A veces me cuestionan por qué soy pesimista en mis columnas y no sé qué responder. Me preguntan si mi vida anda bien, si me pasa algo, y tampoco sé qué decir. Asumo que sí, que todo marcha y que mi tono se debe más a un gusto por el pesimismo que a una crisis real que me esté afectando. Un sicólogo podría sacar muchas conclusiones con leer un par de textos míos, y encontrar respuestas y detalles que yo mismo ignoro.
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Quizá una de las razones de mi tono se deba a que hay mucho coach de garaje que anda por la vida repartiendo consejos y bendiciones, basándose en la nada, y toca entonces hacerles contrapeso. Yo mismo tuve una época así, y aunque no estoy del todo orgulloso de ella, nunca traté de volverme una eminencia ni una voz autorizada en el tema, y siempre aclaré que me basaba en experiencias personales y no porque tuviera un conocimiento académico del temo. Por último, siempre intenté (no sé si con éxito) no sonar a que estaba dando un sermón ni revelando verdades infalibles.
Pero lo que siento cuando entro a redes, sobre todo, es que hay una cantidad de gente impartiendo reglas sobre cómo vivir que se queda uno pasmado. Es que tienen la respuesta para todo, desde lo más trascendental hasta lo más banal: cómo hacerse millonario, cómo conseguir pareja, maneras de encontrar la felicidad (¿?), metodologías para hacer las paces con uno mismo, cómo sanar relaciones, qué hacer para irse de viaje por el mundo, cuál es el mejor secreto para limpiar las guardas de los pisos; todo. No sé cómo hacen para soportar el peso de tener tanto conocimiento, de vivir con más certezas que dudas.
Tocan asuntos etéreos y no desarrollan la idea; cuando anuncian que van a revelar el secreto para conseguir algo, hablan de resiliencia, de autocuidado, de las energías del universo, pero no profundizan en el enunciado. Al final, sus conclusiones suelen ser que todo es mental y que podemos conseguir todo lo que nos propongamos; vaya cuento. Yo sí creo que la mente es mucho más poderosa de lo que creemos y que no conocemos sino una fracción de su potencial, pero de ahí a creer que es infalible y otorgarle poderes casi sobrenaturales, hay un trecho largo.
Ahí está Daniel Habif, con nueve millones de seguidores en Instagram y un millón en Twitter, diciendo obviedades celebradas por medio mundo. En su último post puso “Conquístense 31 días al mes, es la única manera de salvarse de la rutina que termina por viciar su relación”. Listo, doscientos mil likes y seis meses de espera para asistir a una de sus charlas. ¿Habrase visto? Pero si no dice nada, ideas obvias y vacías que alguien con un poco de experiencia y sentido común conoce. Es que todos tenemos algo que decir y hoy se encuentra sabiduría en cualquier lado, supuestamente; internet tiene el maravilloso poder de unirnos, pero al mismo tiempo está lleno de basura, de giraldas de purpurina que se vende como si fueran de oro, como dicen alguien que conozco.
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Las frases de Habif me hacen recordar a ‘Todo en todas partes al mismo tiempo’ película que arrasó en los Oscar y fue un éxito de taquilla. Quizá yo soy muy bruto y no puedo ver cinco centímetros más allá de mis narices, pero me pareció de lo más aburrido y banal, una historia pretenciosa y enredada que quita más de lo que deja. La gente salió del cine llorando y con las manos rojas de tanto aplaudir con frases tipo “Con cada momento que pasa temes haber perdido tu oportunidad de hacer algo de tu vida. Estoy aquí para decirte que todos los rechazos, cada decepción te ha traído hasta aquí hasta este momento”; “Cuando elijo ver el lado bueno de las cosas no estoy siendo ingenuo. Es estratégico y necesario” o la escueta y famosa “Solo se una roca”. Es que no tienen tres centímetros de profundidad, pura sabiduría de Daniel Habif llevada a Hollywood.
Lo que pasa, creo yo, es que existe (existimos) demasiada gente perdida y llena de preguntas, y al mismo tiempo hay unos cuantos muy avispados o muy desocupados que juegan a tener las respuestas, y encima cobran por ello. Ya lo dijo Jesús dos mil años antes de las redes sociales: “Cuídense de los falsos profetas”. Un adelantado a su tiempo, hay que reconocerle, pero se quedó corto. Se nota que no vio la película.