Cuando Eddie White Junior tenía dos o tres años su mamá se fascinó con la manera como completaba los libros ilustrados rayando los espacios en blanco. Es el menor de cuatro hijos y a los cuatro años empezó a dibujar con tinta, inspirado en los libros de fotos de animales. Eddie creaba sus propias historias; inventaba matrimonios entre coloridos insectos.
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Su saco favorito tenía la imagen de un tucán, le gustaban los animales que había al otro lado del mundo. De este. Creció en Adelaida, Australia, una ciudad que siente cercana a Bogotá por las montañas, la lluvia y los planes para hacer en casa cuando el día está gris.
A los 13 años creó junto a dos amigos del colegio su primer estudio de animación. Estudió artes dramáticas, por eso actúa, canta, baila. El estudio The People’s Republic of Animation existió 14 años y el clímax de esa aventura fue una nominación como mejor corto animado, con The Cat Piano, a los premios Óscar de 2010. No ganaron y la ilusión de una carrera en Hollywood se disolvió. En 2014, con una tusa profesional, liquidó la empresa.
Ocho años antes, cuando participaba en un festival de cine animado en Croacia, conoció al primer colombiano de quien se hizo amigo en la vida, Andrés Barrientos. “Desde entonces, cuando conocía a un colombiano sentía una conexión inmediata”, dice. Impulsado por esa conexión, vino a Colombia en 2017.
El arte de ilustrar la colombianidad
Volvió a Colombia en 2020 buscando un nuevo camino profesional, podía aterrizar en el apartamento de Andrés, en Bogotá, y conocer a una chica de Zipaquirá con la que se escribía hacía meses por Instagram. La relación no pasó la prueba de la vida real, pero Colombia fue una aventura desde el comienzo.
En febrero de ese año instaló sus cosas en Bogotá, empacó ropa de clima caliente para ir al Festival de Cine de Cartagena cuatro días y allá lo agarró la pandemia. Duró siete meses encerrado solo en un Airbnb en Cartagena. ”Caminar por el centro era como tener un museo entero para mí solo”. Fue la inspiración de sus primeras impresiones ilustradas del país.
Al comienzo dibujó tormentas e hizo ilustraciones eróticas, después surgió la idea de hacer un abecedario ilustrado de la colombianidad que iba descubriendo, letra a letra, de la A a la Z.
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A de arepa, de aguardiente, arequipe y arroz con coco; H de Higuita, de herpo, de hormiga culona; M de Maluma, de mariposa morpho azul, de mango. Empezó a llamar la atención de seguidores locales antojados de lo fresca y sugestiva que resultaba su cuenta de Instagram. Un año después comenzó a ilustrar la serie de mujeres de distintas regiones del país y se armó cierta polémica; celebrados por la mayoría, a algunos estos dibujos les resultaron sexistas, clichezudos o banales.
Verse a través de los ojos de un ilustrador extranjero viajando por Colombia puede ser interesante o inquietante. “Yo hacía dibujos eróticos mucho antes de conocer a las colombianas”, dice.
Su serie de frutas y comida colombiana es menos polémica y mucho más celebrada, ProColombia no podría haber creado una estrategia de amor por las frutas más efectiva en redes sociales que las infografías de Eddie. Algunas se han convertido en camisetas, entre otros productos que vende en su página web.
Bajo títulos como “Amazing fruits of Colombia” traza los contornos de una granadilla, su fruta favorita, junto a un mangostino, una uchuva, un chontaduro y un tomate de árbol. Refresca ver la diversidad de sabores y regiones con ojos de extranjero probando el país. “Es raro, pero los colombianos prefieren tomarse la fruta en jugo que comérsela con la mano”, anota.
Habla del Chocó como un tesoro recién descubierto. Nota que somos un país racista y clasista, una sociedad estratificada con círculos sociales muy cerrados. Le sorprenden nuestra necesidad de armar bandos, la importancia de la religión y la familia en nuestra cultura y el hambre por inventarnos una identidad nueva, un poco salvaje, un poco rebelde, definitivamente más orgullosa que la de hace tres décadas.
Conoció a Colombia justo un año después de la firma del proceso de paz y cree que esa coyuntura le ha permitido descubrir, al tiempo que a muchos locales, el país oculto tras el conflicto.
Viaja solo, para no distraerse. Lleva 20 departamentos visitados y dice que va por los 32. Le gusta compartir dichos regionales: “Es enseñarle los dichos de una región a los habitantes de otra”.
Recientemente, ha ilustrado los cuentos para niños con los que crecimos, las marcas de alimentos y bebidas que llenaron nuestras loncheras en los ochenta y noventa, la naturaleza de las parejas interculturales y las canciones fiesteras de fin de año, entre ellas Cariñito, una de sus favoritas.
Su primer libro, Caldo de ojo, 100 dichos y palabras colombianas, lanzado en la pasada Feria del Libro de Bogotá, reúne ilustraciones y descripciones en español e inglés de las frases colombianas.
Eddie no habla un perfecto español, renunció a las clases formales, pero se esfuerza por conectar desde nuestros códigos culturales. Entre sus palabras ilustradas se encuentran gomelo, enguayabado, aguacatado, gallinazo. Divierte ver la versión gráfica de frases de uso cotidiano sorprendentes a los ojos de un extranjero, como “A calzón quitao”, “Hasta las tetas”, “Dar papaya”, “Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”.
Es la idiosincrasia popular colombiana a través del espejo de sus observaciones. “Los colombianos aman encontrarse en sus rarezas”, dice.
Tiene anotados más de cien dichos nuevos para ilustrar. Frases oídas al pasar. “Colombia jamás será aburrida”, sostiene, “no me imagino viviendo en ningún otro lugar”.
Eddie dice que para lidiar con la frustración de que en Colombia casi nada funcione como debería, ni la aplicación del banco, ni internet, ni el arreglo del plomero, ha desarrollado una de las armas más colombianas: el sentido del humor que nos salva de enloquecer.
Más información: @eddiewhitejr www.eddiewhitejr.com