Una gran porción de los peneportantes de nuestra especie –para algunos, la prueba definitiva de que un hombre es un hombre es que tenga un pene– pasamos una significativa parte de la vida comparando la longitud de nuestros penes. Es una reducción del asunto y la medición no es literal, pero mis compañeros peneportantes sabrán a qué me refiero. La longitud del pene es, en nuestro mundillo, la capacidad de someter a otros machos y tener acceso a las mejores hembras, que ya no son las más fértiles, sino las más bonitas –una prueba más de reafirmación de que sí, tenemos el pene más largo de la habitación.
Por lo general uno no llega a un espacio nuevo pendiente de otros peneportantes –finalmente, hemos amoldado el mundo a nuestro parecer–, pero sabe que, si hay desconocidos, en algún punto es posible que llegue el ritual. Por lo general, la base de la medición es en qué trabaja cada quien y, claro, el dinero que se asume que este trabajo genera. Pero se puede tratar de libros, estudios, de carros –no de mecánica–, naturalmente de fútbol y, ya entrados en tragos, de qué tanta calle tiene uno, un eufemismo para decir qué tanta mierda se ha comido, porque ello implica que el cuero es duro y el pene es más largo. No hay cifras oficiales, pero algunos dicen que cada tacita de mierda equivale a un centímetro de longitud.
Así como otras especies buscan ser otros para parecer amenazantes –p. e., la oruga Hemeroplanes Triptólemo, que simula ser una serpiente–, es de destacar los mecanismos de los peneportantes que trabajan con las Fuerzas Armadas: el engrosamiento y el volumen de la voz –la “voz de mando”–, las gafas negras que todo héroe necesita, el ceño fruncido y el método de disuasión más básico de todos los tiempos: portar un arma.
El desfile militar es uno de los rituales de este sector de peneportantes y, sobre todo, de los otros más, en cargos dirigentes para reafirmar la longitud de sus penes y, con ello, disuadir a otros peneportantes de atacarlos. Este domingo habrá 34 desfiles en todo el país, curiosamente 7 de ellos en Arauca y el del Valle, en Buenaventura. No sé si siempre tienen lugar en estas locaciones, no parecerían la primera opción. ¿Son el resultado de oficiales enérgicos u obedece a una estrategia de disuasión como la de la oruga? En los desfiles se apelará como siempre al honor, la disciplina, la victoria, la muerte, dios y la patria, todas ellas palabras más asociadas, al menos en nuestro país, al mundo masculino que al femenino. Palabras que, los peneportantes sabemos muy bien, no admiten pronunciación sin el ceño fruncido.

