Conocí “Amazing Grace” por un comercial de televisión del Banco Popular de 1989 en el que un grupo de personas se pasa un balón sin dejar que toque el suelo, mientras suena la versión de Judy Collins –en mi memoria, el cambio de tomas del comercial era más lento, el fondo era blanco. La melodía me produce tanta tranquilidad que intento no pensar en la letra –“Gracia sublime, qué dulce el sonido que salvó a un infeliz como yo, estaba perdido, pero ahora he sido encontrado”–.
Confieso que envidio el abandono, la entrega de quien la compuso, aunque pocas cosas me parezcan más aburridoras y peligrosas que un converso. Entiendo su alegría de haber llegado a sea lo que sea que ha llegado, entiendo incluso que quiera que los demás sintamos la misma alegría suya. Lo aburridor es que el converso siempre alberga la idea de que ha visto algo que los demás no podemos ver. A veces, dependiendo del marco en el que se presenta la conversión, nuestra incapacidad es por cuenta de un comportamiento que no es acorde a ciertos preceptos religiosos.
Con frecuencia los conversos –o los creyentes de toda la vida– manifiestan que le hablan a Dios. Si hacen parte de una de las religiones hegemónicas, la idea de que le hablan a “un” dios en lugar de Dios parece inconcebible. Algunos creyentes no solo le hablan; dios les responde. Puede parecer una idea bonita, si no vemos noticias ni leemos historia. ¿Cuánta sangre ha corrido y corre por gente a la que dios le habla?
Más allá de la religión que profesemos o que neguemos, todos podemos hablar con dios y a todos nos puede responder, aunque, de manera extraña, las respuestas que nos da no son las mismas para todos. De hecho, a veces resultan contradictorias. ¿Quizás así es el humor de dios? Los creyentes o conversos no contemplan esta posibilidad.
A un nivel más grande, el peligro radica en los pueblos que se sienten elegidos por dios y en las campañas militares que emprenden bajo esta premisa. Se puede plantear que la faceta religiosa de las guerras solo enmascara intereses económicos o políticos, pero, al menos para un sector de la población, esta idea de ser parte de un pueblo elegido es bastante atractiva para emprenderlas.
Volviendo a la canción, de acuerdo a Wikipedia, fue compuesta por John Newton, un hombre que fue forzado a unirse a la Royal Navy. Como marinero, participó en el mercado de esclavos. Su conversión espiritual se dio una noche en que pensó que iba a naufragar. Aun después de ello, fue tratante de esclavos por unos años más. Vaya uno a saber si continuar con esta labor no fue un consejo del dios que le hablaba al oído.
