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¿Cuándo fue la última vez que pidieron ayuda? (II)

Ir a un psicólogo puede marcar una diferencia. Sin embargo, tomar esta decisión no es fácil

Psicología
Psicóloga Salud mental

Ir a un psicólogo puede marcar una diferencia. Sin embargo, tomar esta decisión no es fácil, en buena parte por la cantidad de creencias que asumimos como ciertas. En esta entrada, Manuel Gómez Vega se detiene en algunos de los beneficios de ir a uno.

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En su libro Anger, el monje vietnamita Thich Nhat Hanh, uno de los difusores del mindfulness en Occidente, plantea: “Muchos de nosotros todavía tenemos un niño herido vivo dentro de nosotros. Nuestras heridas pueden haber sido causadas por nuestro padre o nuestra madre. Nuestro padre puede haber sido herido cuando era un niño. Nuestra madre puede haber sido herida cuando era niña también. Porque no supieron curar las heridas de su niñez, nos han transmitido sus heridas. Si nosotros no sabemos cómo transformar y sanar las heridas en nosotros mismos, las vamos a transmitir a nuestros hijos y nietos”.

Es posible que algunas palabras de este fragmento –”niño herido”, “heridas”, “sanar”– nos parezcan ridículas o sensibleras. Es posible que sintamos que el fragmento nos plantee algo equivalente a lamerse las heridas. Si usted es un hombre mayor de 40 años, como es mi caso, es posible que la sensación sea más fuerte, lo cual no es extraño: tanto usted como yo hemos sido educados para perpetuar los mitos, un poco infantiles, del héroe solitario y, su versión más moderna, del hombre hecho a sí mismo.

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Quizás esta sea una de la razones para no pedir ayuda y, mucho menos, ir a un psicólogo. Si bien el segmento de la población de hombres mayores de 40 años es la menos propensa a hacerlo, no es la única. Si dejamos a un lado las personas que no tienen ni dinero ni tiempo para ir a uno, hay creencias que hacen que no sea fácil tomar este riesgo: al psicólogo solo van las personas con problemas mentales; creemos que podemos y tenemos que resolver nuestros problemas solos, sin importar cuáles sean; sentimos que no seremos capaces de resolver problemas aún si pedimos asesoría psicológica; es cuestión de dejar pasar tiempo para que las cosas se curen; es doloroso y asumimos que las cosas dejan de doler por el hecho de no prestarles atención, un poco como se asumiría que las cosas dejan de existir, porque dejamos de mirarlas.

Sin embargo, ir a un psicólogo puede marcar una diferencia. Valga tener en cuenta que, como encontrar un buen profesional en el área que sea, no es fácil dar con uno con el que uno compagine, en buena medida porque el tipo de terapia y actividades y acercamientos a los problemas varían de una escuela a otra. Si uno no da con uno que le guste, en realidad no tiene que ver con que “los psicólogos no sirven”, sino con el hecho de que el acercamiento a los problemas o las actividades que se proponen en terapia no hacen clic con uno. Si retomamos el símil con carros y mecánicos, si un mecánico no resuelve un problema del carro no creeríamos que los mecánicos no sirven o que el carro no necesita de uno; solo buscaríamos un mecánico distinto.

Ahora, un psicólogo no es como un taller mecánico adonde uno lleva el carro, lo deja para que el personal trabaje y lo devuelvan en uno o dos días ya arreglado. La terapia, como me lo planteaba una amiga psicóloga, es como entrar a una caverna que uno desea atravesar. El psicólogo(a) no va a hacerlo por uno, “solo” nos acompaña con herramientas equivalentes a llevar agua, una manta, una cuerda, de tal manera que sea más fácil atravesarla.

Atravesar esa caverna puede ser doloroso, aunque es con frecuencia sorpresivo. Sanar las heridas ayuda a que evitemos transmitirlas a hijos, pero, más allá de eso, ayuda a que nuestro viaje sea más tranquilo. Valga recordar un post que leí hace poco: “A terapia no va quien tiene problemas. Problemas tiene todo el mundo. A terapia va quien quiere resolverlos”.

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