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La realidad como campo del juego divino

Para algunas personas, las religiones dotan a la vida de sentido. ¿Existen, sin embargo, religiones que no establezcan un sentido para la vida? En el sigui

Cada tanto dios aparece en las conversaciones con mi papá, que es entomólogo. Las primeras fueron de niño, cuando en clase de religión teníamos esos libros de portadas con una foto de la luz del sol atravesando las nubes. Recuerdo haberle preguntado si creía que dios existiera. No, no creía. Recuerdo mi angustia al lidiar con las ideas católicas de la clase de religión del colegio y tener a un papá ateo en casa.

Mi angustia radicaba en mi miedo a la muerte propia y de mis mamás: mientras en el colegio me daban la idea de una resurrección en un paraíso, en casa mi papá me daba… la nada. No una duda, sino la nada. “¿Entonces ustedes se van a morir?”, le pregunté a mi mamá alguna vez. Y ella: “No pienses en eso… eso va a ocurrir dentro de  mucho tiempo”.

La idea de la realidad como juego, obra de teatro o baile nos propone de manera implícita una actitud más contemplativa ante el mundo, menos enjuiciadora –y, según esta idea, si contemplamos no somos más que Brahman mismo contemplándose. Bajo esta idea, he notado que cuando logro contemplar nada más –muchas menos veces de las que quisiera–, las contradicciones propias y ajenas no están bien o mal, son solo colores, claroscuros que esa fuerza creadora ha puesto para su propia diversión. En los días en que estoy más liviano, más propenso a la risa, pienso en la diversión que debe producirle a esa fuerza este baile lleno de seres que, enfocados como estamos en buscarle sentido, olvidamos mover el cuerpo y disfrutar o padecer la música.

En las más recientes conversaciones, mi papá me ha planteado que cree que hay un orden que se puede ver en la manera como se organizan los seres, las formas que desarrollan para sobrevivir y las relaciones que establecen entre sí… lo cual no significa que ese orden tenga un sentido, al menos no un sentido como esperamos los seres humanos.

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