Hace unos años, un profesor me recomendó leer Hotel nómada, un libro de Cees Nooteboom que parte de la idea del viaje como manera de conocerse a uno mismo. Con sorna, en determinado momento el autor plantea: “… una cosa está clara: sigo encontrándome entre la raza humana. Siempre, estés donde estés, las personas se descalifican las unas a las otras por el motivo que sea”.
No es difícil sentir desazón y desconcierto y hasta concebir la fantasía del diluvio universal o un meteorito al ver noticias como la obstrucción a la ayuda humanitaria en Gaza, el conteo constante de muertos, la orden ejecutiva de Trump que facilita la remoción de personas sin hogar en Estados Unidos o las fanfarronadas de lado y lado del espectro político.
La desazón puede ser igual o mayor si uno piensa en Latinoamérica. En el Festival Gabo, que tuvo lugar entre el 25 y el 27 de julio, la charla final, entre periodistas de diferentes países, cubría el panorama político de la región, caracterizado por el afianzamiento de gobiernos autoritarios cuyo poder ejecutivo busca cooptar los demás poderes, romper acuerdos constitucionales para perpetuarse, perseguir a la prensa y a la oposición y propagar noticias falsas.
Aún así, a pesar del pesimismo que pudo haber generado esa charla, el festival mismo y conocer proyectos de periodistas y colectivos que fomentan prestar atención, ampliar nuestra mirada y mostrar los grises que no tienen cabida en discursos totalitarios me generó cierta esperanza, cierto nuevo entusiasmo.
Pienso, entre tantos otros, en gente como Laura Zommer y su página factchequeado; en Cristian Alarcón y su obra Testosterona –que toca el tema de las terapias de conversión–; en Juan José Martínez y sus investigaciones sobre pandillas en Centroamérica; en Jorge Carrión y su podcast Solaris y en las Hijas de Felipe, que proponen un nuevo acercamiento al barroco desde una mirada feminista y queer.
Al hablar con algunos de los invitados y asistentes, varios comentaban los nuevos enlaces, nuevas búsquedas y preguntas que se dieron en este festival. En principio, cualquier encuentro tiene el potencial de generar nuevos puentes y de hacer que gente con búsquedas similares se conozcan. Mejor aún si es presencial.
No hay pierde con los encuentros que busquemos: los mejores nos pueden recordar que nuestras inquietudes e incluso nuestra desazón no son únicos. Los peores o, simplemente, los no tan buenos, nos pueden recordar nuestras limitaciones y las de los otros. Y, como a Nooteboom, generarnos una sonrisa. O una carcajada. Lo que llegue primero.

