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Opinión: Lo sagrado y lo profano

“Ya no debe el poder divino construir la ciudad, pero esto no significa que debamos dejar el vacío para que sea el poder económico quien pase por encima de la democracia para (re)construir Bogotá”. Por: Rafael E. Cruz, subdirector de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo

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Barrio El Recuerdo (Felipe Restrepo Acosta (Creative Commons))

Una ciudad muta de acuerdo con los cambios de prioridades con lo que la sociedad define que le es más importante según sus valores y principios. En una sociedad democrática, lo ideal sería ponernos de acuerdo frente a lo que consideramos valioso: la cultura, el deporte, el ambiente, la educación, la rumba, los bolardos, entre muchas otras cosas; pero, a pesar de la existencia del voto popular, el poder - en sus diferentes formas y magnitudes - es quien define lo que considera que debe ser la ciudad, sino no sería poder. Sin embargo, hemos dejado la priorización de la ciudad a otras personas con valores mucho más flexibles.

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Aunque no sea la regla, la búsqueda de lo que se considera sagrado ha guiado las intenciones que forman la ciudad. Por elección propia, los seres humanos hemos destinado energía y recursos en enaltecer un sitio por encima de otros que permitan recordar nuestra insignificancia cósmica y que fragmentan el mundo entre lo terrenal y los puntos de conexión con Dios. Por ejemplo, la Plaza de Bolívar - y cualquier plaza central de las ciudades coloniales - no se define como un rectángulo cualquiera, sino que adquiere una relevancia social, religiosa y política al concentrar los distintos poderes en un mismo lugar. A pesar de ser similar, la Plaza de Bolívar es espiritualmente diferente al Parque Santander, y no sólo por el olor a orines.

Por supuesto en el siglo XXI ya no es la necesidad de conectar con Dios lo que moldea la construcción de la ciudad, y aunque la modernidad y la industrialización trajeron consigo el utilitarismo urbano y la velocidad, claramente no es la eficiencia lo que define lo que es Bogotá. Entonces ¿Qué define nuestras prioridades? La valoración de un pedazo de tierra sobre otro no está definido por un sacerdote en busca de un lugar sagrado o de un arquitecto diseñando un paisaje para un rey, sino en cómo se pueden exprimir al máximo las plusvalías que se generan con la norma urbana, nuestras escrituras sagradas, nuestro Plan de Ordenamiento Territorial.

Es así como un barrio cobra mayor importancia sobre otro, no por su belleza urbana o valor para su comunidad, sino por el suelo que puede ofrecer para la especulación urbana. La razón por la cual Claudia López declara la guerra en su POT a sectores como Barrios Unidos o el barrio El Recuerdo (entre muchos otros) no es porque estas casas sean escogidas por un poder divino incuestionable, sino porque son las que mejor costo/beneficio representan en un negocio inmobiliario. Si estos sectores hubiesen sido escogidos por razones ajenas a la fácil demolición, no habría necesidad de declararles un índice de construcción de 7 y las estrategias de la Alcaldía no se limitarían exclusivamente a “lineamientos” para negocios privados mediante las llamadas Actuaciones Estratégicas, sino que realmente requeriría pensar la ciudad.

Esta columna no es sobre renovación urbana e hiper densificación, ya habrá tiempo para escribir sobre esto, esta columna trata de abrir la discusión conceptual sobre cuáles queremos que sean las prioridades de nuestra ciudad. Ya no debe el poder divino construir la ciudad, pero esto no significa que debamos dejar el vacío para que sea el poder económico quien pase por encima de la democracia para (re)construir Bogotá. Debemos reconocer el papel de la especulación inmobiliaria dentro de los grandes planes que están dejando instaurados para desarrollar en una o dos décadas, debemos tener el poder de decidir las prioridades de la ciudad.

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