En su libro El fin de los rituales, el filósofo Byung Chul-Han plantea que estos son ajenos a la productividad y están relacionados con el afianzamiento de lazos comunitarios; su crisis se presenta, precisamente, porque se contraponen a tendencias del sistema en el que estamos, enfocado en producir y en la satisfacción de individuos. De acuerdo a Chul-Han, la vigencia de los rituales de Navidad se podría explicar porque, en lugar de alejarnos de la productividad, al promover un mayor consumo la jalona. En otras palabras, el sistema promueve estos rituales porque generan un mayor consumo, no porque lo reduzcan o nos alejen del mismo.
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Las contradicciones en la Navidad no se limitan a los rituales. De hecho, es una temporada en la que las contradicciones parecen exacerbarse. Por ejemplo, mientras el llamado “síndrome tutaina” invita a ralentizar los procesos –especialmente, los laborales– en función de los rituales –reuniones, novenas, organización de comidas, arreglo de casa, etc.–, de manera simultánea demanda tiempo y mayor energía que parecen acelerar el día, con las consabidas prisas y trancones y angustias.
La Navidad es el desenfreno del consumo y el aumento de basura –empezando por esas bolsas de cartón que compramos cuya única función es envolver un producto y generar determinada experiencia en quien recibe el regalo, que luego procederá a botarlas. Sin embargo, la temporada también puede generar una buena cantidad de excusas para detenernos un poco y aprovechar espacios y tiempos para honrar lo que queramos, que puede ser cualquiera cosa: honramos la comida al invertir tiempo en su preparación; honramos a familiares y amigos cuando ofrecemos esa comida en la que hemos invertido tiempo o cuando abrimos espacios para reunirnos y cantar villancicos desafinados.
A mí me ayuda recordar que esta temporada está llena de ocasiones que “pueden” y no “tienen” que ser motivo de alegría o recordar navidades pasadas para tener expectativas más realistas sobre reuniones y personas. Me ayuda, también, recordar que el movimiento no es solo en las calles y en la ciudad en general, sino en nuestro interior, bien sea por navidades pasadas, por la cantidad de personas con las que podemos llegar a relacionarnos, por pensar en las personas que no están con nosotros o por el hecho de que sea una temporada que asumimos como el fin de un ciclo.
Que sea una temporada para aquietar la mente o, al menos, prestarle más atención de lo que el movimiento exterior a veces permite.