Sabemos que el Día del Amor y la Amistad es una celebración comercial, aunque tratemos de romantizarla jugando amigo secreto en la oficina. Y es que no es como otras fechas especiales: no les mentimos a los niños sobre ella hasta cierta edad, ni la conmemoramos con cenas y otros ritos. Muchos se niegan a celebrarla e incluso dudan de su existencia. Otros la defienden cuando a mediados de febrero sienten la amenaza de San Valentín.
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San Valentín es un mártir católico que vivió en la antigua Roma. Cuando el cristianismo era prohibido en el imperio, él cometió la falta de casar a los soldados, clandestinamente, en las mazmorras. Cuando lo capturaron, el emperador Claudio II ordenó que lo decapitaran, y nació la leyenda: un hombre perdió la cabeza por unir bajo la fe cristiana a cientos de romanos con sus enamoradas. Por eso se hizo santo. No me digan que esto no es mucho más romántico que la firma de un acuerdo entre empresarios.
En 1969 los comerciantes colombianos, representados por Fenalco, acordaron cambiar la fecha de esta celebración porque en febrero en Colombia estamos en plena temporada escolar. Alguien tuvo la idea de poner la amistad junto al amor para incluir también a los solteros, indiferentes a una celebración exclusiva para parejas. Y todos contentos. ¿O no?
Siempre me ha confundido la audacia de juntar el vínculo del amor con otro tan diferente como la amistad. Cada septiembre, cuando los establecimientos se inundan con motivos de corazones y la publicidad roja y brillante se mete hasta en el TransMilenio, me pregunto por qué nadie ve, como yo la veo, la palabra “amistad” destartalada y pegada con cinta adhesiva al lado de “amor”. Entonces refunfuño… ¿cómo es posible que se celebren al tiempo dos relaciones que se oponen y que muchas veces el inicio de una implica el fin de la otra?
¡Levanten la mano los que siguen siendo amigos con sus ex! No vale la cordialidad, ni llevarse bien, me refiero a una amistad comprometida, en la que se comparta tiempo de calidad y se cuenten las cosas importantes. Veo manos que se bajan después de pensarlo mejor y créanme, los entiendo. Trazar la línea que divide el amor de la amistad es más sencillo de hacer en una leyenda publicitaria que en la vida.
Para muchas personas es fácil: amigos son aquellos con los que nunca tuvieron intimidad y están bien separaditos de los deslices y muy alejados de los noviazgos o matrimonios. Para mí no es tan fácil. Cuando termino una relación, lo que más me duele perder es la fraternidad que creció junto al amor, la complicidad de contarnos hasta el suceso más insignificante del día, los chistes que solo nosotros entendíamos, las batallas musicales en las noches de insomnio, las discusiones por temas trascendentales que al final no eran tan importantes. Las actividades cotidianas como sacar al perro, comprar el pan para el desayuno y hacer diligencias aburridas me recuerdan a esos amigos que perdí cuando rompí una relación. Y no es que añore volver con ellos, por lo menos no en términos románticos. Sobrevive en mí la ilusión de conservar la parte fraterna del amor.
Más triste es cuando unos amigos se convierten en pareja, como Mónica y Chandler en “Friends”. Imaginemos que pasa el tiempo y ellos se divorcian. Pelean por la custodia de sus hijas y dividen la casa familiar. ¿Qué fue de todo lo que vivieron antes de enamorarse? Perdido el amor, se pierde también la amistad. ¿No podríamos inventarnos para noviembre el Día de la Amistad en el Amor?