Una escopeta de oro, un Cristo del tamaño de una mano adulta, anillos con forma de cinturón de castidad y cadenas con personajes como Hello Kitty o el Hombre Araña incrustados en diamantes. No es un videoclip de reguetón, es el catálogo real de Jorsuar Joyeros, la empresa de lujo que maneja Jorsuar Suárez, padrastro del niño Lyan Hortúa.
Mientras el país se estremecía por el secuestro del menor en Jamundí y acompañaba con solidaridad a su familia, las redes sociales de Suárez contaban otra historia: la de un comerciante que vende joyas excéntricas a futbolistas y celebridades desde una tienda en el exclusivo barrio Ciudad Jardín, en Cali. Su cuenta de Instagram, con más de 80 mil seguidores, es un desfile de ostentación y lujo sin pudor.
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Jorsuar salió ante medios tras el regreso de Lyan para agradecer la solidaridad y quejarse por la falta de apoyo estatal. “Somos personas de bien que quieren salir adelante”, dijo. Sin embargo, las apariencias comenzaron a tambalear cuando revista SEMANA reveló que el caso del secuestro podría tener vínculos con un ajuste de cuentas del mundo narco. Según esa investigación, Angie Bonilla —madre de Lyan y pareja de Jorsuar— habría sido señalada de quedarse con bienes de capos como Diego Rastrojo.
La joyería, sin embargo, seguía operando como un templo del lujo urbano. Entre sus piezas, una cadena con un gran dije en forma de escopeta —sí, una escopeta— acompañada por música de Natanael Cano y Peso Pluma, evoca un estilo que parece sacado del corrido tumbado. “Y bien forrados los paquetes van… polvo, ruedas y también cristal”, dice la canción que musicaliza la joya.
En otra historia, la propia Angie Bonilla aparece promocionando una enorme cadena de oro con un Cristo brillante. “Miren este espectáculo”, dice, con un fondo fucsia que emula el logo de Barbie. Las joyas, lejos de ser discretas, son declaraciones de poder y estética narco.
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Futbolistas reconocidos figuran como clientes frecuentes del local. En varias publicaciones, se les ve recomendando el sitio y usando anillos y cadenas personalizadas en medio de partidos o en sus redes personales.
Lo que parecía una historia de una familia cualquiera, unida por el horror del secuestro, ha mutado en una trama donde el lujo, los negocios y los presuntos vínculos criminales se entrelazan con la narrativa de violencia que sacude al suroccidente colombiano.
La historia de Lyan sigue marcando al país, pero también expone el contraste brutal entre el dolor que vive una familia y la opulencia que uno de sus miembros presume en redes. ¿Una simple joyería o un reflejo de algo más profundo? Esa es la pregunta que ahora muchos se hacen.