Opinión

El rebusque en Navidad

“No posteo esta foto a manera de queja, al revés, la comparto con algo de tristeza. Porque hay que estar ahí y fijarse no tanto en los puestos de venta sino en las personas que los atienden para desmoralizarse con el país en que vivimos”: Adolfo Zableh Durán

Calles d Bogotá (Adolfo Zableh)

Aunque no parezca, ahí hay una calle. Y no una cualquiera, se trata de la calle 61 en el cruce con la carrera 13, una de las más transitadas de Bogotá, pleno Chapinero. La proliferación de ventas ambulantes en esa zona es tal que moverse por allí es casi imposible. Y no tanto para los transeúntes, que pueden esquivar obstáculos con ligereza, sino para los carros, que necesitan sí o sí la vía. Es un problema incluso para las bicicletas porque, así tampoco se vea, en algún lugar de la foto hay una cicloruta.

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No posteo esta foto a manera de queja, al revés, la comparto con algo de tristeza. Porque hay que estar ahí y fijarse no tanto en los puestos de venta sino en las personas que los atienden para desmoralizarse con el país en que vivimos. Siempre me ha llamado la atención que Colombia tenga un alto índice de desempleo aun contabilizando como trabajadores a toda esa gente que sobrevive gracias al rebusque y que sale todas las mañanas de su casa a parquearse en una esquina a vender cualquier cosa. Las fuentes oficiales hablan este año de un desempleo del 12%, pero si metiésemos a gente como la de la foto y a los trabajadores informales en general, estaríamos cerca del 50%. Imagine usted, casi medio país sin el derecho al trabajo como Dios manda.

En este caso, plena Navidad, se ven en esos puestos muchos juguetes y ropa, adornos para el árbol y para la casa en general, pero el qué es lo de menos. Podrían estar vendiendo accesorios para celular, que es lo que más se mueve durante todo el año, que lo relevante acá es lo precario que resulta ser vendedor ambulante. En medio de los carros de madera con ruedas y de las sombrillas para protegerse del sol y del agua, se ven a adultos comiendo en cocas o en platos desechables para lo que les alcanza, cargando bebés o metiéndolos en un coche que les queda pequeño y tapándolos con una sábana. Es eso apenas, una sábana y no el Estado, lo que protege a las futuras generaciones de colombianos del esmog de la calle y de las injusticias de la vida. Lo dicho, da para llorar.

Algunos miran a esos vendedores con desdén, casi con asco, incómodos porque obstruyen la vía pública, pero, ¿qué más hacen si es eso o morir de hambre? En un país que muchas veces quita más que lo que da, parquearse en un andén cualquiera a ver quién llega a comprar es casi la única opción de vida. Las cifras más recientes dicen que un 40% de los trabajadores bogotanos están en la informalidad, cifra a la que se llegó por cuenta de la pandemia debido el cierre de empresas y la pérdida de empleos. Pero no se despiste, que antes de la pandemia no éramos Suiza; el coronavirus solo vino a empeorar una situación que ya era mala.

No todo es culpa de Duque y Claudia López, cuando ellos llegaron ya estábamos en la olla, pero más que mejorar, parece que en sus manos Bogotá y Colombia han retrocedido. Sin ir más lejos, hoy martes que escribo esta columna salieron par noticias que ilustran la situación: en Bogotá, parte del puente de la 116 con autopista norte se cayó; mientras tanto, un ataque con explosivos en Cúcuta mató a tres personas. Y así todos los días. Inseguridad por aquí, terrorismo por allá; corrupción por un lado, abusos de la policía por otro. Y en medio de todo, el miedo de un porvenir incierto; si no, que lo digan los dueños de los puestos de venta que aparecen en la foto. La Colombia del futuro que tanto nos prometieron se parece demasiado a la de los noventa.

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