Héroes y mártires

Héroes, santos y mártires forman parte del pabellón de personajes que buscan encarnar los valores de al menos una parte de la sociedad. ¿Tiene sentido hablar de mártires?

Misa de Miguel Uribe Turbay
Miguel Uribe Londoño padre de Miguel Uribe Turbay Miguel Uribe Londoño durante la misa póstuma de su hijo, Miguel Uribe Turbay (Captura de pantalla.)

Antonio Caballero mencionaba en una de sus columnas cómo los milagros que se atribuyen a los santos más recientes palidecen frente a los de los santos de otras épocas, como la multiplicación de hostias de San Juan Bosco, la adoración de la Eucaristía por una mula de San Antonio de Padua o la levitación de san José de Cupertino.

La creación de héroes ha sufrido un proceso de desangelamiento similar; así, ya los héroes no deben bajar a infiernos, ni morir y volver y ni siquiera limpiar establos que albergan miles de animales en un solo día. En pandemia, conducir un camión por carretera era suficiente para que le endilgaran el título a alguien.

En la creación de un héroe, la manera de morir puede impulsar su categoría, aumentar su figura. Y si es dramática, mejor. Si su muerte es producto de una traición o de un acto cobarde, puede pasar a un nuevo estado: el mártir, un punto a medio camino entre el santo y héroe.

Es más fácil lidiar con el mártir que con el héroe para su proceso de mitificación: hay héroes con claroscuros tan marcados que se estorban a sí mismos. La imagen de los mártires, en cambio, deja de pertenecerles –por obvios motivos– y pasa a encarnar los valores de grupos afines que los sobreviven.

Esta semana se ha buscado subir un nuevo mártir al panteón nacional. Según Juan Carlos Pinzón y Fernando Londoño, un mártir de la democracia o de la democracia, la civilidad y la libertad. El proceso de mitificación con elementos propios y ajenos que ayudan a la narrativa: ser hijo de una periodista asesinada, el atentado mismo, grupos de oración y figuras de la virgen a las afueras de la clínica donde vivió sus últimos meses, candidatos presidenciales asesinados en el pasado, canciones como “Fuerza Miguel” –que luego se convirtió en “Vuela Miguel”– y “El Guerrero” (al parecer, originalmente dedicada a Galán). Los mensajes reiterativos: que era un hombre de familia, una voz que hablaba con firmeza, que hay un nuevo ciclo de la violencia, llamados a la unión y a dejar a un lado la polarización política.

Crear mártires no ayuda en nada a los llamados de unión. O habría que ampliar el espectro de mártires de la democracia a muchos más –entre esos, a 88 líderes sociales y 25 firmantes de paz asesinados este año, a 173 líderes sociales y 31 firmantes de paz en 2024–. Yo pienso en el papá de Miguel Uribe, en eso de haber perdido una esposa y un hijo. Qué extraños pueden parecernos a veces los destinos de las personas.

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