Situado a unos 98 kilómetros al noreste de la ciudad de Tunja hay una iglesia de Colombia que por años ha llamado la atención. Y es que, dentro de su estructura, de sus decorados, de cada una de las imágenes de devoción y en medio de la fe de sus habitantes convive una pieza que genera temor.
PUBLICIDAD
Puede leer: La leyenda de Mirthayú, una de las gigantes de Huila
Se trata de un diablo con cuernos, barba y una mordaza en la boca que está suspendido en uno de los arcos principales de la iglesia. Pero el diablo no está solo, pues a cada uno de los lados se disponen de dos dragones y dos ángeles haciendo la señal de silencio. La imagen durante décadas ha tenido una infinidad de interpretaciones, pues aseguran que esto es para representar que ese demonio es prisionero de las fuerzas de la fe.
“El primero, recordando a la maldad que proviene del inframundo y retorna eternamente a la tierra (es un dragón que se come la cola). Mientras el silencio representa el secreto y el preludio de la revelación divina, de la palabra de Dios: con un dedo en la boca pide escuchar y no hablar. En especial, bajo la mirada del diablo, que más que muerto, está vivo y anda entre nosotros”, se lee en una publicación del portal de la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano en el año 2017.
La imagen ha creado cierto escepticismo entre los turistas quienes llegan a diario al santo lugar que en el año 1640 pasó del control del clero secular a manos de los jesuitas, quienes la dispusieron como el punto de partida para la empresa misionera de reducciones a los Llanos orientales, en el Nuevo Reino de Granada.
“En la ejecución, se implementó todo un conjunto de prácticas de acuerdo a la espiritualidad de San Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, que se manifestaron no sólo en los hábitos, sino también en la arquitectura y en el programa iconográfico del templo religioso”, se lee en otra reseña.
Puede leer: ¿Conoce la bici-riel de Colombia? Este el secreto histórico de esta atracción
Así, la aparición de un diablo en el techo del Arco Toral reivindicó el discurso que los Ejercicios Espirituales definían sobre el mal, de acuerdo a la espiritualidad ignaciana del siglo XVII.