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Opinión: No entiendo el problema con las cárceles

Andrés Charria analiza el sistema penitenciario en Colombia

Cada vez es más frecuente oír que, en Latinoamérica, hablemos de Ecuador, El Salvador (antes) o Colombia, las cárceles son el centro de operaciones de los delincuentes; que desde esas cuatro paredes los delincuentes encarcelados cometen todo tipo de delitos. Son dolorosas las imágenes que vemos donde los presos amenazan a los guardias que los vigilan o mandan mensajes de voz a personas que son extorsionadas o simplemente se niegan a sus traslados. Permanentemente hay allanamientos donde se encuentran celulares, alcohol, computadores, toda clase de utensilios para hacer mucho más llevadero el inconveniente que para algunos presos representa estar durante algún tiempo presos. Fiestas, damas de compañía y toda clase de visitantes a cualquier hora también son habituales. Al final, estos lugares acaban siendo guaridas donde se protege a los delincuentes.

No parece difícil evitar mucho de lo que ocurre en las cárceles. Parecería que no hay voluntad de cambiar lo que aparentemente debe ser más o menos fácil. Hasta la llegada de los celulares,6 la comunicación de los presos con el exterior era difícil y bastante precaria, papelitos o mensajes enviados por toda clase de medios artesanales que no permitían una comunicación fluida, lo que hacía que los delincuentes estuvieran aislados e impedía que cometieran nuevos delitos. Con la aparición de estos aparatos la empresa es bastante sencilla se marca y se extorsiona, se dan órdenes o se cobran sumas de dinero. No se entiende cómo para ir a una notaría, un banco o una embajada hay que dejar ese aparato fuera. Si no es posible esto, ya existe tecnología para bloquear la señal, ¿será que no es posible instalar esto en las cárceles? Con celulares y desde la cárcel se extorsiona, se ordenan delitos y evaden prácticamente todas las restricciones que tiene un preso. Si no se puede controlar el ingreso de estos, ¿por qué no se hace algo para que estos aparatos no sirvan?

Cuando se estudia derecho penal se indica que las funciones de la cárcel son castigo para quien ha cometido el delito; disuasión, pues a nadie le debería gustar entrar a uno de esos sitios, rehabilitación del recluso y protección a la sociedad. Nada de eso se cumple en nuestro actual sistema penitenciario. Muchas son las trabas para hacer de la cárcel el lugar que originalmente pretendía ser. Sindicatos, poderosos, grupos articulados que defienden intereses particulares y varias ONGs que intentan por todos los medios hacer de la cárcel algo para lo que no fue diseñada, en aras a defender derechos humanos de los presos.

Aparecen entonces reacciones extremas como la del Salvador que nos recuerda para qué y cómo deben funcionar las cárceles. No entraré a comentar el caso específico pero la realidad es que un sistema penitenciario fuerte hace las ciudades lugares más seguros, pues los presos no pueden delinquir dentro de las cuatro paredes donde están encerrados.

En Latinoamérica la cárcel, al menos para los delincuentes, no parece que cause temor, al fin y al cabo, desde la experiencia con Pablo Escobar en La Catedral, los detenidos se retiran de los sitios de reclusión (no huyen, simplemente se retiran), básicamente cuando les da la gana. Es más, también desde aquella época aparece la figura de la casa por cárcel donde, sobre todo los delincuentes de cuello blanco, pueden cumplir penas sin mayor incomodidad. Cerca de Bogotá se pueden ver enormes fincas tapiadas donde el dueño del inmueble cumple la pena de reclusión en lugares espectaculares sin mayor inconveniente; es más, goza de vigilancia particular pues los funcionarios del INPEC vigilan que el detenido no salga, pero lógicamente que no entre ningún delincuente (no invitado por el detenido, se sobreentiende).

La ecuación que puede hacer una persona que va a cometer un desfalco importante es que, con unos pocos años de cárcel en pabellones tranquilos, con todas las facilidades que se mencionan, puede ser suficiente pues el dinero que se robó no se debe entregar. Dentro del folclore colombiano personas que se robaron todas las vías de Bogotá descansan tranquilamente en sus casas en la costa sin que nada les ocurra, esperando a que se cumpla la pena y puedan salir a disfrutar sus millones. Al final, la cárcel acaba siendo un premio y un lugar para lavar dinero.

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