Asumir el descontrol de la vida diaria

Manuel Gómez Vega nos invita a dejar de creer en la ilusión de control: “Aun si planeamos, nos preparamos, contamos con recursos –tiempo y/o dinero– para un proyecto, siempre existe la posibilidad de que aparezcan imprevistos que modifican el escenario”

Mindfulness

La ilusión de control es una de las que más fascinación me produce, por la fe, por el empeño que a veces invertimos en ciertos procesos para obtener determinados resultados que, suponemos, nos harán más felices. A veces, pueden ser tantas las expectativas por lo que creemos que sentiremos si alcanzamos determinado logro, que la necesidad de control parece exacerbarse.

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En realidad, no hay nada que podamos controlar del todo. Aun si planeamos, nos preparamos, contamos con recursos –tiempo y/o dinero– para un proyecto, siempre existe la posibilidad de que aparezcan imprevistos que modifican el escenario: el clima no es el que esperábamos, alguien clave se enferma, se presenta un accidente, un proceso que desconocemos resulta más largo o agotador de lo que suponíamos y un largo etcétera.

Podemos asumir esta dinámica –la base de la vida diaria– con cierto fatalismo y hasta usarla como justificación para no hacer nada. Por lo general, sin importar la índole del imprevisto, tendemos a reaccionar de manera parecida: con rabia, tristeza o quejadera que, emociones en cuyo fondo anida el miedo a lo que podría pasar si las cosas no son como creemos que deberían serlo.

Intentar controlar imprevistos es una tarea inútil, pero podemos intentar controlar la manera como reaccionamos a ellos. No es poco: desde un punto de vista netamente operativo, asumir esto puede ayudar a que seamos más asertivos y eficientes; para la salud mental, aceptar que no tenemos control sobre la mayoría de las variables y que existe siempre la posibilidad de que aparezcan nuevas puede ayudarnos a responder de manera más tranquila a las situaciones que se nos presentan a diario.

Ahora, intentar controlar cómo reaccionar frente a los imprevistos nos puede llevar a otra conclusión: a veces no podemos controlar ni eso que, en principio, depende solo de nosotros. Quizás, antes de intentar controlar, podemos intentar aceptar la nueva situación. Aceptar es limitarse a constatar un hecho, sin tener en cuenta si es bueno, favorable, justo o no para nuestros objetivos.

Es fácil que una situación distinta a la que esperábamos nos produzca algún grado de frustración. Aun así, me sorprende a veces la cantidad de tiempo que llegamos a invertir en no aceptar las nuevas condiciones del juego, lo cual es contraproducente: entre más rápido aceptemos las nuevas condiciones, así no estemos de acuerdo con ellas, más fácil es intentar resolverlas, si hay algo que podamos resolver.

No es algo fácil de hacer. Pero por algún lado podemos empezar. Lo primero: notar cuál es nuestra tendencia de reacción ante los imprevistos y cuánto tiempo duramos sin aceptarlos. En una ciudad como esta, con tantos procesos y actores simultáneos, cada día está lleno de posibilidades para hacerlo.

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