Supongamos que somos una persona que no sabe nada de mecánica… Si oímos un ruido en nuestro carro, ¿le prestaríamos atención?, ¿podríamos hacer un diagnóstico sobre su causa sin consultar a un mecánico?, ¿pensaríamos que es cuestión de tiempo para que el ruido desaparezca?
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Si conocemos un poco sobre el funcionamiento de un carro, es posible que no se nos ocurra dejar de cambiar el aceite cada cierta cantidad de km a riesgo de fundir el motor o que no esperemos a quedarnos sin gasolina para ir a una estación a tanquear; quizás sepamos que más vale revisar el nivel del agua y del aceite cada tanto –¡hay gente que lo hace siempre antes de prenderlo!– y que es conveniente inspeccionar algunos aspectos básicos antes de emprender un viaje.
Si somos dueños de un carro, es factible que un día le suene un ruidito raro y pensemos que solo es imaginación nuestra y lo dejemos pasar. Pasan unos días y todo bien, hasta que un buen día el ruidito… esté ahí de nuevo. Es más factible que nos resistamos a llevar el carro a que lo revise un mecánico, porque desconfiamos de ellos, porque con base en experiencias propias o ajenas –siempre hay alguien que tiene opiniones que reafirman la nuestra–, sabemos que no sirven para nada, que llevarlo es una perdedera de plata y que nuestro carro, en realidad, no lo necesita. Algunos, especialmente los hombres de más de 40 años, diremos que nuestros conocimientos de mecánica son suficientes y, los más arriesgados, que podemos resolverlo nosotros mismos, con base en un libro que leímos que le sirvió a un amigo con el ruidito de su carro.
Supongamos que vencemos la resistencia de llevar el carro, pues el ruido se vuelve, si no insoportable, fastidioso, para nosotros y para la gente que viaja en el carro. Llegamos al taller y el mecánico pasa un par de horas revisando aquí y allá, pero no da con el chiste. Nos pasa la factura por la revisión realizada hasta el momento y nos pide volver al día siguiente. Pagamos, nos montamos al carro, lo encendemos, oímos el ruidito y pensamos: “No, pues, ¡me cobró todo eso, no encontró nada y el ruido sigue ahí! ¡Para eso podría haberlo hecho yo mismo!”
Con nuestra salud mental, algo a todas luces más necesaria que un carro y a lo que vale pena prestarle atención, la historia es otra. Pocas personas que no saben nada de mecánica y oyen un ruido en sus carros afirmarían que los mecánicos no saben nada, que no hay necesidad de ir a un taller para revisarlo y que ellas mismas pueden resolverlo en el garaje de su casa. Aún menos personas pensarían que el ruido es una invención del mecánico o que solo es cuestión de tiempo para que se vaya, porque, ya se sabe, el tiempo cura todo.
No dudamos en invertir en el mantenimiento de un carro si tenemos el dinero y el tiempo. Con la salud mental, aun si contamos con los recursos, es fácil que no lo consideremos necesario… e incluso que creamos que no exista. A diferencia de lo que hacemos con nuestros carros, con ella con frecuencia hacemos el equivalente a quedarnos sin gasolina para pensar que sería bueno acercarse a una estación a tanquear. A veces, ni eso.
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