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Sacar el polvo debajo de las alfombras

A veces asumimos que es suficiente negar los conflictos para que dejen de existir. Es un pensamiento tranquilizante, aunque no muy útil.

Hace unos años un expresidente afirmó que en Colombia no existía conflicto interno; hace menos, otro manifestó que lo que no existía era un paro; el actual, por otra parte, cargó de epítetos a la marcha de hace poco y, con ello, buscó diluir la inconformidad de una parte de la población. En los tres casos se planteaba, en mayor o menor medida, la idea de que las contrapartes eran irracionales y que, por ello, no era necesario tomarlas en cuenta.

Ojalá este manejo se limitara a la política, pero la vida en familia no escapa a estas dinámicas. A veces, las discusiones y gritos no permiten dudar de que existe un conflicto que goza de plena salud. Otras veces, frente al conflicto se elige la opción que, por lo ilusoria, resulta mi favorita: el silencio. Este puede ser un acto de violencia señorial y sobrio que tiene una ventaja redonda: quien lo inflige puede omitir su responsabilidad, pues “no está haciendo nada”. En ocasiones, el silencio es de otra índole: se asume que el conflicto deja de existir porque no hablamos de ello. Algo así como poner el polvo debajo de la alfombra y ¡tadan!, la casa reluciente.

¿Qué hacer cuando no existe una contraparte, cuando los espacios se cierran? Si bien las posibilidades varían, el hecho de que otros no lo reconozcan no significa que también debamos desconocerlo nosotros. Mi sensación es que, al no darle un espacio y tiempo, este crece y se le sube a uno como un gorila.

En su muy conocido libro El camino del artista, Julia Cameron propone el hábito de escribir tres páginas diarias en la mañana sin pensar. Para la mayoría escribir es difícil, pero es difícil en la medida que pensamos lo que estamos escribiendo. Aquí es soltar el piloto automático. Puede que el motivo de conflicto salga una y otra vez y uno se sienta repetitivo: esto no importa. Es darle un espacio. Tanto como requiera.

Lo otro es hablar sobre ello con otros. Es un lugar común, pero conversaciones recientes con amigos y amigas me han hecho notar, una vez más, lo útil que resulta. Al hablar es posible que los otros nos den nuevas miradas sobre lo que contamos. Y al oír, y esto no es poco, se da cuenta uno de que todos andamos en nuestros dramas, de que el nuestro, en realidad, con frecuencia, no es tan importante ni único. Pero, si uno cree que lo es, espera al día siguiente y, temprano en la mañana, se sienta a escribir las tres páginas sin pensar mucho. A veces se siente que los conflictos, al menos por un momento, dejan de pertenecernos.

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