Opinión

La Izquierda tranquila

“Pensar que las leyes de los años 60 del siglo pasado se deben implementar, a la fuerza, a una actividad que surgió 60 años después con tecnología impensada para la época es desde mi punto de vista absurdo, por no decir torpe”: Andrés Charria

Miembros del Gobierno de Colombia, entre ellos el presidente Gustavo Petro, presentan el proyecto de reforma laboral. PRESIDENCIA DE COLOMBIA

Siempre se vendió la idea que la derecha apoya a las grandes fortunas, la empresa y la formación de capital mientras que la izquierda es la fuerza que apoya a los trabajadores y a las clases menos favorecidas. Que la meta de estos últimos es repartir y mejorar para darle mejor vida a quienes menos tienen, quitarle a los que más tienen para que los que menos tienen tengan un mejor pasar.

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Pues parece que esa idea está cambiando, hace algunos días la ministra Gloria Inés Ramírez Ríos indicó alegremente, que “El objetivo de la reforma laboral no es generar empleo”, es decir poco importa el desempleado o el que le toca día a día “voltear” para comer. Le interesa “mejorar condiciones laborales” es decir, va a mejorar la vida de quien ya tiene trabajo y poco le importa aquella gran población que no tiene contrato de trabajo. La cantidad de personas que no tiene contrato de trabajo es superior a aquellas que si tienen y que bien o mal tienen ese derecho protegido por normas eminentemente proteccionistas. ¿y el resto?

No me gustan formas de trabajo como Rappi o Uber, pero fue gracias precisamente a Rappi que la pandemia, al menos en Bogotá, se pudo manejar; absorvió gran cantidad de inmigrantes que pudieron trabajar y fueron una forma de los superar el encierro. Rappi no se va a acabar, pero pensar que las leyes de los años 60 del siglo pasado se deben implementar, a la fuerza, a una actividad que surgió 60 años después con tecnología impensada para la época es desde mi punto de vista absurdo, por no decir torpe.

Tan absurdo como lo que dijo la pasada ministra a de Trabajo, que un ingeniero de sistemas debería poder ser contratado por dos horas a la semana. Pero sigamos con la actual ministra que, repito, dijo que no le interesa generar empleo con la reforma. No conozco una sola reforma laboral que no busque generar empleo, pueden ser medidas torpes o eficientes, pero el fin último es generar empleo. Acá no, es mejorar la posición de los sindicatos, aumentar costos y poco más. Claro los trabajadores con contrato de trabajo estarán felices, no olvidemos, sin embargo, que hay mas trabajadores informales y desempleados que trabajadores formales y que en términos generales, una persona con contrato de trabajo tiene unas condiciones, al menos adecuadas, que por supuesto se pueden mejorar. Pero el ¿vendedor ambulante, el mensajero con moto, la señora que va a limpiar apartamentos “de por días”?

No sé, si esta nueva izquierda, la que un comediante argentino la llamaba o la llama la izquierda tranquila, entiende de derechos humanos, o si solo le parece adecuado defender los derechos humanos de sus seguidores. Lo que está haciendo el “compañero” Daniel Ortega en Nicaragua no tiene parangón persigue hasta los curas y prohibió las procesiones de Semana Santa todo porque hace algún tiempo los curas se pusieron de lado de los manifestantes nicaragüenses protestaban contra una reforma de la seguridad social. Ni qué hablar de la forma en que Ortega maneja el poder, la vicepresidenta es su esposa y varios de sus hijos son asesores presidenciales, controlan el negocio de la distribución del petróleo y dirigen la mayoría de los canales de televisión en el país. A estos no los tocan, no los critican, diferente es si es el presidente de Ecuador o el de El Salvador.

Si un referendo votado válidamente, con todas las seguridades como en Chile, pierde la izquierda, no se les ocurre nada mejor que decir que volvió Pinochet, son tan torpes que hasta los chilenos de izquierda los critican. No los entiendo. No parece que la meta de esta nueva izquierda tranquila sea mejorar la calidad de vida de todos los ciudadanos, no, lo que se puede ver es que sus dirigentes quieren hacer reformas, las de ellos, no las mejores, no. Nuevamente el caso del Metro de Bogotá, subterráneo, aéreo, el que sea pero hagan uno, no acá se trata de pelear por saber quien tiene la razón y mientras tanto el ciudadano, espichado en Transmilenio, encerrado en los trancones o expuesto a que le roben su bicicleta espera a que dos dirigentes de la izquierda tranquila, alcaldesa y presidente, decidan cuál hacer.

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