¿A quién le gusta perder? A usted y a mí, seguro no. Competimos cuando creemos que tenemos una oportunidad real de ganar porque nuestros talentos superan los del otro o también porque de manera no necesariamente racional tenemos fe en nuestra victoria. Por eso algunos somos hinchas de Millos y otros lo son de esos equipos que pierden casi siempre con Millos -sin que se enojen, claro-. Esta columna habla de eso: de competir. De la competencia desde los argumentos -y también desde el corazón- en la que están Bogotá y Cali por ser anfitrionas este año de la COP16 de Biodiversidad de las Naciones Unidas.
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La decisión final la tiene el Gobierno Nacional. Si la puja fuera por cuál ciudad tiene las y los mejores bailarines, usted y yo, amigo rolo, sabríamos reconocer con mucha dignidad el resultado. Ya lo dijo Borges una vez: “la derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece”. Si estuviéramos compitiendo por la mejor comida típica, el Ajiaco pelearía mano a mano con la Chuleta Valluna después de haber eliminado sin problema a las Marranitas. A Bogotá vienen más artistas internacionales a dar conciertos, pero en Cali el clima resulta más cómodo para la mayoría de las personas. Pero la competencia en la que estamos no tiene nada que ver con todo lo que acabo de decir. No se trata de cuáles ciudadanos bailan mejor que los otros -afortunadamente- y muchos menos de cuál ciudad es mejor que otra, sino de por qué el evento ambiental más importante sobre biodiversidad en el planeta debería hacerse en una o en otra ciudad colombiana.
Me encanta Cali desde que mi exnovia me llevó de la mano por sus calles mientras me hablaba entre palabras cortas y con acento que únicamente se escuchan bien allá; “ve, sos, mirá” y tantas otras que hacen suspirar. Conozco alguno de los 7 ríos que rodean Cali, he visto varios de los 600 tipos de aves que tiene su ciudad y me parece chévere su Parque Nacional Natural los Farallones, pero la infraestructura turística y hotelera de Bogotá, sus ecosistemas únicos, la relevancia ambiental de la capital frente al resto del país y hasta el hecho de tener uno de los mejores aeropuertos del continente, inclinan notablemente la balanza hacia Bogotá en esta sana competencia. Que me perdone mi exnovia por citar a un caleño para justificar mi odiosa competitividad, pero Andrés Caicedo escribió: “Lo odio porque lucho por conseguirlo”.
En mi columna anterior -”El aire en Bogotá tiene estrato”- hablaba de la importancia de los debates ambientales en la agenda del Distrito Capital precisamente porque estos temas, lejos de ser menores, son la base de la gestión pública del presente. Claro, si lo que queremos es tener futuro.
Pero bueno… ¿Y por qué Bogotá? Comenzaré diciendo que tenemos una larguísima experiencia siendo anfitriones de eventos grandes e importantes. En el año 2017 la capital fue la sede de la Cumbre Mundial de Premios Nobel de Paz, en el año 2018 acogimos el evento mundial de jóvenes más importante del mundo “One Young World”, el Festival Iberoamericano de Teatro, organizamos desde hace 35 años la Feria Internacional del Libro de Bogotá -una de las más importantes del continente y que ha tenido más de 26 países invitados-, entre otros eventos empresariales y deportivos de talla global.
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Bogotá es además el principal centro turístico del país. Entre enero y mayo del año anterior únicamente en la Terminal de Transporte de Bogotá teníamos un aumento de 21.7% frente al año 2022 en cuanto al número de pasajeros que se movilizaron por vía terrestre, sin contar el incremento significativo de turistas que llegaron por vía aérea. Bogotá tiene también la red de hoteles más robusta de Colombia y eso, hablando específicamente de la COP16, adquiere una importancia particular por el hecho de que la capital no tiene que generar una huella de carbono adicional para la construcción de nuevos escenarios físicos que requiera este evento de talla mundial. En la linda capital está también el Aeropuerto Internacional El Dorado que tiene más conexiones nacionales e internacionales que cualquier otro aeropuerto en Colombia y eso de entrada genera menos efectos ambientales negativos para el planeta por el hecho de que se necesitan menos vuelos para llegar al destino de la conferencia.
Quiero que Bogotá sea la sede de la COP16 sobre Biodiversidad para que miles de ciudadanos del planeta tengan la posibilidad de acercarse al páramo más grande del mundo; el Páramo de Sumapaz. También para que el sentido de apropiación de las y los bogotanos por nuestra estructura ecológica principal incremente y se les quiten así las ganas a algunos de construir viviendas sobre la Reserva Thomas Van Der Hammen o de pasarle avenidas por encima a nuestros cuerpos de agua en donde habitan día a día cientos de especies.
Ojalá las competencias entre nuestras ciudades siempre sean así: fraternas, jocosas y por causas buenas. Al fin de cuentas, independientemente de cuál ciudad sea la anfitriona de la COP16, como dijo Ricardo Silva, escritor bogotano, “se viene a la tierra a ser inquilino”.