Nomofobia y conexión

El uso del celular y sus posibilidades son deslumbrantes; sin embargo, su uso también hace mella en nuestra atención y, con ello, en nuestra capacidad de conectarnos: Manuel Gómez Vega

Se filtraron miles de datos personales de aplicaciones de citas
Se filtraron miles de datos personales de aplicaciones de citas Se filtraron miles de datos personales de aplicaciones de citas

“Cuando veo a alguien cruzando la calle con la mirada en el teléfono me siento fatal. No están pensando”, dijo hace poco Martin Cooper, el ingeniero de 94 años que a principios de los años 70 estuvo a cargo de un equipo en Motorola que investigaba tecnología móvil de comunicaciones. “Pero después de que varias personas sean atropelladas, lo entenderán”, añadió.

PUBLICIDAD

Si bien es llamativa su declaración, no es necesaria para saber de qué habla. Puedo notar mi estado ansiedad por la cantidad de veces al día que consulto el celular para revisar Whatsapp, Instagram y leer medios locales o portales de noticias. En los peores momentos he terminado de leer información de mi interés y, como cualquier adicto, necesito leer más sobre gente que no conozco y cuyo drama parece interesar a mucha más gente (que tampoco conozco).

No creo sufrir de nomofobia, el “miedo o ansiedad extrema de carácter irracional que se origina cuando la persona permanece durante un periodo de tiempo sin poder usar su teléfono móvil”, pero sí me he preocupado cuando no sé dónde lo dejé, aunque sé que está en algún lugar de la casa,  y he creído un par de veces que suena o vibra aun cuando lo tengo en mi mano, a la vista. Según la BBC, hay cuatro factores que parecen componer la nomofobia: la imposibilidad de comunicarse con otros, la pérdida de conexión, la incapacidad de acceder a información y la renuncia a la comodidad.

De estos factores me sorprende, sobre todo, el miedo a la pérdida de conexión. ¿Conexión a qué, a quiénes? Parece claro que el celular nos facilita la vida. Sin embargo, creo que es menos necesario de lo que en realidad creemos.

A veces, incluso, su uso entorpece nuestra vida: entorpece nuestras charlas y nuestra manera de despertarnos –¿coger el celular es nuestra primera acción del día?–, cómo dormimos e incluso nuestra manera de comer, sin poder hacerlo porque hay que tomar foto o sin sentir las texturas y sabores por estar pendientes de información que consideramos interesante y necesaria… al menos más interesante y necesaria que nuestra propia vida. Estamos más conectados, sí, pero a un precio alto: nuestra desconexión con nosotros. Porque sea lo que sea, da la casualidad de que el celular lo conecta a uno a lugares donde uno no está y con gente que no tiene al frente. Esto no es bueno ni malo; a veces, es justo lo que deseamos. Solo hay que ver la cantidad de personas conectadas en los buses de transporte público. A veces, a mi pesar, también yo soy una de ellas.

Tags

Lo Último