Conocí a Elsa Riveros hace unos 15 años tal vez. Fui uno de los grandes espectadores de su voz y su música al otro lado del radio. Fui testigo de su éxito con su banda Pasaporte, me aprendí al derecho y al revés “Igor” y “Penélope”, una de sus canciones más famosas y, por supuesto, la vi cantar “Desvanecer” en su versión original junto a Poligamia.
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Estos son mis referentes sobre Elsa a nivel musical, y de seguro los de muchos otros.
Recientemente me la he encontrado en diferentes escenarios y siempre me llama la atención su forma de ser tan alegre, extremadamente extrovertida, “valehuevo”, y en especial muy feliz. Por eso, además de la música, quise hablar con ella sobre su elixir de la felicidad.
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“Regresé a Colombia a buscar algo que no he terminado”, me dijo hace unos días, lo que llamó mucho mi atención. Dejó su vida en pausa en EE.UU. para regresar por una maleta que pensó había soltado. Pero esa maleta llena de letras, discos y escenarios siempre ha estado viva esperando ser reclamada, como una caja de Jumanji, que aun estando cerrada golpea con tambores y sonidos, y que sigue esperando que alguien termine el juego.
Elsa regresa para lanzar los dados de nuevo y ver qué más puede suceder con la música, porque en mi recorrido como periodista he podido ver que es una carrera supremamente adictiva. La música es así y punto. No conozco el primer caso de un artista que renuncie a ello tan fácil.
Su vida ha ido mucho más allá del pentagrama. Ha estudiado varias carreras relacionadas con el arte en las que incluso, en un par de ocasiones, fue compañera de Andrea Echeverry. Terminó ciencias políticas en Towson Maryland y esto suena muy cool; pensaríamos que lo hizo para ejercer algún cargo político o de cierto reconocimiento. La verdad es que lo hizo pensando en ayudar a las comunidades. Aquí es donde me atrevo a pensar que su universo es demasiado coherente y enlaza perfectamente con el significado del nombre “Igor” (el vigilante que cuida a los demás).
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“Mi corazón está con el pobre, con el desvalido, con el anciano, con el enfermo”, aclara. Logró un proyecto político para que se les pagara mejor salario a las personas de la ciudad de Alexandria, Virginia. Sin utilizar guitarras ni teclados se dedica a cantarles las verdades a pequeños gobiernos para que a través de su voz se logre el bienestar de muchas personas que lo necesitan.
Y es que es la verdad, porque la mayoría cree que emigrar es en gran parte un acierto, pero las verdades ocultas pueden ser otras. “Allá no eres nada, ni eres ni mierda, eres lo más bajo de la pirámide”, dice Elsa. Este es el escenario en el que Elsa ha brillado en los últimos años, poniéndole las luces del show a quienes más lo necesitan.
“Allá no eres nada, ni eres ni mierda, eres lo más bajo de la pirámide”, dice Elsa.
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Este es el escenario en el que Elsa ha brillado en los últimos años, poniéndole las luces del show a quienes más lo necesitan.
Así es ella, porque Elsa siempre ha sido Elsa desde las tarimas, desde donde ha expresado todo su sentir, donde se ha encaramado embarazada y desde donde en 1988, durante el Concierto de Conciertos, le tocó cantar el Himno Nacional y, acto seguido, presentar al Alcalde de Bogotá (en aquel entonces Andrés Pastrana). Luego de la intervención del mandatario local, Elsa agarró el micrófono y se puso a gritar “Bogotá del putas Bogotá”. Muchos le dijeron que era una falta de todo y que qué vergüenza con el alcalde. Para sorpresa de los políticamente correctos, el estadio en pleno empezó a corear, “Bogotá del putas Bogotá”, una frase que no se olvida, que Bogotá lleva como un tatuaje; aunque sintamos que hoy Bogotá esta es llevada del putas por tanto despelote.
Elsa está aquí una vez más, en la tarima de Concierto de Conciertos, por eso creo que Elsa como la música nunca se va, ni se queda, sencillamente nos ayuda a viajar, como el mismo Pasaporte.