Abrazar los saberes ancestrales

Los saberes ancestrales generan entusiasmos de toda índole. Para algunas personas, que sean ancestrales parece suficiente para que los recuperemos: Manuel Gómez Vega

Cargarse de energía en pirámides no tienen relación con ninguna práctica ancestral
Cargarse de energía en pirámides no tienen relación con ninguna práctica ancestral SAN JUAN TEOTIHUACAN, ESTADO DE MÉXICO, 21MARZO2013.- Cientos de personas arribaron a la Zona Arqueologica de San Juan Teotihuacan por motivo del equinoccio de primavera. Los visitantes acuden con vestimanta blanca y suben hasta lo mas alto de la Piramide del Sol para cargarse de energia. FOTO: RODOLFO ANGULO /CUARTOSCURO.COM

Ante el vértigo que produce la cantidad de información nueva y constante a la que estamos expuestos, no es extraño que muchas personas prefieran abrazar tradiciones de toda índole como referente para mantenerse a flote. Mientras el progreso promete un destino ideal, estas ideas apuntan hacia un paraíso perdido.

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Las ideas que parecen haber funcionado a tantas generaciones prometen un candor y una estabilidad de las que carece la novedad constante. En esta categoría entran las filosofías orientales, las religiones de toda índole y los saberes ancestrales –los conocimientos de los llamados pueblos originarios–.

Si se tiene en cuenta cómo la aplanadora del progreso los ha despreciado o desconocido, es natural la dignidad con la que se plantea recuperarlos. ¿Recuperar qué exactamente? Por un lado, algunos desean recuperar saberes técnicos o científicos, pues puede hacernos más eficientes y sostenibles, omitiendo la cosmogonía donde han surgido: parece suficiente saber que los pueblos originarios tenían/tienen una relación más eficiente con el medioambiente.

En cuanto a aspectos sociales o espirituales, la cosa no es tan fácil. Como decía arriba, muchos y muchas voltean los ojos para asumir que es suficiente que los saberes sean ancestrales para ser recuperados. Pensé en estos últimos cuando leí la situación con la que empieza el Yurupary, el relato mítico fundacional amazónico: una epidemia mata a la mayoría de los hombres, solo se salvan unos ancianos, entre los cuales está un payé (brujo-curandero). Las mujeres, preocupadas ante la posible extinción, se reúnen junto a un lago en el que no pueden bañarse, pues ahí se baña Seucy, una deidad que equivale a la constelación de las Pleyades. Hablan de intentar rejuvenecer a los viejos, de deshacerse de ellos, de ver cómo las mujeres pueden fecundarse entre sí. La charla se extiende tanto que Seucy llega a bañarse y solo en ese momento las mujeres se dan cuenta de que el payé está entre ellas. El payé habla: “Veo a mi pesar que nunca podrá encontrarse sobre la tierra una mujer paciente, discreta y capaz de guardar un secreto (…) están además maquinando cosas vergonzosas contra nosotros los viejos, desobedeciendo de esta manera las órdenes de los que gobiernan el mundo”.

Ejemplos como este no se limitan al Yurupary, en la Biblia y en otros relatos míticos también aparecen. Encontrarlos hace que, al menos para aquel occidental nostálgico, el pasado parezca menos brillante, menos ideal y, por tanto, para pesar suyo, más cercano a nuestra época.

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