Opinión

Más allá de homosexuales, existimos: Carlos y Yohan

El suyo es un hogar tejido en la ternura y el silencio compartido, donde las miradas dicen lo que a veces no alcanzan las palabras

Diversidad Colombia
Pride Foto de referencia: Pride (Descargada de www.freepik.es- 12 de septiembre)

En nuestra sociedad, solemos hablar de la diversidad como si fueran cajones separados. Por un lado, las personas con discapacidad, por otro, las personas LGBTI. Como si una misma vida no pudiera habitar ambas realidades. Carlos y Yohan nos demuestran lo contrario: dos hombres que se reconocen en la intersección, que se aman y que, a pesar de las barreras, construyen familia.

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Carlos tiene una discapacidad en su movilidad y Yohan es sordo. Se encontraron hace más de 10 años, un rolo fuerte en su forma de expresarse y comportarse y un paisa rubio, alegre y expresivo. Se reconocieron y aprendieron a leerse en el silencio. Su hogar se levanta en el sur de Bogotá donde crecieron y han vivido, no desde un rótulo que los clasifica como “lo gay”, sino desde la certeza de ser hombres homosexuales que eligen amarse. Ese autorreconocimiento fue un acto de valentía frente a una sociedad que insiste en decirles que “no deberían ser”.

Su historia refleja lo que viven tantas personas en la misma situación. En ocasiones, se les infantiliza, como si la discapacidad anulara el derecho al deseo y a la autonomía. En otras se les niega la posibilidad de formar vínculos de pareja o de pensar en un proyecto de familia. Carlos y Yohan han escuchado frases como “¿y ustedes sí pueden tener una relación normal?” o “eso es solo compañía, no amor verdadero”. Ellos responden defendiéndose uno al otro, reafirmando que su unión es amor, dignidad y derecho.

El suyo es un hogar tejido en la ternura y el silencio compartido, donde las miradas dicen lo que a veces no alcanzan las palabras. Aunque la voz fuerte y decidida se exprese mediante el habla, no es condición para que Yohan sea menos importante o subordinado a las decisiones de Carlos. Al contrario, son una pareja que ha aprendido a tomar decisiones también desde otras formas de comunicarse: con gestos, con señas, con la certeza de que ambos tienen la misma voz y el mismo valor. Nos enseña que la familia no siempre es la que dicta la tradición, sino aquella que se elige y se construye. Junto a sus amigos, vecinos y su gato Muley —un compañero fiel y juguetón—, forman una familia interespecie que celebra la diferencia y la convierte en fuerza.

En la historia de Carlos y Johan es evidente que la discapacidad no es la única identidad que atraviesa su vida cotidiana. También están marcados por el lugar que habitan, el sur de la ciudad, y por entornos que en ocasiones reproducen actitudes machistas o discriminatorias. Un ejemplo contundente fue cuando Yohan, al intentar comprar carne en la plaza de mercado del Restrepo, recibió un producto en mal estado. Frente a esta situación, Carlos y su red de apoyo no solo lo defendieron, sino que lo reivindicaron e impulsaron a relacionarse con autonomía y dignidad en esos espacios.

Este tipo de vivencias permite comprender que la defensa de los derechos de las personas con discapacidad también implica acompañarlas en la construcción de ciudadanía plena, donde no se les reduzca ni a la vulnerabilidad ni al asistencialismo, sino que se reconozca su agencia y capacidad de acción.

En este proceso, este par de hombres no se han concebido desde la ocultación de su orientación sexual. Al contrario, han elegido mostrarse orgullosamente como hombres homosexuales con discapacidad, sirviendo de ejemplo y referencia para pares y comunidades que les preguntan e indagan sobre sus experiencias. Así, su vida cotidiana se convierte en un acto pedagógico y político que desafía prejuicios, abre conversaciones y redefine el lugar de las personas LGBTI con discapacidad en la ciudad.

Su historia nos invita a ver lo que por años se ha querido ocultar: que las personas LGBTI con discapacidad existen, aman y transforman. Visibilizarles no es un acto de compasión ni de exotismo; es una deuda de justicia y de igualdad. Porque existir en la intersección no solo es resistir: es amar, cuidar y abrir caminos para que otras y otros puedan vivir con dignidad.

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Abrir nuestra mente, estos párrafos, esta voz a historias llenas de profundidad, nos permite comprender cómo la visión que diferentes sectores sociales tienen sobre la discapacidad, la orientación sexual y la vida cotidiana puede transformarse a partir de experiencias ejemplarizantes y profundamente humanas. Estas historias nos ayudan a derribar imaginarios asistencialistas o victimizantes y muestran que la ciudad también se construye desde la diversidad, el reconocimiento y el orgullo de ser quienes somos.

La voz de las personas con discapacidad —ellas, ellos— necesita ser visibilizada no solo en espacios institucionales, sino también en narrativas cotidianas que dignifican la vida y el amor. Cuando ese amor es sincero y honesto, se convierte en una fuerza transformadora capaz de abrir caminos de respeto, igualdad y dignidad para todas y todos.

       

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