Un baño en un trancón bogotano

“Pocas frases pueden ser tan útiles en un trancón como aquella que dice que: “Cada persona que ves está luchando una batalla de la que no sabes nada. Sé amable siempre” y que, según una rápida búsqueda en Google, es de Robin Williams, Sócrates o Platón”: Manuel Gómez Vega

Trancón por accidente en la Boyacá (Captura de pantalla.)

Trato de manejar lo menos posible en Bogotá, pues es fácil que se exacerbe mi agresividad y la necesidad de “no dejarme”, un elemento clave en las historias que muchas veces oigo y a veces cuento y que parece estar en nuestro ADN: pase lo que pase, lo importante es “no dejarse”. En el tráfico bogotano, no dejarse por quien no frena ante el semáforo, no usa las direccionales o se atraviesa.

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A veces, cuando manejo, logro tomarme las cosas con humor, en buena medida gracias a un viaje laboral hace unos años. Venía manejando del Meta y a mi lado iba una compañera de trabajo a la que llevaría a su casa. Cuando entramos a Bogotá sentí ganas de ir al baño, pero decidí esperar. Cuando llegamos a casa de mi compañera, al otro de la ciudad, mis ganas se habían acentuado, pero, como no éramos tan cercanos, no fui capaz de pedir que me dejara usar su baño. “No estoy tan lejos de mi casa”, pensé. En el camino, sin embargo, las ganas aumentaron. Empecé a sudar frío y maldije mi pudor. El tráfico no estaba especialmente pesado, pero mis ganas apremiaban. Hubo un momento en que incluso alcancé a pensar: “Aquí fue, ya, ¡me tocará limpiar el asiento!”.

En un semáforo cerca de mi casa debía voltear a la izquierda y la única fila no se movía con la celeridad que exigía mi estómago. Sin pensarlo mucho, decidí adelantarme y saltármela. No se si los conductores de la fila me madrearon, no sé si me pitaron: no me importó. Finalmente, llegué a mi casa, parqueé como pude y entré al baño.

Ahora, en mis buenos días, cuando alguien se me atraviesa o mete el carro a la fuerza, pienso qué tan lejos estará del baño que busca y lo dejo pasar, agradeciendo que sea él o ella quien tenga la urgencia y no yo. Si tengo tiempo, complejizo su historia: ¿Está por llegar tarde a un almuerzo familiar?, ¿debe ir al hospital porque su papá está enfermo?, ¿debe ir al mercado a toda prisa, porque dentro de poco llega su hija?, ¿su papá lo presionaba de niño, por lo cual tiene una necesidad más fuerte que la mía de demostrar que no se va a dejar? Imagino historias que sé que solo están en mi cabeza, como la mayoría de las historias que nos contamos de los demás.

Pocas frases pueden ser tan útiles en un trancón como aquella que dice que: “Cada persona que ves está luchando una batalla de la que no sabes nada. Sé amable siempre” y que, según una rápida búsqueda en Google, es de Robin Williams, Sócrates o Platón.

A veces, estamos tan centrados en nuestras propias luchas que es fácil olvidar que todos estamos en lo mismo. Cuando uno no tenga urgencia, cuando está de buen ánimo, es más amable –con uno y con los otros– no engancharse. Al final del día, uno no sabe en qué anda el otro o la otra, si anda buscando un baño o está tan ensimismado en su propia lucha que prefiere desconocer las de los otros.

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