Un par de amigos católicos practicantes fueron los primeros en contarme, felices, del video en el que un niño le pide un abrazo al dalái lama y este le da un beso en los labios y le dice que le lama la lengua. Su felicidad no era gratuita: cuando me contaban que iban a misa yo aprovechaba para burlarme de los curitas pedófilos. Era la emoción de recordarme que: “En todas partes se cuecen habas”.
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Leí un poco para intentar entender mejor y escribir algo. Por un lado estaba la idea de que existen unos derechos humanos universales, entre los cuales están los de los niños. Como declaró Cristina Plazas, una exdirectora del ICBF: “La cultura no puede ser excusa para la violación de los derechos de los niños”. Así, se asume que hay un mandato superior que debe cumplirse a pesar de las diferencias culturales. Lo problemático es la cantidad de veces que una cultura o un compendio de estados ha usado este argumento para atropellar otras culturas. Leopoldo II y su “acción civilizadora” del Congo o, a nivel local, la evangelización que promovía Laura Montoya (la madre Laura) son apenas un par de ejemplos.
Para algunos defensores del dalái lama, por otra parte, el acto fue parte de una broma, malinterpretada porque en el mundo occidental moderno todo está hipersexualizado. “La expresión de las emociones y los modales hoy en día se ha fundido y occidentalizado vivamente. Introducir la narrativa de otras culturas, costumbres e influencia social sobre el género y la sexualidad para interpretar la forma de expresión tibetana es atroz”, dijo en su momento el activista tibetano Namdol Lhagyari. Aparentemente, según la antigua cultura tibetana, sacar la lengua era un saludo o un signo de respeto. Pero no es algo habitual en la actualidad y chuparse la lengua no hacía parte del acto.
Finalmente, no escribí nada. El ejercicio me sirvió, sin embargo, para conocer la divertida “Diatriba contra el Dalai Lama” de Martín Caparrós. Mis amigos habrían podido citar otros ejemplos frente a los cuales el beso del dalái lama palidecen, como el involucramiento de monjes budistas en el conflicto de Camboya o la persecución a musulmanes en Sri Lanka y Birmania.
Hace una semana vi en YouTube La ley del silencio, el documental sobre abusos sexuales cometidos por lamas y la posición, siempre escurridiza, del dalái lama al respecto. Si bien no siento especial admiración por el líder religioso, el documental me produjo una sonrisa amarga, amarga como una haba.