Columnas

Canalladas

La condición humana es una cosa muy fregada. De verdad, a usted que me lee en este momento o algún familiar o conocido suyo, por no ir más lejos, le ha tocado vivir alguna situación en la que otro humano le haga una cagada de esas que desilusionan sobre lo que realmente somos como seres con inteligencia, integridad y valores.

Y es el mundo laboral el escenario en donde la carnicería de hienas se vive con mayor intensidad. En mi caso, en el periodismo, la cosa anda en un estado de putrefacción fétida. Y sí, puede que para usted todo ha sido color rosa, obvio, casos hay y cada historia tiene diferentes guiones y actores, pero quiero compartir algo que viví que define lo mal que andamos en el escenario de la radio en este país.

No sé si esto se dé en los ámbitos de las emisoras grandes, las históricas y ampliamente reconocidas, pero en las de perfil bajo, en las del ciclo un tanto mediocre y “guerrero”, la cosa es jodida. Para empezar, la mayoría de “periodistas” muchas veces no lo son, llegan por el camino de lo técnico o terminan “graduados” por ser unos maravillosos vendedores de cupos publicitarios. En sí, no hay sueldo en este mundo para el reportero que con sudor busca surgir. No, acá el sueldo son cupos publicitarios. Y estos son la feria de “lo que sea, como sea y donde sea”. Y así como hay unos genios para vender, que son unos “taparos” como comunicadores. También hay unos muy buenos periodistas que son negados, obviamente porque no es el foco del asunto, para las ventas.

Y la ley es clara, hay que vender y si no se vende pues no gana. Aunque la emisora siempre gana. Eso sí, la cosa se “perratea” tanto que si usted pensaba que le iba a vender una millonada a Nike o a Coca-Cola, el tema termina en ventas a tiendas de barrio, canjes por un pollo asado, una pauta por 50.000, un mercado o la promoción de un taller. Es lo que sea. Es sobrevivir en el ártico espectro del mundo de la radio. Acá no vale si usted es un gran reportero, un buen cronista, si es sagaz, serio y profesional, acá es: ¡venda, mijito! El resto es romanticismo para estos mercaderes.

Y el paquete queda completo con las jugadas que hacen al son de la venta de sus espacios en la parrilla de programación. Un día hacen acuerdos a ritmo del respeto de ambas partes y un día lo rompen al son de que llegó otro tipo, mediocre por demás, pero con los bolsillos llenos y compró ese espacio. Y la emisora lo hace, sus directivos se llenan de babas y se relamen cuando hay dinero de por medio. Son proxenetas de los medios, de los medios bajos, bajos en calidad, bajos en humanidad.

Y los pelados que están empezando ven cómo su moral se diluye en la venta de cupos. Y con firmeza, sin medir nada más, dicen que los códigos para qué si hay que sobrevivir en esa realidad. Y sí, son los menos culpables, son parte de esa cadena alimenticia en la que hay periodistas mediocres, narradores malos y resentidos hasta por su color de piel, y comentaristas que se venden al mejor postor. Todo lo anterior frustra a los buenos que tienen que navegar en ese mar de pirañas. Porque hay que decirlo: hay unos muy buenos.

Cero lealtad, cero respeto, cero valores, antropofagia pura e hipocresía. Es el panorama de un gran sector del periodismo de radio. Da tristeza, da asco, es una canallada.

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