En los últimos meses el indicador de mi celular me dice que estoy caminando unos catorce kilómetros diarios. Y no entendía bien por qué hasta que leí hace poco que en Bogotá se habían registrado promedios de velocidad en carro de dos kilómetros por hora. Un bebé, ya no digamos un adulto, anda más rápido que eso, de ahí las distancias que estoy cubriendo por mi cuenta.
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Yo sí veía los trancones y pensaba que no había riesgo de meterme en ellos, pero una cosa es verlos con tus ojos, y otra, que la prensa y el celular soporten tu percepción con pruebas matemáticas. Y aunque disfruto caminar desde que tengo memoria, catorce kilómetros durante varios días es desgastante, pero es que la situación se ha reducido a elegir entre la paz mental y la integridad física. A veces voy por una calle cualquiera y solo quisiera montarme en algo para descansar mientras avanzo más rápido, pero luego pienso que pasarme horas metido en un embotellamiento me volvería loco, así que prefiero seguir caminando aun en contra de mi propia comodidad.
Dice un estudio que Bogotá tiene la peor movilidad del Latinoamérica y la cuarta peor del mundo, solo superada por Estambul, Moscú y Kiev. Por otro lado, se están haciendo en esta ciudad unas quinientas obras entre calles, puentes, túneles, ciclorutas y la primera línea del metro, lo que nos va a tener, dicen, no menos de diez años en esta situación. Es que la capital siempre ha sido trancada, pero nunca a estos niveles. Hasta en Transmilenio, sistema hecho para ir a veces incómodo, pero siempre rápido, hay ahora congestión.
Bogotá es una ciudad superpoblada por ser la que mejores condiciones ofrece. Acá se consiguen los empleos y las oportunidades que en otros lugares del país no, de ahí que también haya tanto caos en sus calles. Sin embargo, hay otro estudio que explica que esos trabajos están mal distribuidos, concentrados en pocas zonas de la ciudad, de ahí, los trancones. En resumen, todos vamos para los mismos lados a las mismas horas, y eso tampoco ayuda.
Hace poco hablé sobre movilidad con alguien de la alcaldía, no en modo entrevista, sino en una charla casual mientras tomábamos una cerveza, y la conclusión fue que no cabemos y que, por muchas obras que estén en marcha, no hay nada que hacer; esto se va a poner peor. Y podrá sonar tan simplista como fatalista, pero es que es un mal no solo de Bogotá, sino del mundo: somos demasiados y estamos creciendo.
Acá convivimos a la brava carros, motos y buses, bicicletas y transeúntes, todos desesperados y tratando de llegar primero a costa de pasar por encima del otro. Es que nos tiene sin cuidado el cómo, lo importante es adelantarnos a cualquier precio. Los conductores son descuidados, torpes y no usan direccionales para pasarse tres carriles de una sola vez. Los transeúntes atravesamos las calles por cualquier sitio y no por las cebras, y esas bicicletas con motor que cada vez son más frecuentes se comportan como según les convenga. Se meten por senderos peatonales porque son bicicletas, pero andan por la mitad de la calle porque también podrían entrar en la categoría de motos.
Tenemos estigmatizadas a las Toyotas, y no sin razón. La ley no aplica para ellas, en especial si son blindadas. Los empleados estatales de alto perfil andan en una y con eso dejan en claro que la diferencia entre un traqueto y un político es apenas el cargo que ocupa. Es que son un cliché: ahí donde haya un prohibido parquear, hay una Toyota acomodad; y no solo eso, ponen un nuevo aviso y de la nada salen tres a parquearse. No sé cómo hacen.
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El asunto es que el irrespeto a las normas de tránsito ya no es monopolio de las camionetas de alto cilindraje. Pase usted por cualquier avenida y verá un sinfín de carros cualquiera parqueados, haciendo trancón. Van desde vehículos de carga hasta autos compactos y lo hacen porque pueden, porque no les dicen nada y se ahorran el parqueadero y la caminada. Lo único que hacen al respecto es poner las luces de parqueo, como si ya con eso fuera suficiente.
No me extrañaría que esos carros pequeños que se parquean donde se les da la gana sean de narcos, que para tomar distancia de los políticos y dejar claro que no son iguales a ellos, no en todo, ahora están andando en Chevrolet Spark.