Opinión

La felicidad de coronar

“En el pasado, los políticos en campaña lucían bondadosos y mansos, pero una vez llegaban al puesto se desdibujaban y daban rienda suelta a sus impulsos y tentaciones”

(Juan Paez/(EPA) EFE)

Nunca pongo el Canal Institucional porque pa’ qué, pero el pasado veinte de julio me dio por sintonizarlo para ver cómo iba lo de la instalación del nuevo Congreso y no pude creer que me hubiese privado durante tanto tiempo de semejante espectáculo. El presidente Duque dio su discurso de cierre en medio de rechiflas y protestas, mientras él seguía como si nada, incapaz de dar la cara y controvertir. De no ser obligatoria su presencia aquel día, se hubiese quedado en casa, seguro.

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Pero no solo fue eso. Luego de su intervención hubo caos porque los micrófonos no funcionaban, no se podía pasar lista, la gente no se callaba y no sabía cómo rendir juramento. Tanto era el desorden que Rodolfo Hernández dijo que la sesión parecía una corraleja, pero creo que el excandidato no solo se quedó corto, sino que se equivocó. Por muy chabacán que pareciera, lo de la jornada del pasado miércoles es humor de la más alta calidad, imposible de lograr incluso por los mejores libretistas de Saturday Night Live. Ya quisiera el gran Peter Sellers haber manejado en vida el nivel que se vio en el Capitolio.

Pero lo que más me llamó la atención de aquella jornada fue lo felices que se veían los nuevos parlamentarios, y lo que voy a decir es mera impresión, no información. Ya debería estar claro porque esto es una columna de opinión, pero igual no sobra reafirmarlo. Me pareció que la alegría era porque habían coronado, y no hablo del deseo altruista de llegar a servir al país, sino del placer de haberse asegurado al menos el futuro inmediato.

Porque no sé ustedes, pero yo estoy cansado de que los políticos apelen al Estado para darse la vida que con un empleo en el sector privado no se podrían dar. De que se exhiban y hagan alarde de lo que no es suyo y de que quienes gobiernan ganen mejor, coman mejor, vistan mejor y vivan mejor que sus gobernados. Harto de que llegar al poder sea el escampadero de por vida para que una cantidad de mediocres y de corruptos, tal como se vio recientemente con la mansión de más de dos millones de dólares construida por Luis Alberto Rodríguez con dineros de los recursos para la paz.

Y sí, a los congresistas recién elegidos hay que darles el beneficio de la duda, que apenas han tenido tiempo para posesionarse, pero lo que aterra es que, pensando en el cambio, hayamos elegidos más de lo mismo y que solo sea cuestión de tiempo para que saquen las uñas y queden en evidencia su ambición y sus incapacidades. Ya veremos qué pasa con ellos. Por lo pronto está el tema de las camionetas blindadas, por ejemplo. Alquilarlas vale una millonada y varios están pidiendo que solo sean usadas por quienes de verdad corren peligro y que el resto las devuelvan como prometieron en campaña.

También está lo de la ropa, que es chistoso y ridículo a la vez. A los congresistas se les vio aliñados y altivos, como si estuvieran asistiendo a una coronación más que a otra cosa. Los hombres con esos trajes finos y corbatas de nudo grueso como si fueran corredores de Wall Street, y las mujeres posando orgullosas con preciosos vestidos de diseñador, todo un alarde de esplendor ante un pueblo golpeado. Y está bien que se vistan como quieran, faltaba más, el tema de la ropa de nuestros funcionarios nunca fue un problema hasta el pasado veinte de julio y eso me parece extraño, como si detrás de esos análisis y esas quejas hubiera más mala leche y envidia que otra cosa. También es chistoso que para defenderse de los ataques hayan dicho que la moda es un acto político. Pues claro que lo es, todo en esta vida es un acto político si se sabe argumentar, no es necesario que usen semejante lugar común para justificar las prendas que se ponen.

Y no digo que llegar al Congreso y mantenerse sea fácil. Podrá haber allí mucho corrupto, mucho incompetente y mucho flojo, pero lograr tal designación implica recorrer un duro camino lleno de intrigas y ataques que no es para cualquiera. Eso sí, el que llega suele hacer todo lo posible para quedarse porque es que vivir así de cómodo siendo un bueno para nada es todo un logro de vida. ¿O por qué creen que Miguel Polo hizo todo lo que estuvo a su alcance por recuperar la curul que le habían quitado?

Las cosas no son como antes. En el pasado, los políticos en campaña lucían bondadosos y mansos, pero una vez llegaban al puesto se desdibujaban y daban rienda suelta a sus impulsos y tentaciones. Esta vez vimos unas elecciones caníbales con los candidatos tirándose durísimo entre ellos, y ahora los que ganaron se muestran humildes y felices, prometiendo servir al pueblo que los eligió. No sé, Ernesto, no sé; tanta belleza parece una trampa. Nos prometieron el cambio y lo mínimo que esperamos es eso: que cambien tanto el fondo como la forma de hacer política en este país. Por ahora, tenemos cuatro años para disfrutar tanta dicha.

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