Cali

Mozart y Beethoven en el oriente de Cali: así suena la Escuela de Música Desepaz

320 niños se reúnen todos los días a ensayar durante cuatro horas. Historias de sueños que crecen entre violines, trompetas y tubas.

(Hroy Chávez)

La comuna 21 de Cali se podría presentar de distintas maneras. Se podría decir, por ejemplo, que desde hace al menos cinco años es la cuarta más violenta de la ciudad con base en el número de homicidios registrados en ella, o que en algunas de sus calles se asoma el jarillón que defiende a los caleños del río Cauca, o que uno de sus barrios tiene una biblioteca pública a la que aún no le llega el internet.

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Se podría decir también, como lo aseguró un estudio de la Personería de Cali en el 2014, que es una de las seis comunas donde se concentra la mayor proporción de víctimas del conflicto armado en la ciudad, o que fue una de las cinco comunas de la capital vallecaucana en las que ganó el ‘No’ cuando se realizó el plebiscito por la paz en el 2016.

Esta historia, sin embargo, suena distinto.

En el barrio Desepaz, cerca de callejones tan angostos en los que no caben los carros, hay un sonido de lunes a sábado que en nada se asemeja a los ruidos de los enfrentamientos y la intranquilidad que reproducen las noticias. La melodía sale de la Escuela de Música Desepaz, una construcción moderna e impecable de tres pisos en la que mañana y tarde se reúnen niños y jóvenes que le dedican su tiempo útil a la música.

“’Tiempo útil’, porque si decimos ‘tiempo libre’ es para quedarse en la casa durmiendo. Los chicos que estudian en el colegio por la mañana vienen en la tarde, y los que estudian por la tarde vienen en la mañana. Tenemos programas de banda, orquesta, coros, música tradicional, un coro de padres de familia y un grupo de guitarras”, cuenta el maestro Hárdinson Castrillón, director de la escuela.

Una tarde cualquiera es posible encontrar a Santiago Quesada, que con 15 años de edad ya lleva 10 en la escuela y su aptitud para tocar el violín le permitió ser parte de una gira por México hace cuatro años. Se interesó en la música por su hermano mayor, que ahora tiene 19 años y es monitor de violín en esa misma escuela en la que se formó.

También es seguro ver a Kevin Otero, pequeñín que apenas se está iniciando en la interpretación musical y que hace un par de semanas tuvo una clase para manejar los nervios en público junto a seis compañeros, todos violinistas. El ejercicio consistía en salir al frente, presentarse e interpretar cualquiera de las canciones de los libros de estudio.

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Ellos, no obstante, son apenas dos de los 320 estudiantes que tiene la Escuela de Música Desepaz, que se consolidó así en el 2013 luego de ocho años de esfuerzos de Proartes y la Orquesta Filarmónica de Cali para enamorar a los niños de la música. Ninguno de los estudiantes debe pagar matrículas o mensualidades. El único requisito es estar activo en la primaria o el bachillerato y vivir en la comuna, además de pasar la prueba de admisión.

“Acercar a estos chicos a la música clásica no es difícil porque ellos son como esponjas: absorben todo lo que les ofrezcan. El reto está en crear estrategias para motivarlos a seguir. En ese punto es fundamental tener buenos profesores. Los ‘profes’ de música clásica están acostumbrados a trabajar con un solo estudiante y acá les tocan grupos hasta de 14”, añade el maestro Castrillón.

El trabajo imparable de la Escuela de Música Desepaz ha llevado a sus integrantes a lugares como México, Cartagena y Bogotá. En esta última ciudad, un grupo de 36 chiquitines le cantó al papa Francisco en su visita a Colombia. Para muchos de ellos, ese viaje les significó la primera vez en un avión. Cuando fueron a Cartagena, recuerda el director, casi ninguno conocía el mar y entre los recuerdos que trajeron para sus familiares hubo agua salada y arena.

En los ensayos y presentaciones no existen las fronteras invisibles que en otros espacios del barrio privan a los jóvenes de pasar de una cuadra a otra por miedo a que las pandillas acaben con sus vidas. Los chicos, prácticamente, ocupan sus días en dos cosas: en el colegio y en la música. Por eso no se han conocido casos de consumo de drogas y de actividades ilícitas. Todo fluye. Es pura melodía.

Pero, como suele suceder en estos lugares en los que la vida suena maravillosa, el problema puede resumirse en un signo curveado y con dos líneas verticales. Aunque los estudiantes asisten gratis, cada uno le cuesta a la escuela $3,5 millones al año, presupuesto que se ha venido cubriendo con donaciones y aportes gubernamentales que van en constante disminución.

De esa carencia nacieron los programas de apadrinamiento: desde $250 mil mensuales se puede apoyar a uno de esos músicos para que siga con sus estudios. $250 mil por cuatro horas de clase diarias durante 20 días. En otro lugar, ese presupuesto se podría consumir en solo tres horas. La escuela también recibe donaciones de instrumentos y va a realizar una cena benéfica el próximo 10 de diciembre, que incluye presentación musical y teatral.

Unos 25 de los casi 85 estudiantes ya graduados siguieron su camino por la música. Algunos se han ido del país y otros trabajan como monitores o docentes de las nuevas generaciones que sueñan con melodías de paz. Niños que tocan instrumentos más grandes que ellos. Jovencitos que cumplen la cita sin falta todos los días. Adolescentes que prefieren ampollarse los dedos con las cuerdas en vez de regalarle ese tiempo al ocio.

“En un entorno donde los chicos están rodeados de tanta violencia, estar en la escuela de música los sensibiliza. Aquí prima el respeto y se les hace un aporte para que sean mejores ciudadanos, seres integrales”, puntualiza el maestro Castrillón.


  1. Los interesados en asistir a la cena benéfica pueden comunicarse al teléfono 8851179, en Cali.
  2. 30 profesores tiene la Escuela de Música Desepaz
  3. $3,5 millones le cuesta cada estudiante a la escuela por año

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