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Salento, uno de los pueblos más visitados de Colombia, no tiene planeación turística

Luego de la crisis del modelo económico cafetero, del terremoto del Quindío y del reconocimiento de la Unesco, el departamento se ha fortalecido como destino turístico. Salento, su municipio más grande y concurrido, sufre las consecuencias.

Un fin de semana de temporada alta Salento puede recibir hasta 200.000 turistas. Según las proyecciones del DANE para 2019, el municipio tiene alrededor de 7000 habitantes. En el pueblo más turístico del Quindío y uno de los principales atractivos de Colombia, las cuentas son así: por cada residente habitual, 28 están solo de paso en épocas como Semana Santa.

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Por cada residente habitual, 28 están solo de paso en épocas como Semana Santa.


 

 

¿Cómo fue que un pueblo de campesinos agricultores se volvió digno de encabezar los listados de sitios recomendados en el mundo? Quindianos como Néstor Ocampo, quien completa 50 años practicando montañismo y 28 años liderando caminatas por la zona rural del departamento, atribuyen este fenómeno a la denominada crisis del café, a una catástrofe natural y a una declaratoria internacional.

“Cuando cayeron los acuerdos internacionales que favorecían los precios del café colombiano y se generó la crisis del modelo económico cafetero, a finales de los años 80, el Quindío empezó a buscar opciones para diversificar su economía. Después del terremoto de 1999, algunas personas hablaban del turismo casi que como la única alternativa”, dice Néstor.

A mediados de 2011, la Unesco declaró que el Paisaje Cultural Cafetero, del que hacen parte ciertas zonas del Valle del Cauca, Risaralda, Caldas y Quindío, era ‘patrimonio cultural de la humanidad’. “La misma Unesco advierte que la llegada de turistas extranjeros aumenta hasta un 10% en las regiones que entran en esta categoría. Hace 25 años nadie conocía Salento y hoy es uno de los destinos turísticos importantes en Colombia”, agrega el montañista Ocampo.

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 ¿Sostenibilidad?

En febrero pasado, Salento renovó su certificado como destino turístico sostenible a través de un sello que entrega el Instituto Colombiano de Normas Técnicas y Certificación (Icontec). Dicho reconocimiento corrobora que los destinos turísticos del país que lo poseen cumplen con los requisitos de sostenibilidad, pero esto no refleja el sentir de los salentinos.

«En Salento, el turismo no es sostenible sino ‘sostemible’. Muchos turistas no tienen conciencia ambiental: vienen a dejarnos el humo de los carros y la basura»: Alejandro Arango, artesano.

Alejandro Arango, un artesano que elabora piezas en cerámica para que los visitantes adquieran como recuerdos de viaje, pone en duda la certificación del Icontec: “Yo digo que en Salento el turismo no es sostenible sino ‘sostemible’. Muchos turistas no tienen conciencia ambiental: vienen a dejarnos el humo de los carros y la basura… Este era un pueblo tranquilo, ahora estamos viviendo una calamidad muy grande”, explica el campesino.

 

 

“Uno de los requisitos básicos para que un destino turístico pueda ser declarado y certificado como sostenible es que exista un estudio que defina su capacidad de carga, pues desde esa base es que se puede planificar el turismo. No existe tal estudio en el caso de Salento”, dice Néstor Ocampo.

Los habitantes del municipio pueden hacer una lista con los daños que causa la falta de planeación: vías desgastadas por la alta circulación de vehículos, caballos en malas condiciones de salud que se ponen al servicio de los visitantes por rutas poco definidas, vendedores informales en espacios públicos, racionamiento de agua cuando el líquido se vuelve insuficiente, residuos sólidos entre la vegetación y olores fétidos cuando la planta de tratamiento de aguas residuales no da abasto.

«El problema no es el turismo, sino la falta de buenas prácticas ambientales”: Diana Salazar, propietaria de una finca ecoturística.

“Gran parte de Salento ya les pertenece a extranjeros. Sucede lo mismo que en todas las regiones: el problema no es el turismo, sino la falta de buenas prácticas ambientales”, asegura Diana Salazar, propietaria de una finca ecoturística.

Las maravillas del Paisaje Cultural Cafetero son razón suficiente para que miles de colombianos y extranjeros quieran recorrer los lugares que hacen parte de él. Al mismo tiempo, esto lo convierte en sitio de interés para operadores de turismo que sacan ventaja de la poca planeación que ha tenido dicha actividad y obtienen ganancias sin responsabilizarse de las consecuencias ambientales y sociales.

 

En Salento, las cifras sobre los visitantes son solo estimaciones. Para entrar al Valle de Cocora, uno de los principales atractivos de la región, no existen controles ni capacidades máximas. Algunos dueños de predios han instalado peajes a la entrada de sus terrenos para que los turistas tengan que pagar si desean continuar con el recorrido. Argumentan que lo hacen con el fin de cubrir los gastos y daños que dejan los visitantes.

«Ninguna alcaldía se ha imaginado ni ha planeado los alcances del turismo en Salento»: Concejala Orfa Correa.

“Ninguna alcaldía se ha imaginado ni ha planeado los alcances del turismo en Salento, apenas se está iniciando el proceso de modificación del Esquema de Ordenamiento Territorial. Tiene que haber un peaje ambiental y regulación de la gente que entra. El turismo llegó sin planificación y las personas a las que no les gusta trabajar sobre las normas se aprovechan de eso”, dice la concejala Orfa Correa.

La transformación

El único billar que hay en Salento queda en el Café Danubio, que lleva más de 70 años sobre la calle más turística del pueblo. Danubio también tiene canchas de tejo. Para los turistas extranjeros a los que les resulta extraño este deporte creado en Colombia, en la puerta del café hay una cartulina con las explicaciones escritas en inglés: “How to play Tejo”, “One Point. Whoever gets closer to the ring”, “Four Points. Whoever gets an explotions and gets inside the middle…”.

Por momentos, la gente que transita las calles recrea un pueblo de otra parte del mundo. Mujeres con cabellos cuyas tonalidades no son frecuentes en Colombia, familias en las que el integrante más bajito mide dos metros y ojos rasgados en caras redondas con pieles claras y cabellos lisos.

 

Don Jesús Loaiza, que se dedicó 50 años a cultivar papa y a ordeñar vacas en las montañas del Quindío, tuvo que sumarse al cambio: “Ya no me daban trabajo, entonces me vine para el pueblo y compré este carrito”, cuenta mientras señala un jeep para niños, representación de los camperos de tamaño real, en el que cobra $2000 por una vuelta a la plaza o $1000 por una fotografía junto al minivehículo.

Las transformaciones que ha generado el turismo, sobre todo el internacional, también se ven en los restaurantes: inmensas casas convertidas en comederos donde poco a poco se implementan las opciones vegetarianas para los visitantes que no comen carnes, casi todos europeos. Antes, en la mesa de un agricultor era impensable servir una albóndiga de lentejas o un crep relleno de vegetales.


En Salento no hay taxis porque casi todos los recorridos se pueden cubrir a pie o en los jeeps que ofrecen viajes a Filandia y al Valle del Cocora.


“El turismo en el Quindío nos ha cambiado la vida de una manera radical. Modifica los paisajes, los ciclos económicos, la forma de hablar de la gente y el ritmo de vida. Nosotros, paulatinamente, nos vamos convirtiendo en ciudadanos de segunda al servicio de los visitantes”, dice el montañista Néstor Ocampo, oriundo de Calarcá.

En Salento no hay taxis porque casi todos los recorridos se pueden cubrir a pie o en los jeeps que ofrecen viajes a Filandia y al Valle del Cocora. Los turistas colombianos van en sus vehículos y por eso es común que los subtítulos de las placas de los carros sean “Cali”, “Bogotá”, “Circasia”, “Pereira”, “Armenia”, “La Calera” y “Funza”. Todo el municipio cuenta con un solo banco y dos cajeros automáticos.

Para generar más ingresos, por ejemplo, un habitante de Salento montó una venta de fritanga afuera de un lote que funciona como parqueadero. Así, sus labores diarias se reparten entre fritar empanadas y aborrajados, ubicar los carros y motos que necesitan ser guardados, atender la venta de comida y cobrar $2000 por cada hora que un vehículo permanezca en el lugar.

Turismo sí, pero no así

En las fotos de Salento que Google pone al alcance de cualquier ciudadano del mundo, el pueblo se muestra con sus calles despejadas. Las casas coloridas que bordean las vías angostas parecen un cuadro pintado a mano. El Valle del Cocora, otra constante en las postales de la región, se retrata con las enormes palmas de cera como sus únicas ocupantes.

Lejos de estas imágenes, el escenario es distinto. Aún en los días en los que Salento tiene pocos visitantes, las calles están llenas de gente. En Cocora se forman ‘trancones’ de caballos. En temporada baja, hasta 15.000 personas pueden estar de paso un fin de semana en el municipio: más del doble de sus pobladores. Al año, el número de turistas sobrepasa el millón.

 

“Salento es una cosa descomunal. Siempre hemos dicho que turismo sí, pero no así. Con Filandia, donde ya empieza a verse ese mismo efecto, hemos ido tomando medidas para que el asunto no nos coja ventaja”, explica el gobernador del Quindío, Carlos Eduardo Osorio.

Mientras para algunos dueños de establecimientos comerciales es indudable que los atractivos turísticos del municipio han sido mina de beneficios económicos, otros siguen viendo este fenómeno como una desgracia por su falta de control.

“Los campesinos bajaban hace 25 años al pueblo y almorzaban en uno de los restaurantes. Ahora no pueden hacerlo porque los precios están diseñados para turistas. Esa es una forma de ir desplazando a la gente: en Salento ya casi no hay salentinos. El turismo puede ser un gran mecanismo de comunicación e intercambio cultural, pero solo si hay un criterio de responsabilidad”, afirma Néstor Ocampo.




“Vamos a dejar un municipio muy organizado”: Juan Miguel Galvis, alcalde de Salento

¿Qué está haciendo su gobierno para ordenar el turismo?

Cuando inicié mi alcaldía, Salento era totalmente distinto a como es hoy. Iniciamos mejorando la movilidad: hicimos un muro de contención, abrimos otra salida del municipio y adecuamos franjas peatonales. Para que el turismo no se quede solo en la plaza principal, reactivamos el mirador con locales, adoquines y unas letras de “Amo a Salento”. También reubicamos a quienes alquilan caballos y adecuamos una zona de parqueo para buses.

Pero la plaza central sigue estando llena de vendedores…

Así es, esto no permite disfrutar de la arquitectura. En una esquina de la plaza estamos construyendo el Recinto Gastronómico y Artesanal Villanueva de Salento con recursos del municipio, de la Gobernación y de Fontur. Este proyecto servirá para reubicar las cocinas y los artesanos y así recuperar la plaza principal. Se estará terminando entre octubre y noviembre. Creo que vamos a dejar un municipio muy organizado.

Ha mencionado obras muy puntuales, ¿qué queda a largo plazo?

El Esquema de Ordenamiento Territorial de Salento se construyó hace 17 años y ya está descontextualizado. Le estamos haciendo un ajuste con aportes de la comunidad para que entre todos planifiquemos este territorio.

Los salentinos se quejan de que los turistas son cochinos y no cuidan el ambiente, ¿cómo se puede mitigar este impacto?

A los colombianos nos falta mucha cultura. Mi llamado a las personas que visitan Salento es que si traen sus productos en los bolsos, se lleven los residuos para botarlos en sus casas. En los hoteles es muy rica el agua caliente, pero tenemos que hacer un uso eficiente para cuidar los recursos naturales. Queremos que todos los que vengan a este pueblo tengan sentido de pertenencia.

¿Es legal que en el Valle del Cocora se esté cobrando por el paso?

Hay un camino que dicen que es una servidumbre (comunicación de un lugar público con otro por medio de una propiedad privada) y estamos peleando jurídicamente para que la gente pueda pasar por ahí. Otras fincas sí están escrituradas y pensaría que los dueños pueden cobrar por sus espacios porque las multitudes hacen daños y ocupan los terrenos. Hasta ahora no existe regulación para estos cobros.

También hay quejas de que los caballos son maltratados por quienes los alquilan…

Nuestro objetivo es tener una responsabilidad con los caballistas y proteger los animales. Estamos colocándoles chips a los caballos y haciéndoles monitoreos diarios.

¿Cuál es la mejor y la peor consecuencia del turismo en Salento?

Lo bueno son la economía y la dinámica del municipio. Puedo decir que el desempleo en Salento es muy poco. Pero también hay un gran problema: a raíz de la afluencia turística se han perdido nuestra cultura y nuestra identidad. Me han hecho a un lado a los salentinos, me los han sacado y han comprado sus viviendas. Uno ya no sabe ni quién está viviendo al lado. Esa es una parte triste, pero así funciona el turismo. Desde la Alcaldía estamos asesorando a las personas que quieren vender sus viviendas para que sepan qué pueden hacer con ellas y generen ingresos adicionales.

¿Cuántos turistas recibe Salento?

En Semana Santa o en otra época de temporada alta recibimos entre 150 mil y 200 mil personas. Un fin de semana del resto del año llegan entre 8 mil y 15 mil personas. Desde Medellín hay cinco buses diarios directos que traen aproximadamente 800 extranjeros. De los 120 mil turistas internacionales que nos llegaron en 2018, 110 mil pasaron la noche en Salento y eso quiere decir que tenemos un gran potencial. Al año estamos recibiendo más o menos 1.200.000 personas.

 

 

 

 

 

 

 

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