De las joyas de barrio bogotanas Kinjo es el restaurante que mejor encaja en el sentido más estricto de esta categoría. De hecho, antes de llamarse Kinjo se llamó Restaurante Barrio. Y Kinjo significa barrio en japonés.
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Este proyecto nacido el 20 de febrero de 2020, pocos días antes de que la pandemia nos encerrara, se convirtió en uno de los mejores regalos que pude ofrecerle a mis amigos más cercanos esos meses extraños, para celebrar momentos especiales a punta de un intercambio de domicilios deliciosos que llegaban con mensajes escritos a mano por alguien que no nos conocía pero traducía nuestros deseos y abrazos contenidos. A veces pintaban una carita feliz en el empaque ¡esos pequeños gestos épicos del 2020!
A Andrés le mandé de cumpleaños una carne jugosa, a Alejo un mix de platos asiáticos, a Charlie un combo con sake incluido porque teníamos un proyecto exitoso que celebrar.
La entraña jugosa con sabor a fuego, los rollos frescos impecablemente armados, las salsas intensas para las carnes, livianas para ensaladas y mariscos, la gran oferta de platos entre los que suelo pedir el udón batayaki, los crab rolls, y dependiendo del antojo del día nori fries, Kinjo corn o tacos.
Creo que Kinjo es el domicilio que más veces he pedido en la vida, y ni siquiera el par de veces que se ha demorado en llegar me ha defraudado. Les perdono los tiempos de entrega porque siempre llega delicioso, porque cuando ha llegado tarde lo ha traído la propia dueña en su carro y porque en esencia son un amado restaurante del barrio. No del barrio donde vivo, pero “de barrio barrio”.
No sería la gran joyita que es si no invitara a echarse el viaje al espacio físico donde se produce la magia. En medio de una cuadra muy comercial de Prado Veraniego, las delicias de Kinjo son el atractivo de un público muy heterogéneo, tanto en edad como en intereses y perfil socioeconómico.
“Vienen muchos niños a comer sushi, estudiantes buscando sabores y tendencias, políticos de toda la vida, algunos chefs muy famosos y adultos mayores, que son mis clientes más cercanos”, dice Marialejandra León, la cabeza del proyecto. “Las familias deciden donde ir pensando en lo que quieran los niños; hoy nadie le pregunta a los mayores dónde quieren ir y a mí me encanta atenderlos porque quieren hablar, quieren que la comida les recuerde algo, quieren saber cómo viene cada plato, quieren compartir sus historias” añade.
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Esto pasa en un edificio con luces neón y murales internos pintados por un tatuador, donde el ruido, el humo y las conversaciones se funden en una atmósfera cercana guiada por un mesero amable y conocedor, como Edwin Bermúdez, que venía de trabajar en La Bonga del Sinú, el Club Los Lagartos y Coctel de mar, y ha arrastrado consigo a muchos comensales que le creen a su curaduría. Si Edwin trabaja en Kinjo eso debe ser bueno.
El lugar tiene vida propia, dan ganas de volver, no termina uno de entender cómo gente tan diversa se reúne en un local de dos pisos, extraño para la zona, con precios probablemente altos para el ticket promedio del sector pero de ninguna manera para la calidad de la oferta y la experiencia en general.
Calidad y calidez, o una serie de eventos afortunados
Unos meses después de la inauguración y cierre de puertas por la cuarentena, Andri León, hermana de Marialejandra y la socia cocinera del proyecto, se mudó con su familia a Nueva York. Marialejandra, administradora de formación, se quedó con unos socios inversionistas poco conocedores de la industria, y con el chicharrón de sacar adelante el proyecto en un contexto donde los domicilios, y un préstamo de su papá, eran la única salvación.
Cuenta que una serie de eventos afortunados permitió la viabilidad del proyecto: Andrés, el asesor de Rappi con quien construyó una relación cercana y le daba consejos mucho más allá de su rol. “Me decía pauta mejor así, entre las cinco y las siete de la noche saca esos domicilios muy rápido para tener buenos reviews. Se convirtió en un aliado muy importante”, recuerda.
Tanto como la influenciadora Alejandra Agudelo (@alejandralcubo) quien hizo un pedido a domicilio y desencadenó una visibilidad inesperada que se potenció cuando Claudia Ledezma (@foodhunterco) y el periodista Mauricio Silva de El Tiempo (@msilvaazul) conocieron y recomendaran el proyecto, trayendo a muchos otros comensales, entre esos a mí.
La buena cocina, el buen servicio y la propuesta variada y atractiva para un público muy amplio han garantizado desde entonces el voz a voz del que Kinjo goza.
“El secreto es que somos un restaurante de barrio barrio”, dice Marialejandra, “Donde la calidad es lo más importante”, añade. Y la calidez, añado yo, después de que me contara, y Edwin me confirmara, que la rotación en Kinjo es bajísima, que los turnos de los empleados no se parten porque el tiempo que dedican a sus familias y proyectos personales es tan importante como el que están trabajando, y porque eso se traduce en que el servicio sea mucho mejor.
También cuentan que a los proveedores se les da una mano cuando tienen sobre producción y así han nacido platos de la semana o cortesías para clientes, que a los vecinos mayores que se ausentan mucho tiempo los visitan en sus casas, para confirmar que estén bien.
Hay cosas que a todos nos dan ganas de cuidar, las joyitas de barrio son una de ellas.
Más información en:
IG: @kinjobog
Cra 49 #128 c-06
Reservas: 3212943257