De pronto lograrla llega a llevarnos al sitial más cercano a la ruindad y es obvio: dejarnos encandilar por lo que viene con ella resulta tentador para cualquier mortal porque suponemos que de ahí las derivaciones solamente nos traerán alegría, fortuna, fama y demás.
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De ahí que, aunque sea tema antiguo -que lo tenía para columna pero cuando se atraviesa la muerte en el camino, y más la de Gabriel Ochoa Uribe a veces hay que aplazar todo- las imágenes siguen impactando. Al menos a mí: el sprint final de la primera etapa de la Vuelta a Polonia y ese duelo llevado al límite entre Groenewegen y Jakobsen que terminó en ese choque brutal, salvaje, que dejó a Jakobsen en coma y a Groenewegen en medio de la controversia por haberle cerrado el camino del triunfo a través de las malas artes.
Y es que la posterioridad del accidente -llamémoslo así para no aportar a la suspicacia- dejó ver lo que ocurre en medio del triunfo. Porque claro, hay defensores del triunfo a toda costa, pero esa postal de la llegada de la vuelta a Polonia es un poco la demostración de lo poco valioso que en ocasiones resulta eso de levantar los brazos en la meta. Es que ni siquiera el afanado Groenewegen pudo cumplir con aquel reto ciclístico de subir las manos y seguir andando porque la bicicleta de Jakobsen, dando vueltas por el aire, tumbó a su paso lo que vio, entre eso varias vallas de protección que tocaron la rueda trasera de la cicla del ganador que cayó al suelo también.
¿De qué sirvió la maniobra que condujo a Jakobsen a estar coqueteando con la muerte?
Sirvió a su manera para tratar de convencer a los protagonistas del deporte lo valioso que resulta ser conseguir el triunfo a través de la verdadera competencia leal. Quién sabe si sirva para aquellos que son los que exigen resultados a diestra y siniestra, los que están detrás del deportista -sean técnicos, preparadores, dirigentes, familia, aficionados- metiendo su talanquera de presión permanente llevando a glorificar a los que ganan, no importa cuántas cabezas se hayan arrastrado por cuenta de ese deseo de vencer.
Groenewegen ganó temporalmente: lo sacaron de competencia y le dieron de manera honorífica a Jakobsen un primer lugar en la vuelta polaca de la que nunca se enteró porque su cerebro estaba muy hinchado como para procesar cualquier información. Groenewegen entonces, por esas ansias locas de llegar de primero, pasó al Olimpo de esos antihéroes repudiados por sus artimañas y que por dejarse llevar de la vanidad, se colaron al salón del oprobio, en el que están entre otros Lance Amstrong, Ben Johnson, Roberto Rojas, Tonya Harding, Rose Ruiz y Luis Resto -de quien escribimos columna alguna vez en este espacio-.
@udsnoexisten