Largoplacismo: apuntar a un futuro que no existe

Nada más efectivo que hacer promesas sobre el futuro lejano o muy lejano para evitar asumir este presente convulsionado.

El gigantesco reto para descontaminar el Río Bogotá: un ecosistema que no está tan vivo como antes
El gigantesco reto para descontaminar el Río Bogotá: un ecosistema que no está tan vivo como antes Universidad Javeriana. 8 de febrero de 2024.

Hace unos años tomé nota de algo que dijo Enrique Peñalosa: en 2026, el río Bogotá estaría tan descontaminado que sería posible bañarse en él (ahora que estaba confirmando fechas, supe que en 2017 dijo que uno se podría bañar en el río… ¡en 2025!). Si bien no fue un acto del todo alineado con el largoplacismo, parte del mismo punto: hablar del futuro con un convencimiento ¿irreal?, ¿demasiado optimista?, ¿mercantilista? Lo del exalcalde es una suerte de adaptación criolla, hasta inocente frente al largoplacismo más extremo.

El largoplacismo, según supe la semana pasada, es esta corriente filosófica que plantea que “lo verdaderamente importante es garantizar la supervivencia de la humanidad a lo largo de miles o incluso millones de años (sic) y que […] tecnologías como la superinteligencia artificial [lo] harán posible”. Encontré el término en un artículo donde se habla de cómo la eficiencia de la inteligencia artificial actual depende de muchas personas de países del llamado tercer mundo encargadas de “clasificar y etiquetar imágenes, corregir textos, transcribir audios, señalar errores en traducciones automáticas y, sobre todo, depurar el océano de datos que alimenta los algoritmos corrigen”.

No es un planteamiento nuevo, no es algo que no hayamos oído antes. ¿Cuántas revoluciones tecnológicas o políticas no han estado acompañadas de estas promesas de bienestar milenarias? ¿Tienen ustedes también un amigo que, cada vez que hay un aterrizaje exitoso de las diferentes iniciativas privadas de conquista del espacio, les manda el video y les habla del hecho histórico que significa? Porque, claro, hay que conquistar el espacio si queremos sobrevivir como especie. A mí me parece muy bien todo, pero la apuesta es un poco curiosa, eso de buscar solucionar un futuro lejano, inexistente, para individuos inexistentes en lugares inexistentes, sin ser capaces de solucionar los problemas actuales de personas vivas, presentes, llenas de necesidades alrededor del mundo.

Los largoplacistas no existirían si no hubiera personas que deseamos que esas apuestas lleguen a buen puerto. Ante un mundo tan convulsionado como el que vivimos, ¿a quién no le gusta oír estos discursos que prometen un futuro más radiante, un mundo mejor gracias a nuestras bellas invenciones tecnológicas? Confieso que una parte mía alcanzó a imaginarme este octubre con mi chingue y chanclas y monedero al cuello disfrutando de las lindas playas del río Bogotá, ahí adelantico del portal de la 80. Ingenuo que es uno. O cortoplacista, no sé.

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