Opinión

Taxis y pólvora

“Cada vez se siente más en esta ciudad una total falta de autoridad y de control, de ley del viejo oeste donde cada uno actúa a su parecer y no de acuerdo a las reglas de convivencia establecidas”: Adolfo Zableh

Pólvora, imagen de referencia Captura redes sociales

Yo creía que la pólvora en Colombia era ilegal, pero parece que estaba equivocado; seguramente estaba pensando con el deseo. Está regulada, que es otra cosa, y eso de estar regulada se presta para equívocos e interpretaciones. Según entiendo, hay tres categorías de pólvora, dos de las cuales son permitidas para que la usemos los civiles. La tercera, la más peligrosa, no está a la venta para el público y solo puede ser usada por profesionales. Igual, con cualquiera de las tres, la ley estipula que no se debe manipular fuegos pirotécnicos si se es menor de edad o si el adulto se encuentra en estado de embriaguez.

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Y ahí empieza el problema, o continúa más bien, porque, ¿qué persona con tragos encima no ha explotado un tote? ¿Qué niño no ha detonado una matasuegra bajo la supuesta supervisión de un adulto responsable? No sé cómo sea la cosa ahora, pero yo de niño me iba a una calle cualquiera con mis amigos a explotar todo tipo de artefactos durante diciembre; eso sí, solo los veía porque nunca fui capaz de hacerlo yo mismo desde que un día estando en urgencias vi entrar a dos jóvenes con sus cuerpos en carne viva por haber sufrido un accidente con pólvora. Antes le temía, ahora también me incomoda, y no sé qué habría sido de mí si no me hubiera tocado ser testigo a mis nueve años de aquella imagen en el hospital.

Porque asumo que la gente que disfruta con la pólvora nunca ha sufrido un accidente o ha tenido ninguno, solo así se entiende que no le vean problema a jugar con tal cosa. Es eso, o que sencillamente le importa un carajo lo que pueda pasar. El punto es que el pasado 24 de diciembre se oyeron en Bogotá tantas explosiones de fuegos artificiales que parecía que su uso no solo fuera permitido, sino obligatorio.

Y hablo de Bogotá porque aquí vivo, pero parece que la tendencia fue igual en el resto del país, una costumbre que había decrecido con los años, al punto de creerse casi extinta. Pero todo era un espejismo porque, para empezar, se reportan más de 500 quemados por pólvora en lo que va de diciembre en todo el país (200 de ellos menores de edad), ciento veinte más que el año pasado (y falta el arsenal de detonaciones del 31). Luego, el tema de las mascotas que sufren, se estresan y pueden hasta morir por las explosiones, como ocurrió con dos animales en el zoológico de Cali, un chigüiro y un antílope. De hecho, según grupos animalistas son más de mil los animales que se han perdido por esta época producto del aturdimiento y miedo que producen el ruido de las explosiones. Es anarquía por donde se mire: en Antioquia, pasajeros lanzan pólvora desde un carro en movimiento; en Cali, las celebraciones de Navidad se juntan con la del título del Deportivo Cali, lo que les da a los hinchas doble licencia para armar desorden y jugar con fuegos artificiales como si fueran pompas de jabón; en Santa Marta, una fábrica de pólvora explota dejando un desastre y matando a dos personas. Mientras tanto en Bogotá, la Alcaldía anuncia lucha contra el tráfico ilegal de pólvora, pero a juzgar por lo que se oyó en noches como velitas y el 24, toca redoblar esfuerzos.

A veces esta gobernación se siente como un viaje al pasado, y no me refiero únicamente a la facilidad con que cualquiera puede acceder a la pólvora sin dar muchas vueltas. Hablo también de los taxis, por mencionar algo cotidiano que afecta a todos los habitantes de la capital. Ya no solo se volvió común que en los carros de servicio público no esté la tabla de precios a la que tiene derecho cualquier usuario, sino que ya hay taxistas que desde ciertas horas de la noche no prenden el taxímetro y cobran lo que se les da la gana, práctica que era muy común en los noventa cuando llegué a vivir acá. Luego están los taxis del aeropuerto, que además de no tener la tabla, en vez de taxímetro parece que tuvieran cronómetro.

Taxis y pólvora, una combinación explosiva. El otro día por una carrera que costaba siete mil pesos querían cobrarme doce mil porque sí, porque al conductor se le antojó y porque además llevaba una tabla de precios adulterada. En ocasiones está uno con fuerzas para no dejarse tumbar, a veces lo único que se quiere es bajar del carro y llegar seguro a casa así toque pagar de más. Cada vez se siente más en esta ciudad una total falta de autoridad y de control, de ley del viejo oeste donde cada uno actúa a su parecer y no de acuerdo a las reglas de convivencia establecidas. Duele decirlo, pero lo repito: tantas esperanzas que teníamos con Claudia López y lo que quedó demostrado es que ser oposición es muy fácil. Decir qué está mal, qué toca corregir y señalar al que se equivocó lo hacemos todos, hasta un columnista cualquiera como yo; gobernar con sabiduría y eficiencia, en cambio, no es para cualquiera.

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