Opinión

Un lento comienzo

“Durante esta época es tan inusual como placentero salir a la calle y ver que media ciudad se fue, que los carros y las personas son solo recuerdos, y que hasta la lluvia nos dio una tregua. Y el silencio es tan grande que hasta ruido se vuelve”: Adolfo Zableh Durán

Bogotá/ EFE

Que el año haya empezado tiene a más de uno infartado. El año laboral, quiero decir, ese martes justo después del puente de Reyes donde en teoría hay que empezar los nuevos proyectos y retomar los que dejamos a medias semanas atrás.

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Pero no es tan así. Lo que tiene esta temporada es que es tan larga que no comienza ni termina al mismo tiempo para todos. Hay quien se desconecta después del 24 y vuelve al trabajo la primera semana de enero; otros trabajan como si nada hasta el 31 y se toman par semanas, mientras que no sobra el que desde mediados de diciembre ya está en otra cosa. También para muchos diciembre es un mes más, y salvo 25 y año nuevo, el resto de días los trabajan como si nada.

Por eso es común, pero erróneo, creer que el martes después de Reyes todo vuelve a la normalidad. Ese día sales a la calle y, aunque ya no es Navidad, notas de inmediato que la vida aún no se ha despertado del todo. Las calles siguen medio vacías y muchos negocios aún no han empezado a moverse como de costumbre, lo cual es un alivio porque, aunque necesitemos más que nunca reactivación económica, en Bogotá se sigue sintiendo esa tranquilidad de la que es tan difícil disfrutar.

Mientras que durante todo el año reina el caos, estas últimas semanas de diciembre y las primeras de enero son casi como tener la ciudad para uno solo. La ciudad siempre será de todos, claro, pero estos días son de nadie. Durante esta época es tan inusual como placentero salir a la calle y ver que media ciudad se fue, que los carros y las personas son solo recuerdos, y que hasta la lluvia nos dio una tregua. Y el silencio es tan grande que hasta ruido se vuelve. Durante estas noches me he asomado a la ventana sorprendido por tanta calma, creyendo que todos han muerto y que soy el único sobreviviente. La paz es tan intensa que puede sentirse y se rompe si acaso por un carro que se oye a lo lejos. Ojalá Bogotá fuera siempre así, pero resulta egoísta de mi parte, flemático incluso, creer que el caos de la ciudad es culpa de los demás y no mía también.

Me gusta Bogotá en esta época, tanto, que prefiero quedarme aquí que salir de vacaciones. Pasa que cuando se acaba el año me gusta estar en casa, y yo, por fortuna, tengo dos, Barranquilla y esta ciudad; así que si no estoy un lado, estoy en el otro. Y aunque mucha gente aprovecha esta temporada para pasear, yo no lo hallo tan placentero. Hace unos años pasé Navidad en otro país y la verdad no me mató. Ustedes pueden preferir lo que quieran, pero para mí esta época del año es para estar en un lugar seguro y conocido con la gente de siempre.

Lo curioso es que el año no existe, ni el que se acabó ni el que acaba de empezar. Nunca un año inicia o se termina, el tiempo solo anda y ya, es la única medida real del universo, todo lo demás es invento humano. Por eso muchas veces no tienen sentido decir en enero que se va a arrancar un nuevo proyecto o que se va a empezar dieta. ¿Por qué en enero y no en septiembre? ¿Por qué esperar a un mes específico para ser mejorar o cambiar si podemos despertarnos un día cualquiera, el que queramos, y decir hoy empiezo a hacer esto?

Es fácil creer que el año ya empezó, pero no necesariamente. Todavía hay modorra, dejo y nostalgia por las fiestas, así que sigan aprovechando si pueden estos días híbridos, mitad hábiles mitad festivos. Ya tendremos tiempo sobra para trabajar hasta tarde y dormir poco, sufrir en los trancones y pelear por políticos.

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