Opinión: Medellín cambió... para mal

“Ya en El Poblado decidí caminar desde el parque hasta Vizcaya y les digo que el panorama es denigrante: los ladrones y las putas se huelen a kilómetros”.

Es curioso: cuando uno se queja del estado de su barrio y de su ciudad, de inmediato en redes sale una horda de personajes a tildarlo a uno de X o Y partido, lo asocian siempre a una cuestión política. Es triste de verdad que lo que los griegos concibieron en el marco de una polis, en donde los ciudadanos buscan ante todo el progreso y la calidad de vida, esté mandado a recoger por cuenta de que uno diga que la ciudad en la que está viviendo está hecha una mierda y otros crean que es porque odio al alcalde de turno (sí odio su lagartería, deshonestidad y mediocridad) o es un asunto de derechas versus izquierdas y viceversa. Como ciudadano de esta “polis” llamada Medellín, y bajo la simpleza del recorrerla por algunas de sus zonas, les voy a contar que esto cambió y lo hizo para mal.

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Vivo cerca a la Unidad Deportiva Belén (comuna 16), en un sector que comparte dos barrios: Belén Malibú y Belén Fátima. Es una zona estratos 4 y 5, calmada, plana y que está cerca a todo. Empezaré hablando por el tema de las basuras. Por acá las recogen los lunes y los jueves, y hasta hace dos años y medio era sagrado y puntual que el camión pasara entre las ocho y las nueve de la mañana. La cosa cambió para mal. Salgo para el gimnasio, regreso a las nueve, vuelvo y salgo de mi casa a las 11, 12 e incluso a veces a la una, algunas ocasiones hasta las dos de la tarde, y ahí están en las calles todas las canecas de basura de las urbanizaciones. Más allá del triste espectáculo, el pésimo servicio y el olor, esto atrae a recicladores y habitantes de calle que esculcan las basuras y las dejan, en la mayoría de los casos, desperdigadas por la calle. Y ahí llegan otros actores a disfrutar del “festín”: los gallinazos o chulos y las ratas…

Hablando de los habitantes de calle o en situación de calle o “desechables”, los términos son amplios para hablar de lo mismo, este es otro asunto que se volvió común y cuasi masivo. A las 6:30 de la mañana, camino desde la 30A hasta la 33, son cuatro o cinco cuadras y es un “hotel callejero”. En los resquicios de muchas casas de familia ahí se ven uno, dos o tres cuerpos tendidos en el piso que duermen a placer, al son del olor a orines y vaya yo a saber qué más.

Como les dije, muy cerca queda la Unidad Deportiva Belén, un sitio que junta piscinas, canchas de fútbol, un estadio de tiro al arco, baloncesto y una pista atlética para caminar o correr, que tuvo una remodelación hace un par de años. Ir a este lugar es agradable, pero anda también venido a menos y descuidado. Los jardines son maniguas que se ven fuera de control, muchos de ellos invaden ya la pista atlética. Las canchas se ven deterioradas. Los baños: ¡mamita querida, si hay que ser valiente para entrar a semejante chiquero letrinoso! Y la pista atlética luce también sin mantenimiento. En sí: todo tiene un tufo a desidia presupuestal estatal y apatía.

Todo lo anterior en este sector está adornado por calles con huecos y esa sensación de inseguridad que ronda a Medellín hace rato.

Ahora bien, un martes cualquiera (día laboral, no de rumba), al mediodía tuve que ir al sector de la 10 (cerca al parque Lleras) en El Poblado, y tomé el metro. El metro para mí es de las cosas más geniales, por su cultura y servicio, que tiene Medellín. El metro preserva lo que se cultivó en los ciudadanos hace ya casi 30 años para cuidarlo y mimarlo por el orgullo que es. Pero ojo, ya se ven visos de abandono y de cambios malucos: la cultura metro del dejar salir para poder entrar, sobre todo en los jóvenes, hay que reforzarla y hay varias quejas de que se han visto personas tratando de vender productos dentro de sus vagones. Ah, adiciono los infames que consumen alimentos dentro del sistema. Simple y llanamente está prohibido para proteger este universo que por décadas se han mantenido como un tesoro impecable de aseo y buen servicio.

Ya en El Poblado decidí caminar desde el parque hasta Vizcaya y les digo que el panorama es denigrante: los ladrones y las putas se huelen a kilómetros, la mendicidad pulula y (les recuerdo que era un martes a las dos de la tarde) ¡me ofrecieron cocaína y servicios de prostitución dos veces durante el trayecto! ¡Cómo será eso un viernes a las 10 de la noche! Lo digo con enorme pesar: es una absoluta vergüenza de paisaje en los que sobresalen los caminantes turistas que, de manera masiva, copan esta zona. Amigos: la 10 de El Poblado es el nuevo Lovaina, el nuevo Guayaco…

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Acá les escribí de estos sectores, me dicen que el centro de la ciudad es una cosa más lúgubre que Vecna en Stranger Things y ni hablar de otros barrios. La otrora ‘Tacita de Plata’ cambió para mal y esto tiene culpables propios. Nace desde la floja alcaldía de Federico Gutiérrez, que llevó a miles a votar por dizque el “independiente” Quintero (yo voté en blanco), hasta lo que ha sido esta alcaldía actual, que tiene a la ciudad a la deriva, el abandono y sumida en la mayor fetidez de la historia de la capital antioqueña. Lo peor es que falta tiempo para que se vaya el peor y más nefasto alcalde de Medellín: Daniel Quintero.

Pero no hay mal que dure 100 años y esta ciudad se recuperará, saldrá adelante y volverá a ser la Medellín que siempre hemos adorado y nos duele.

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