La Bienal de Arte y Ciudad BOG25 irrumpió en Bogotá con un gesto contundente: llevar el arte fuera de los espacios tradicionales y dispersarlo por la ciudad. Para muchos habitantes fue la primera vez que se encontraron con obras en lugares cotidianos como la Plaza de Lourdes, el Eje Ambiental o el Parkway. Para los estudiantes, egresados y docentes del programa de la Universidad El Bosque, que participaron desde dentro del proceso, fue una oportunidad inédita de pensar el arte en relación directa con el territorio.
En un año donde la capital se propuso estar a la altura de grandes ciudades como Venecia o São Paulo (referentes internacionales de Bienales), el desafío consistió en convertir a Bogotá en un epicentro cultural capaz de dialogar con el mundo.
Así lo señala Diany Garnica, directora del programa de Artes Plásticas de la Universidad El Bosque en entrevista para Publimetro Colombia: “Es un evento muy relevante para Bogotá. La proyecta como un epicentro cultural y abre una plataforma de oportunidades para artistas emergentes, nacionales e internacionales”. La Bienal, añade, también marcó un cambio institucional: por primera vez una parte significativa del presupuesto cultural de la ciudad se destinó a las artes plásticas y visuales. “Es un mensaje claro para el país: el arte visual también es motor de ciudad”.
El arte que se encarna: la experiencia de Mapa Teatro y Arte Dramático
Si la Bienal buscaba que el arte se viviera con el cuerpo, pocas obras lo lograron tan intensamente como Canibalias, la intervención de Mapa Teatro. Desde allí participó Agnes Margarita Brekke Arenas, docente del programa de Arte Dramático, junto con otros artistas, actores y bailarines.
Para ellos, la calle no fue un escenario alternativo: fue el centro mismo de la obra. La propuesta retomó la figura del matachín, una figura festiva tradicional reinterpretada por Mapa Teatro desde hace años. En esta edición, los artistas habitaron las calles vestidos con trajes coloridos, máscaras y serpentinas que se extendían como un cuerpo expandido en el espacio urbano.
Las profesionales recuerdan el proceso así: “Nos vestimos de matachines para habitar la calle con otra mirada, alejada de la perspectiva tradicional del actor, permitiendo que este deje de ser el centro y pase a integrarse a algo más grande que se mueve con la ciudad“.
El trabajo antes de salir al espacio público fue intenso. Varias semanas de laboratorio permitieron a los performers aprender un tipo distinto de escucha, uno que no solo respondía al cuerpo del otro, sino al ritmo de la ciudad, al sonido, al flujo peatonal, a la arquitectura, a la presencia del público.
La preparación incluía un calentamiento físico, ejercicios de respiración y la revisión conceptual de las acciones performáticas. El reto mayor no fue el vestuario ni las largas jornadas, sino habitar un espacio tan cargado como el centro de Bogotá desde una propuesta poética.
“El centro es rudo, ruidoso, duro, cuenta Brekke, pero la respuesta de la gente fue bellísima. Los niños se acercaban, la gente se unía. Fue una experiencia profundamente humana”.
Para los egresados, egresadas y docentes del Programa de Arte Dramático, participar en la Bienal fue significativo: una oportunidad de entrar en diálogo con prácticas visuales y artísticas que amplían la experiencia escénica: “Fue innovador estar en un evento que históricamente ha sido de las artes plásticas. Es un cruce de lenguajes que nos permite pensar nuevas formas de performar y de relacionarnos con la ciudad”, afirma Brekke.
El arte que se piensa: artes plásticas, pedagogía y ciudad
Mientras el performance ocupaba las calles del centro, el programa de Artes Plásticas de la Universidad El Bosque desarrollaba intervenciones en distintos puntos de la ciudad. Una de ellas fue Sembrando Intenciones, una obra colectiva realizada en el Parkway por un grupo de egresados del programa.
La otra acción, de carácter formativo, fue la serie de derivas Archivo de espectros, desarrollada en el marco de la exposición La ciudad de los espectros: Bogotá ante el tiempo, en la Sala de Exposiciones del Colombo Americano (sede centro) y curada por Julián Serna.
Para Diany Garnica, la participación no solo fue una oportunidad profesional, sino una extensión natural del trabajo pedagógico del programa: “Creemos que el arte debe vivirse fuera del aula, en el territorio. Nuestros estudiantes exponen desde primeros semestres en espacios como San Felipe o el antiguo edificio Telecom. La Bienal es una plataforma más que da continuidad a esos procesos”.
Esa continuidad no surge del azar sino de un ecosistema académico activo: clases involucradas, semilleros como Entre las Artes, proyectos de grado en espacios públicos y una red de docentes que lideran procesos creativos de largo aliento. Profesores, egresados y estudiantes construyeron juntos derivas, recorridos y narrativas visuales que luego se transformaron en intervenciones para la Bienal.
Garnica destaca el trabajo minucioso que requiere llegar a un escenario así: “Seleccionar materiales, pensar la intención conceptual, coordinar con curadurías, planear recorridos, pedir permisos, dialogar con comunidades, todo eso implica un nivel de responsabilidad enorme”.
Pero también implica un aprendizaje: “Estas experiencias nos llevan a pensarnos en otra escala: la escala de ciudad. Descubrimos nuevos retos, nuevas formas de relación y, sobre todo, nuevas posibilidades para que el arte sea accesible para más personas”.
Bogotá: ciudad que mira, pregunta y responde
Si algo une las reflexiones de Brekke y Garnica es la importancia del público. La Bienal no se concibió como un evento para expertos sino como un encuentro ciudadano.
Garnica lo resume así: “Todo este dispositivo se despliega pensando en los habitantes de la ciudad. Queremos que el arte salga del nicho y llegue a todas las edades y a todos los barrios”.
Brekke coincide, desde el performance: “La gente recibía la acción con gratitud. La calle nos devolvía algo: sorpresa, curiosidad, juego. Fue una relación muy humana”.
Ambas creadoras insisten en que esta edición, aunque concentrada en el centro, abre la puerta para que las futuras versiones lleven el arte a más zonas de la ciudad, descentralizando la experiencia cultural.
Un cierre que abre caminos
La Bienal BOG25 no solo dejó obras, recorridos y performances: dejó una energía colectiva. Un mensaje que, según ambas entrevistadas, debe continuar: “Es un manifiesto: aquí están las artes plásticas y visuales, esto es lo que somos capaces de hacer”, dice Garnica. “Es un aprendizaje profundo sobre el cuerpo, el espacio y el otro”, añade Montoya.
Tanto el equipo del Programa de Arte Dramático como el Programa de Artes Plásticas continuarán activos con nuevas presentaciones, exhibiciones, talleres y participación en el Salón Nacional de Artistas, entre otros proyectos. Además, ambas áreas se encuentran en proceso de admisiones para el primer semestre de 2026.
Lo cierto es que BOG25 dejó una invitación abierta: volver a caminar la ciudad con curiosidad, abrir la mirada, permitir que el arte nos interpele en los lugares donde menos lo esperamo.
