En el ámbito de la cooperación internacional, la Agencia Italiana de Cooperación para el Desarrollo (AICS) es un actor clave en proyectos de empoderamiento de mujeres y promoción de derechos humanos en Colombia. Sin embargo, detrás de esa imagen institucional, tres mujeres que trabajaron en la sede de Bogotá denuncian haber sido víctimas de acoso sexual por parte del director actual: Mario Beccia. Sus testimonios, llenos de dolor y frustración, revelan un sistema que no solo falló en protegerlas, sino que las revictimizó.
Tres historias, una misma lucha
Estas tres mujeres, con trayectorias distintas, coincidieron en un mismo espacio de trabajo que terminó siendo tóxico y peligroso. Lo que las unió fue la valentía de denunciar situaciones de acoso que vulneraban su dignidad y bienestar.
Una de ellas relata cómo comenzaron las invitaciones privadas del director: “Las invitaciones que me hacía siempre eran cuando estábamos solos él y yo, nunca en público. Me decía cosas que me incomodaban, me invitaba a salir sin que hubiera una razón profesional. Era muy insistente y me hacía sentir atrapada.”
Otra de las víctimas narra cómo el acoso se manifestó en preguntas invasivas y cuestionamientos velados: “El director organizaba reuniones o me hacía preguntas que parecían profesionales, pero que realmente buscaban saber detalles personales, incluso sobre mi vida privada. Era una forma sutil de acosar, de hacerme sentir incómoda.”
La tercera víctima expresa el impacto directo de la presión del agresor: “Hubo momentos en los que me sentí literalmente obligada a responder a sus invitaciones. Me hacía sentir que si no accedía, mi trabajo y mi estabilidad se verían afectados. Fue un abuso de poder constante.”
Entre los fuertes testimonios de las víctimas, una de ellas cuenta cómo el director Beccia llegó a sujetarla del cabello y transgredir su espacio personal con tocamientos y comentarios sobrepasados: “Yo llevaba una cola de caballo, él (Mario Beccia) se me acerca y me dice ‘a mí me gusta mucho ese peinado’ me cogió el cabello y bajó su mano hasta mi cola”, contó la víctima.
La denuncia que quedo en “veremos”
Cuando decidieron formalizar sus denuncias, la experiencia fue aún más dolorosa. Las tres mujeres fueron sometidas a entrevistas oficiales donde, lejos de sentir apoyo, vivieron la sensación de ser juzgadas y cuestionadas.
Una de ellas recuerda:“Durante la entrevista, sentí que el único objetivo era justificar al agresor. Me preguntaban si realmente había sido así, como si estuviera exagerando o mintiendo. Sentí que me culpaban a mí.”
Otra añade: “Nos hicieron un cuestionario que decía proteger nuestro anonimato, pero en realidad todo el mundo supo que éramos nosotras. Eso rompió la confianza y nos dejó aún más vulnerables.”
Tras denunciar, el impacto fue enorme. Una de las mujeres tuvo que regresar a Italia, dejando atrás una vida estable y sus proyectos personales.
“Cuando volví a Italia, me sentí devastada. Perdí trabajo, amistades, estabilidad. No recibí ningún tipo de ayuda psicológica ni acompañamiento. Fue un golpe muy duro.”
Otra víctima enfatiza la frustración de denunciar delitos graves y no recibir respuesta: “Escribí denuncias sobre cosas muy serias que según la ley italiana son delitos, pero la agencia no hizo nada. Sentí que estaba luchando contra una pared.”
Poder, complicidad y sanciones simbólicas
Las denuncias no solo revelan acoso sino también una red de complicidades. La cercanía entre el director denunciado y altos cargos en la embajada italiana dificultó el acceso a la justicia.
“El director y el embajador se conocen desde niños y se protegen mutuamente. No hay voluntad real de cambiar nada,” comenta una de ellas.
Aunque la agencia informó haber impuesto sanciones disciplinarias, las víctimas califican esas medidas como simbólicas e insuficientes.
“El agresor recibió un aumento de sueldo automático, lo cual es una burla y un mensaje claro de impunidad,” dicen.
Las consecuencias de esta situación son visibles en el día a día de la agencia. “El director dividió a la oficina en aliados y enemigos, generando miedo, tensiones y exclusión. Algunos compañeros que no estaban de su lado sufrieron mobbing y acoso laboral,” explica una de las mujeres.
Las tres coinciden en que el ambiente se volvió insoportable y que muchas colegas renunciaron para escapar de esa toxicidad.
Un llamado urgente a la acción
Frente a esta realidad, las tres mujeres hacen un llamado a la agencia y a la cooperación internacional para que se implementen cambios profundos y efectivos. “Hay que evaluar la actitud y la psicología de quienes son enviados a cargos directivos, no solo sus credenciales,” dice una.
También piden fortalecer los canales de denuncia para garantizar confidencialidad, protección y justicia real. “No puede ser que pasen años sin que pase nada. La agencia tiene que actuar con decisión inmediata,” advierte otra.
Las voces de estas tres mujeres representan el rostro humano de una problemática que suele quedar oculta tras documentos y protocolos. Ellas no solo denunciaron un agresor, sino un sistema que las dejó vulnerables. “No queremos destruir el sistema, queremos que funcione, para que ninguna otra mujer pase por esto,” concluyen.
Respuesta institucional
La Agencia Italiana de Cooperación emitió un comunicado donde asegura haber gestionado las denuncias con prontitud y haber impuesto sanciones proporcionales.
“El contenido de las denuncias fue objeto de una investigación exhaustiva por parte de los órganos competentes de la Agencia, la cual incluyó una misión de inspección y la audiencia de las partes involucradas y de testigos. Al término del procedimiento, se constató la existencia de determinadas conductas no conformes con los principios de corrección y respeto que rigen las relaciones profesionales dentro de la Entidad.
La comisión disciplinaria impuso una sanción disciplinaria en relación con los hechos comprobados, definida en cumplimiento de las disposiciones contractuales y en respeto de los principios de proporcionalidad y gradualidad”.
Sin embargo, las víctimas cuestionan la efectividad y la transparencia de ese proceso. Para ellas, la sanción fue simbólica y el ambiente no cambió. El daño emocional y profesional que han sufrido no ha sido reparado.
“Las palabras no bastan cuando seguimos viviendo en un ambiente de miedo y cuando el agresor sigue ejerciendo poder,” concluyen.

