiras reiteradas se pusieron a la orden del día. Volvieron sobre unos antiguos videos editados donde se veía a Gustavo Petro recibiendo unas supuestas bolsas con dinero. Sin importar que la Corte Suprema de Justicia hubiera archivado el caso por no encontrar mérito alguno (la misma CSJ que sí halló suficiente material probatorio para investigar y procesar a Álvaro Uribe Vélez por manipulación de testigos), un general de la República que fungía como comandante del Ejército, contradiciendo la Constitución Política de Colombia, hizo caso omiso del capítulo 7, artículo 219, y publicó un trino en el que dejaba ver claramente su posición política no solo con respecto a un caso archivado por la máxima instancia judicial del Estado, sino también su posición ideológica ante las declaraciones del entonces candidato presidencial.

Siguiendo con la misma directriz de desinformación y manipulación, publicaron luego un video en el que la voz del líder del Pacto Histórico, en su paso por Zipaquirá, Cundinamarca, se escuchaba lenta y atropellada como si, en efecto, tuviera una ingesta de alcohol. Los medios de comunicación (Semana, El Tiempo, Noticias Caracol, Noticias RCN y varios portales de dudosa reputación) hicieron énfasis en este hecho y replicaron la información tantas veces que el gran público, que no tiene acceso a la información veraz y equilibrada, ni manera de contrastarla, sino solo a las cadenas de Whatsapp, no dudaron de que el futuro presidente de los colombianos era un borracho. Esto se evidenció en otro video en el que Petro se le escucha descoordinado en su discurso en la Plaza de Paz de Barranquilla: las palabras le salían alargadas, como si su cerebro y la articulación de las ideas fueran dos corrientes de energías que se encontraban en direcciones opuestas en vez de fluir hacia un solo lado.

La imagen de un Petro borracho se hizo viral y la expresión de cansancio que reflejaba su rostro, como consecuencia de las múltiples correrías por las distintas regiones del país, parecía confirmar el hecho. No valió las mil y una explicaciones dadas por él y sus asesores. No valió su afirmación de que todo se trataba de un montaje que buscaba quitarle credibilidad a su discurso y disminuir el caudal de votantes que las atiborradas plazas de Colombia confirmaban. No valió nada, pues una mentira repetida deja al final del día una verdad irrefutable. Y si es replicada cien veces por un poderoso canal de televisión, entonces estamos ante un principio innegable.

Hace poco, otro video de Petro, pero esta vez de su paso por Nueva York, se viralizó en las redes y medios de comunicación. Este fue hecho horas antes de su dura intervención en la asamblea general de las Naciones Unidas, y en él se veía al mandatario frente a un grupo de personas que lo escuchaba atentamente. Al igual que en los videos anteriores, su voz se oía distorsionada, los sonidos salían lentos de su boca y las palabras “lobo” y “mamada”, analogía que utilizó para significar la fuerza y el poder de la unión, se alargaron hasta el infinito. La diferencia con los anteriores fue que en esta oportunidad el evento estaba siendo cubierto por la prensa internacional y las imágenes originales habían sido divulgadas con anterioridad por los grandes medios de comunicación que hacían presencia en Nueva York.

Horas más tardes, cuando el video-montaje se viralizó en las redes sociales y los comentarios sobre la “ebriedad” de Petro fue motivo de especulaciones, pues no olviden que las mentiras, como elementos de persuasión, suelen tener mayor repercusión en los grupos sociales que la racionalidad de los argumentos, el mismo presidente de los colombianos publicó en su cuenta de Twitter las imágenes sin editar donde se le escuchaba sereno y elocuente, como siempre lo ha caracterizado. En ese mismo tuit señaló que el video alterado había sido publicado originalmente por Ernesto Yamhure Fonseca, un portavoz de la extrema derecha colombiana en Miami, defensor a ultranza de las políticas del entonces presidente Álvaro Uribe e investigado por paramilitarismo y su estrecha relación con la gran mayoría de los jefes de las Autodefensas Unidas de Colombia durante las negociaciones del gobierno de la Seguridad Democrática en Santa Fe de Ralito, Córdoba.

No hay que olvidar que, hasta septiembre de 2011, Yamhure Fonseca fue columnista del diario El Espectador y unos los opinantes más aguerridos en la defensa del gobierno del expresidente Uribe, tanto que se convirtió en comentarista invitado de algunas cadenas radiales de noticias donde exponía sin pelos en la lengua su posición frente a los hechos políticos y de orden público que afectaban al país. Su vida de “estrella pop” habría seguido la luz del sol sino hubiera sido por una nota publicada en el diario Un Pasquín. La información, según el medio, provenía de una USB en poder de la Fiscalía General de la Nación en la que se evidenciaba la estrecha relación entre Yamhure Fonseca y Carlos Castaño, pues los artículos que el “abogado y periodista” firmaba para el diario capitalino eran escritos a cuatro manos: las de él y las del sanguinario jefe paramilitar.

Pero más allá de este hecho sobre el cual algunos medios pasaron de agache, hay una realidad evidente que se vislumbra hoy: la llamada “oposición” no va escatimar esfuerzo para hacer retroceder al presidente en su intención de sacar adelante el proyecto de “paz total”, llevar a cabo la reforma tributaria, disminuir el enorme hueco fiscal dejado por el gobierno anterior y restaurar la dignidad de los 21 millones de colombianos pobres que dejó la peste. En ese juego sucio en el que participan algunos poderosos medios de comunicación, Gustavo Petro será el monstruo que se robará las pensiones de quince millones de colombianos (ya se robó las elecciones presidenciales, según algunos miembros del Centro Democrático), el coco que buscará acabar con el sistema de salud y el delincuente que hará pactos con delincuentes para evitar que estos vayan a la cárcel.

(*) Profesor. Magíster en comunicación.

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