Postales de Atitlán

Sobre el Atitlán, un hermoso lago en Guatemala rodeado por montañas, queda Santiago, un pueblo donde se puede ver de manera viva el sincretismo religioso.

Foto: Vía https://instagram.com/explore/tags/atitlan

Hace poco hicimos un tour en lancha con un guía por algunos pueblos sobre el Atitlán, un lago rodeado por montañas y tres imponentes volcanes. En el tour viajaban una pareja de costarricenses con sus dos hijos, de 10 y 14 años –este último, con un arete en la división entre las fosas nasales. En cuanto pudo, el papá se presentó como abogado, luego dijo que en realidad era policía y había estudiado derecho, habló del presidente narcotraficante de Colombia…

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En el tercer pueblo que visitamos, Santiago, el guía nos dijo que quienes quisiéramos podíamos ir a ver un chamán por 30 quetzales (cerca de $16.000). Asumí que sería algo para turistas, lo cual no me detuvo de decirle a mi esposa que fuéramos. Para mi sorpresa, la pareja de costarricenses y sus hijos decidieron unirse.

Antes de visitar al chamán, el guía nos advirtió que nos pedía respeto por esas creencias. El costarricense dijo que se quedaría afuera. Para mi sorpresa, su esposa e hijos entraron con nosotros.

En una sala oscura había varias figuras de santos, entre esos San Simón y, más importante, Maximón, un santo pagano a la cabeza de un altar. En un costado había una urna con un cristo acostado. Tres o cuatro hombres, entre esos el chamán, que vestía como cualquier paisano, estaban sentados en sillas de plástico.

Una muchacha llegó con seis cervezas. Alguien se las pasó al chamán, que se hizo al lado de Maximón y empezó a hablar en voz baja. La costarricense nos preguntó si éramos creyentes. Le pregunté si creyentes en qué. Su hijo de 14 afirmó casi con alegría que éramos gnósticos. La señora nos dijo que eran católicos y que su esposo evangélico, por eso no había entrado.

A los pocos minutos salimos. El costarricense parecía molesto. Fuimos a una iglesia católica cercana donde, cerca del altar, había gente rezando. El guía nos mostró los santos a los que visten de manera artesanal, nos explicó que el mismo chamán que habíamos visto era quien los vestía y desvestía por medio de un ritual y que la procesión del Viernes Santo implica a los santos católicos y, unos metros atrás, a Maximón.

Mencionó que el progresismo de Santiago se podía ver en aspectos como que era el único pueblo del lago donde la comunidad lgbti había podido fundar su propia asociación. Entonces el costarricense dijo que en Costa Rica hacía poco el Gobierno había puesto la bandera lgbti en edificios gubernamentales para el Día del Orgullo Gay y que, sin duda, desde ahí su país estaba en decadencia. El guía le dijo que respetaba sus creencias, pero que aquí lo de la asociación se veía como progresista. Después, la mayor parte de grupo salió de la iglesia.

Mi esposa y yo nos quedamos tomando fotos a los santos. Al salir, vi que el costarricense aleccionaba a su hijo de diez años. “¿Y qué hace uno cuando ve eso?”, alcancé a oír. Seguí de largo. Más adelante estaba el otro hijo hablando con el guía. Vi su arete en la nariz y pensé en la larga cuesta que tenía enfrente.

La siguiente parada fue para almorzar. En el restaurante nos sentaron a todos en una sola mesa. El costarricense hablaba con su hijo de 10 con un tono de voz tan alto que parecía que nos estuviera aleccionando a todos. “Es que él [su hijo de 10 años] está alterado porque no le gustó que lo llevaran ahí… Papi, uno debe respetar lo que ve, y si uno no está de acuerdo, hay que decirlo, en Costa Rica existe el derecho a la opinión, y yo lo voy a ejercer en cualquier país, porque uno está en su derecho…”. Miré al niño. No parecía molesto.

Luego tomamos la lancha para devolvernos a Panajachel, de donde habíamos partido en la mañana. El costarricense se hizo en el puesto delante del nuestro. Nos dijo que su hijo estaba alterado por lo del chamán. Aproveché para conocer más de su idea de los homosexuales. Los aceptaba mientras no se metieran con él. El mejor amigo de su esposa era gay, por ejemplo. No tenía problema con que fueran a su casa, mientras no hicieran sus cosas ahí. “Hacer cosas, ¿muestras de afecto?”, pregunté. “Sí”, respondió.

Al llegar al muelle de Panajachel, su esposa me dijo que no le había gustado el chamán. Pensé que era un asunto religioso, pero me dijo que estaba esperando uno con plumas, así como los que había en el zócalo de ciudad de México. “Así sea por marketing, hasta la gente le daría más plata”, afirmó.

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