En el mundo de Gigantes, la magia entorno a sus mitos y leyendas evocan lo más sublime de las creencias colombianas, dejando descubiertas las raíces y bases de una cultura que perdura en el tiempo, como Mirthayú.
PUBLICIDAD
Puede leer: ¿Conoce la bici-riel de Colombia? Este el secreto histórico de esta atracción
La imagen de la mujer se ve con el cielo como único techo, un enorme hueco en el pecho mientras sus manos parecen que quisieran albergar a quien la desee visitar, pero en medio de sus rasgaduras, su tono gris y la cerca de madera que la protege hay una leyenda que se desprende de las paredes históricas de la localidad.
Según lo que recoge el portal de Cultura, Recreación y Deporte de Colombia los pobladores dicen que hace muchísimos años, el Cacique Tairón, tenía como rutina ofrecer un sacrificio. Cuando estaba en medio de uno de esos rituales, una nube que esparcía rayos de colores.
Y en el centro iba una mujer muy hermosa esta le entregó a Tairón y a su tribu una tierna niña y las instrucciones precisas para criarla y forjar su futuro. Los Taironas dedicaron toda su atención y esmero a la crianza de esta hermosa criatura y por nombre le pusieron Mirthayú y la eligieron como su única reina.
“Cuentan que de repente un día llegó un gigante llamado Matambo, que se encargó de sembrar el terror en la tribu de los Taironas. Ellos, ante aquella amenaza, visitaron deprisa a su reina y le suplicaron que interviniera ante el inminente peligro. Dicen que Mirthayú se enfrentó al gigante y éste al verla quedó hipnotizado por su belleza. Entonces, inclinó reverente su cabeza ante la reina y le pidió disculpas por el atropello que estaba cometiendo contra los suyos. Así todo volvió a quedar en paz y armonía”.
Pero el amor surgió entre ambos, pero al tiempo el gigante tuvo que enfrentarse a la tribu de los Michúes, quienes se opusieron a que Matambo cruzara por sus predios., y el enfrentamiento murió.
“Dicen que la reina recurrió a los hechiceros para que le devolvieran la vida a su amado, pero ellos nada pudieron hacer. Recorrió los senderos en busca de auxilio y arrancó su rubia cabellera. El viento se la arrebató de las manos y la esparció por la zona cercana dando origen a los farallones y altares que hoy se observan al llegar al municipio de Gigante, en el Huila”.