Esta semana se celebró el Día Internacional del Turismo, una actividad que según la Organización de Naciones Unidas emplea a una de cada 10 personas en el mundo hoy. Colombia se fortalece como destino antojando a los visitantes en busca de turismo ecológico, comunitario y por supuesto gastronómico. Llevar a algún primo o amigo a caminar por La Candelaria un domingo y tomarse un chocolate santafereño con queso es uno de los planes insignia de Bogotá que hemos repetido sus habitantes por muchas generaciones para darle a los visitantes una pruebita de la calidez bogotana.
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Hoy recomiendo un plan novedoso alrededor del cacao, en Bogotá, ya sea para llevar amigos o familiares de visita en la ciudad, en calidad de anfitriones, o para seguir descubriendo la siempre generosa agenda cultural de la capital. Es una experiencia que se hace desde 2018 en Chuculat, una casa de fachada rosada en Chapinero, donde un grupo de empresarios promueve el consumo del cacao a través de una relación cercana con productores de más de ocho zonas del país.
Aunque uno puede ir a comer y tomarse algo, a comprar presentaciones bonitas y prácticas de chocolate para llevar, o a hacer la ruta para aprender sobre el proceso de convertir granos de cacao en barras de chocolate, la cata fue lo que más me gustó, sobre todo porque no estamos acostumbrados a relacionarnos con el chocolate, y menos con el colombiano, desde la formalidad de una experiencia que obliga a nuestro archivo sensorial a estar presente 100% para sentir aromas florales, terrosos o especiados, o notas de sabor a ciruelas, cuero o pimienta, en un cuadrito oscuro de chocolate.
Ricardo Espitia, cocinero y fotógrafo entusiasta, guía la experiencia de cata y, mientras cuenta datos del origen e historia del cacao, nos invita a hacer cosas inusuales como oler cuidadosamente cada pastilla, sentir su textura sedosa, arenosa, cremosa o cerosa, darle vueltas en la boca pegada al paladar, y hasta oír su crujir durante cada paso de los ocho que incluye la experiencia.
La cata dura cerca de una hora y media y comienza desde que uno llega a la casa guiado por el olor entrañable del cacao tostándose que invade toda la acera.
Sentarse a probar un chocolate del Cauca al 60%, un pedacito de Cesar con sal marina al 75%, o un trozo de Caquetá al 100% es sumergirse en el mundo del cacao con la misma disposición a la exquisitez con la que hemos disfrutado alguna vez la inmersión sensorial en una cata de vinos o whiskies.
En la carta también hay opciones de chocolate para tomar con chai, ají amazónico o mambe, marañones y uchuvas recubiertos y barras de chocolate del Cauca, Arauca, Tumaco, Casanare y Caquetá, entre otros. Fuera de carta, si tienes suerte, puedes terminar probando alguna innovación en la que estén trabajando, como un pesto de chocolate.
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Agradecí que, aunque Ricardo menciona datos interesantes del cacao a lo largo de la cata, en Chuculat no hay meseros disfrazados de indígenas, no hacen rituales “ancestrales” estereotipados, no escriben Xocolatl en el menú ni cuentan leyendas Mayas como he vivido en experiencias de cacao en países centroamericanos que se sienten “hechas para gringos”.
Esta es una experiencia de sabores locales, en un país que sigue descubriendo el potencial de un alimento que hay en 29 de sus 32 departamentos, en seis más de los que se siembra café, porque nuestra altura y clima son ideales para su cultivo. Qué gran momento para curiosear sobre el cacao colombiano y sensibilizar nuestro paladar.
La cata de chocolates cuesta $30.000 por persona y puede hacerse para grupos de hasta 8 personas simultáneamente. Debe agendarse previamente.
Más información en: @chuculatcol Carrera 10 A #69-23.
Teléfono: 3126361765