Bogotá

Mochuelo Alto, el colegio que no se rinde ante Doña Juana

No se aguantan una mosca más, ni el mal olor, pero la comunidad del colegio Mochuelo Alto está en pie de lucha y no se piensan dejar derrotar por el relleno sanitario

Las verdes montañas en el sector de Mochuelo fueron desplazadas por el hedor y el inmundo paisaje de las millones de toneladas de basura que llegan de todas partes de Bogotá.  Al fondo, no muy lejos, a unos 200 metros, desde la ventana de preescolar, el salón de la profesora Gloria Bejarano, se ve un camión descargando la basura… Uno solo de los 800 que pueden llegar en un día.

Los estudiantes de preescolar se acostumbraron a ese territorio. Los tapabocas, marcados con sus respectivos nombres, también hacen parte de ese panorama que, al mismo tiempo, está inundado de platos amarillos llenos de moscas que se quedan pegadas y mueren lentamente, o de las que aún no han caído en la trampa y se posan sobre los pupitres, la basura o alguna borona del refrigerio escolar. “Nos acostumbramos a convivir con las moscas y todavía me pregunto por qué”, dice la profesora Gloria, con una voz medio ronca por el resfriado que la acompaña. Ella vive por el Portal de La 80, pero su vida, desde hace siete años, se volcó al trabajo con la comunidad del colegio Mochuelo Alto.

Hace dos semanas, las moscas invadieron una vez más el sector. “El olor era insoportable y, sin mentirle, el piso se veía negro de tantas moscas. Tanto así que empezamos a hacer videos. Ese día fumigaron y el martes, sin saber nada, sí notamos que olía terrible, pero aún así limpiamos y barrimos. Una de las mamitas de los estudiantes nos dijo que si íbamos a dictar clase por la fumigada, que nos dijeron era con una sustancia orgánica, pero aún así a mí se me vomitaron dos niños y otros dos tuvieron que recogerlos”, comenta la profesora.

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Doña Juana, la que enferma

La situación no es distinta en 1A, pues el jueves de la semana pasada faltaron cinco estudiantes. “Cuando uno pregunta por qué faltaron, la respuesta es la misma: tienen gripa, problemas respiratorios, del estómago, en fin. Siempre me faltan dos o tres niños”, añade la profe Jazmín Murillo, muy afectada de la garganta y envuelta en una ruana y una bufanda por el frío que acompaña el ambiente.

“Trabajo desde hace tres años acá y cuando llegué el relleno no se veía tan expandido como ahora, se alcanzaba a ver un pedazo de montaña, se veía verde y ahora no. Ya sentimos el relleno como a 200 metros porque solo nos divide una carretera que está atrás y la finquita. No más”.

La profesora Jazmín, quien tiene una cabellera rizada y roja con la que llama la atención mientras camina por el colegio que está al lado de la iglesia de Mochuelo Alto, no duda en decir que sus incapacidades con el paso del tiempo se han incrementado y todo, según ella, por estar al lado del relleno. “No puede ser coincidencia. Desde que llegué a trabajar acá nunca me había visto tan enferma. En el 2015 me incapacité unas cinco o seis veces; el año pasado unas ocho o nueve veces y siempre es por gripa o alguna enfermedad respiratoria. Este año me han incapacitado una vez cada dos o tres meses por las mismas razones. Hoy estoy congestionada y si me voy para el médico eso es otro viacrucis; además uno piensa que los niños están solos, quién se va a encargar de ellos, y todo eso hace que uno se levante y venga a trabajar. Digo que si no fuera cierto que el relleno afecta a la gente, pues no estaríamos tan enfermos”.

Doña Juana es la que se tiene que ir

En 1A la ronda más popular va dedicada al relleno: “Doña Juana, Doña Juana, hace ¡pum!, hace ¡pum!. Y los noticieros, y los noticieros, hacen shhh, hacen shhh”, cantan Mariana, Juli y Laura* mientras se comen el refrigerio que llega tarde casi a diario.

Ellas han estado incapacitadas por lo menos una vez en el año. “Vivo en Mochuelo Bajo y el relleno huele muy feo. Aquí nadie viene y nos ayuda, y cuando llegan las moscas es peor porque esos platos se llenan en un momentico”, dice Laura, mientras deposita el plástico del pastel que se comió en el reciclaje.

El colegio de Mochuelo Alto se ha convertido en una especie de barrera para frenar la expansión del relleno. Se escucha por las calles de la vereda que lo quieren cerrar, que sería más fácil reubicar a los docentes y los estudiantes, que solucionar el tema con el relleno. Esto no es oficial, pero cuando el río suena, piedras lleva y en eso coinciden las profes que ni la enfermedad las ha podido doblegar. “Nuestra intención no es que cierren el colegio, porque eso es una medida que sirve como una curita, pero esto necesita una solución definitiva y fuerte. Puede que dentro de 10 años el colegio Mochuelo Alto no exista, pero dentro de dos o tres años ya ni Sumapaz va a existir. Nosotros trabajamos fuerte el tema del reciclaje y como comunidad exigimos una solución”, comenta la profesora Gloria, quien también tiene un tapabocas con su nombre.

Para Erika Tole, licenciada en biología y líder la institución, el tema va más allá y por más de que su cuerpo le ha dado varios avisos, pues ha sufrido de problemas gastrointestinales y respiratorios, ella no se quiere ir. “Hemos trabajado con las demás instituciones porque creo en el trabajo con la comunidad y en la zona rural. Desafortunadamente la situación con el relleno es compleja. De hecho, he tenido bastantes problemas gástricos y respiratorios. Hace dos días estuve en el otorrino y tengo nudos en las cuerdas vocales por la contaminación, así que volví a empezar el proceso de traslado, aunque yo creo que no me voy y no me quiero ir, pero si la situación se agrava más es complicado. Como profesores hemos hecho una apuesta por transformar el territorio y la situación del relleno nos ha hecho cercanos a la comunidad, que también está muy desilusionada y defraudada”.   

Para la profe Jazmín hay algo muy claro: “Esta población es especial por vivir al lado del relleno, no sé si a nivel cognitivo hay alguna afectación, pero sí mella en el ánimo. Es algo más profundo y eso de sentirse el excluido, el olvidado por la sociedad, además de estudiar en un colegio al lado del relleno, deteriora la calidad de vida. Los niños llegan a un lugar que podría ser muy hermoso y que podría tener muchas cosas buenas, pero se encuentran con ese basurero, porque eso no es un relleno, es un basurero, con los olores y las moscas, y lo que implica saber que al lado de ellos hay toneladas de basura. No me voy por mis estudiantes y si quieren pasar, no se los vamos a dejar tan fácil”.

Mientras tanto, el colegio Mochuelo Alto adelanta programas de reciclaje, trabaja con los estudiantes y recibe los platos amarillos, el símbolo de la lucha, pero al mismo tiempo del abandono.

Y Doña Juana… bueno, Doña Juana sigue aguantando la llegada de la basura de todos los bogotanos.

*Los nombres de las menores fueron cambiados.


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