Lidia Azout en la Alonso Garcés: los aprendizajes del espíritu y su artística traducción

“En la Galería Alonso Garcés por ejemplo, Lydia Azout propone una dualidad estética que discurre entre la fluidez del espíritu en permanente evolución, y la tierra en su aparente permanencia”: María del Pilar Rodríguez

La artista expone actualmente en la Galería Alonso Garcés en la ciudad de Bogotá
Lidia Azout (María del Pilar Rodríguez/Maria)

La elección de la creación artística como forma de vida, es avocarse a la búsqueda y la interrogación permanente, desde la sensibilidad inmanente. Premisa que confirma pieza a pieza la propuesta de la artista colombiana Lydia Azout desde hace décadas, incluyendo las que desde el pasado 18 de febrero se presentan en la Galería Alonso Garcés en la ciudad de Bogotá, en el marco de la muestra “Esencia… Tierra”.

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Sin miedo a los laberintos Inter dimensionales que abren las exploraciones espirituales profundas, Azout se ha sumergido en su indagación, usando su creación artística para comunicar sus hallazgos a manera de transcripciones materiales de lo inmaterial, abriendo umbrales y compartiendo epifanías. Entre Fuerzas Femeninas, Estructura del Vacío, Umbral Dinámico y otra variedad de piezas desarrolladas a lo largo de su carrera.

Trabajo escultórico que se abre ante el espectador en un particular contrapunto entre la dureza del material, lo impositivo de la estructura y la delicadeza de la experiencia emocional que formulan.

Galería Alonso Garcés
Obra de Lidia Azout Obras de la artista desde el pasado 18 de febrero se presentan en la Galería Alonso Garcés en la ciudad de Bogotá, en el marco de la muestra “Esencia… Tierra”. (María del Pilar Rodríguez)

Azout nació mujer pero es plenamente consciente de que como todo individuo, no es solo eso. Juega sin tapujos, en tono de arrojo, con la determinación de su masculino y la ternura de su femenino, en una dinámica acrobática donde seduce la mirada y favorece tanto el juego como la sosegada contemplación; en un diálogo que como el origen mismo de cada una de sus obras es en esencia una pregunta.

Sintaxis escultórica que apela principalmente a la inocencia, a la candidez propia de quien siendo adulto no se niega el niño explorador, porque en cada uno de los detalles de su trabajo hay un guiño, un hilo suelto para que cada observador desteja la madeja con dirección a su propio corazón.

En esta oportunidad, en la Galería Alonso Garcés por ejemplo, propone una dualidad estética que discurre entre la fluidez del espíritu en permanente evolución, y la tierra en su aparente permanencia. Planteando una experiencia que abre la puerta al diálogo flexible entre la razón y la emoción a manera de pasillos paralelos, no necesariamente alternativos, en dirección a la parte de la esencia universal que le ha sido dado conectar.

Estructuras de acero circulares, enlazadas bajo el principio escultórico de retar al equilibrio, contrastan en texturas de acero logradas en pátina de fuego y bruñido dedicado; tal cual una caricia y un fustigamiento, polos tan contrarios como complementarios en las investigaciones de Azout.

Lydia viene de regreso de muchas batallas, su obra lo confiesa. Y son justamente esas heridas las que le han enseñado a zurcir, a zurcir historias, mundos, dimensiones y conceptos, luciendo con donaire las cicatrices consecuentes como lo hace la instalación titulada: Tierra vieja / Tierra nueva, que, en dejo de soldadura, en el canto, nos recuerdan el camino que llevó a esos hierros a decir tanto…

De rodillas como la infante que no traiciona, Lydia juega con las aguas que ama por su devenir infinito, en medio de una gigantografía que invita a pisar, porque hace rato comprendió que el arte no es arte si no favorece el cocrear.

La buena aprendiz de la férrea disciplina de los talladores ancestrales de Pietrasanta se pone de manifiesto, no solo en la estabilidad y proporción de sus piezas, si no sobre todo en el planteamiento de la sombra, la permanencia estética del dibujo primigenio, y el lúcido diálogo espacial.

Amante de los colores de la tierra, su paleta es un culto a ello, pero no como el suelo que pisa, sino como la estructura que la sostiene cuando de regreso de sus meditaciones, trasegares y cuestionamientos -sin temor del absurdo- decide retornar para hacer visible lo invisible, y decible lo indecible.

En medio de la muestra, al principio y al final hay dos altares, a ras de suelo, titulados: Origen de vida. Accesibles y sin barrera alguna como referencia a la necesidad de la artista de que nada de lo que sabe le sea restringido al público. Bateas híbridas resultado de sus inmersiones en las creencias y rituales judíos, indígenas, y de otros orígenes, que le han confirmado un esencial que es el que hoy guía sus manos y sus ojos como gestora del testimonial que su obra es por antonomasia.

Consciente de su trayectoria pero diametralmente alejada de lucirla, la textura de su voz y el sutil castañeo de su risa es una invitación a caminar esos mundos que nos comparte consciente del canal que es su diatriba permanente entre los aprendizajes del espíritu y su artística traducción.

Por: María del Pilar Rodríguez

Curadora de arte / Investigadora /Escritora

Twitter e Instagram: @mapyrosa

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