Convivo con una voz interna a la que le encanta mostrarme escenarios futuros catastróficos. Entre menos claro tenga un proceso o entre más incierto sea, más material tiene la voz para mostrarme cómo saldrá de mal. La voz es tan poderosa que no solo ve riesgos en zonas grises; también logra transformar las oportunidades en problemas, lo cual, visto desde afuera, puede resultar cómico. Para quien la oye, sin embargo, puede convertirse en una constante fuente de sufrimiento irreal.
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Hace poco, por ejemplo, me quedé sin carga en la tarjeta de pasajes de Transmilenio. Mientras caminaba hacia la parada, la voz me dijo que una posibilidad era que no encontrara a alguien que me vendiera un pasaje –por lo cual tendría que caminar varias cuadras más hasta una estación–; que encontrar a alguien no significaba que resolvería el problema; quizás tendría que subirme al bus y esperar al lado del conductor asumiendo que en la siguiente parada se subiría alguien que me lo vendería –aunque cabía la posibilidad de que no se subiera nadie.
En la parada había una sola persona. Al preguntarle si podía venderme un pasaje, me dijo que su tarjeta era personalizada, por lo que no podía ayudarme. Unos momentos antes de que llegara el bus llegó otra persona, que pudo venderme el pasaje. Incluso no me lo cobró completo, a pesar de mi insistencia. Podría decirse que la vida lo sorprende a uno, si no fuera porque el escenario no se había dado en ningún lugar salvo en mi mente.
Este ejemplo, aunque sencillo, tiene la misma lógica que los escenarios catastróficos con procesos más complejos. Los cambios de Gobierno son momentos ideales para que nuestra ansiedad aumente y este tipo de escenarios parezcan más reales. En esta ocasión, las expectativas han aumentado de lado y lado: mientras unos ven en cualquier decisión del presidente electo y su equipo una indudable muestra de que será un gobierno catastrófico, otros asumen que haber llegado es suficiente para hacer cambios estructurales radicales, a pesar del contexto mundial complejo y proyecciones económicas desfavorables. Como suele suceder con este tipo de temas, sin importar cuáles sean nuestras expectativas, siempre hay voces para reafirmarlas: estudios de tendencias, análisis de mercado y opinadores de bagajes variados.
A mí me gusta que sean otros los que esta vez gobiernen. No creo que vaya a ser tan malo ni tan bueno como unos y otros afirman. Intento no oír las voces catastróficas o idealistas en estos días; con la mía es suficiente. Es, cuando menos, más descreída. Y a veces tan creativa que, si presto suficiente atención a lo irreales que parecen los escenarios que propone, logra sacarme una sonrisa. Incluso una risa burlona.