La flecha envenenada

Manuel Gómez reflexiona sobre las preguntas inútiles que nuestra mente nos hace y no nos permiten fluir.

El origen de los mantras el budismo (Cortesía)

Una de las muestras de que “la mente es una sirvienta maravillosa, pero una maestra terrible” es su eficacia para llenarnos de preguntas inútiles en situaciones concretas. ¿Se acuerdan cuando uno de niño regaba o tumbaba algo y el adulto más cercano decía: “Hubieras hecho esto” o “¿No pensaste que tal cosa hubiera podido pasar?”? El comentario no servía para nada y en realidad no buscaba una respuesta, sino recalcar la falta de previsión o prudencia. A veces, solo quería enfatizar cierta estupidez con la que uno parecía haber actuado.

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Primero estuvieron los adultos y, luego, la mente, dura como una maestra de hierro disparando preguntas inútiles. A menos que buscar responderlas nos ayude a entender, resolver o resignificar determinada situación, no tiene mucho sentido intentarlo. Aunque, claro, su poder es tal que puede llenarnos de preguntas los insomnios o los sueños o los momentos de distracción y volver apremiantes las respuestas que pide.

En ese sentido, las preguntas sobre el pasado o sobre el futuro son perlas para una mente que quiera fustigarnos, a tal punto que pueden ensombrecer con tremenda facilidad nuestro presente. Y son perlas, precisamente, porque ninguno de los dos escenarios existen.

Las otras preguntas en las que es fácil dejarse atrapar tienen que ver con por qué nos suceden las cosas, con el telón de fondo de por qué nos suceden si hemos actuado con determinada bondad o decencia o justicia o palabra equivalente. En otras palabras: por qué hemos sido tratados de manera injusta. Esta sola idea da para una columna entera –o para un tratado– y tiene numerosos acercamientos, pero, por cuestiones de espacio, seamos concretos: el mundo no es ni ha sido nunca justo y, por más sufrimiento que esto nos pueda producir, no tiene por qué serlo.

Hay una historia budista, “La flecha envenenada”, que habla sobre este tipo de comportamiento. La historia cuenta que un hombre fue herido con una flecha envenenada. Aunque familiares y amigos trajeron un doctor para brindarle asistencia médica, el hombre se negaba a recibirla hasta no saber quién la había disparado y por qué lo había hecho, su edad y el nombre de sus padres. No solo eso, también quería saber más del arco, del material con el que estaba hecho su cuerda y de cuál ave era la pluma de la flecha. Finalmente, el hombre murió sin saber ninguna de las respuestas.

La actitud del hombre puede parecernos risible. Pero en medio de un insomnio por preguntas inútiles, ¿a que alcanzamos a perfilar nuestras propias flechas envenenadas?

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