Antonio Caballero mencionaba en una de sus columnas cómo los milagros que se atribuyen a los santos más recientes palidecen frente a los de los santos de otras épocas, como la multiplicación de hostias de San Juan Bosco, la adoración de la Eucaristía por una mula de San Antonio de Padua o la levitación de san José de Cupertino.
La creación de héroes ha sufrido un proceso de desangelamiento similar; así, ya los héroes no deben bajar a infiernos, ni morir y volver y ni siquiera limpiar establos que albergan miles de animales en un solo día. En pandemia, conducir un camión por carretera era suficiente para que le endilgaran el título a alguien.
En la creación de un héroe, la manera de morir puede impulsar su categoría, aumentar su figura. Y si es dramática, mejor. Si su muerte es producto de una traición o de un acto cobarde, puede pasar a un nuevo estado: el mártir, un punto a medio camino entre el santo y héroe.
Es más fácil lidiar con el mártir que con el héroe para su proceso de mitificación: hay héroes con claroscuros tan marcados que se estorban a sí mismos. La imagen de los mártires, en cambio, deja de pertenecerles –por obvios motivos– y pasa a encarnar los valores de grupos afines que los sobreviven.
Esta semana se ha buscado subir un nuevo mártir al panteón nacional. Según Juan Carlos Pinzón y Fernando Londoño, un mártir de la democracia o de la democracia, la civilidad y la libertad. El proceso de mitificación con elementos propios y ajenos que ayudan a la narrativa: ser hijo de una periodista asesinada, el atentado mismo, grupos de oración y figuras de la virgen a las afueras de la clínica donde vivió sus últimos meses, candidatos presidenciales asesinados en el pasado, canciones como “Fuerza Miguel” –que luego se convirtió en “Vuela Miguel”– y “El Guerrero” (al parecer, originalmente dedicada a Galán). Los mensajes reiterativos: que era un hombre de familia, una voz que hablaba con firmeza, que hay un nuevo ciclo de la violencia, llamados a la unión y a dejar a un lado la polarización política.
Crear mártires no ayuda en nada a los llamados de unión. O habría que ampliar el espectro de mártires de la democracia a muchos más –entre esos, a 88 líderes sociales y 25 firmantes de paz asesinados este año, a 173 líderes sociales y 31 firmantes de paz en 2024–. Yo pienso en el papá de Miguel Uribe, en eso de haber perdido una esposa y un hijo. Qué extraños pueden parecernos a veces los destinos de las personas.

