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Sonar más duro que las balas: cómo el paramilitarismo persiguió punkeros y metaleros en el Caribe

Entre 1999 y 2006 se registraron varios ataques por parte de paramilitares de la Sierra Nevada contra los rockeros de Santa Marta. Hoy, la ciudad vive una ola de violencia que remite a esos años oscuros.

Liga contra el Silencio
Metaleros y punkeros fueron perseguidos por paramilitares de la Sierra Nevada de Santa Marta (Casa Tachuela)

Unos gritos rompen la calma de la noche en Santa Marta. Es febrero y la brisa sopla sobre cuerpos que chocan entre sí. Empujones y alaridos se confunden de forma caótica entre el movimiento y el sonido de unos amplificadores instalados en la terraza de un hostal ubicado a las afueras de la ciudad. Unas 200 personas de varios países bailan de forma eufórica. Es la sexta edición de Ruido sobre los 40 grados, el único festival de punk que se realiza en una urbe caribeña donde el vallenato es el rey.

Lea la historia completa de los rockeros perseguidos por paramilitares en la Liga contra el Silencio

Quince bandas de Sudamérica, Europa y Estados Unidos llegaron para gozar del calor, el mar y, sobre todo, el rock. Es sábado: el clima es agradable y por las calles del centro histórico pasean chivas llenas turistas colombianos y extranjeros.

Tres semanas antes, sin embargo, el ambiente era muy distinto. La misma ciudad que a inicios de este año registró una ocupación hotelera del 95 %, estuvo en silencio y envuelta por el miedo y la incertidumbre.


El 21 de enero de 2025, a muchos habitantes de Santa Marta les llegó un video a sus celulares, donde salían ocho hombres encapuchados con rifles de largo alcance. En el mensaje, el vocero de un grupo, del que no se tenía antecedentes y que se hace llamar ’La Muerte,’ advierte que su accionar será contundente y sin compasión contra la delincuencia común. Luego lanza una amenaza: “Después de las diez de la noche no queremos ver personas que no estén laborando”. Tras nombrar a una treintena de barrios, concluye: “Esos padres corrigen a sus hijos o les daremos de baja”.

Según la respuesta a un derecho de petición enviado a la Secretaría de Seguridad de Santa Marta, “al grupo armado ‘La Muerte’ se le atribuyeron crímenes, incluyendo homicidios y amenazas directas a través de panfletos y videos intimidantes. Estos actos incluyeron homicidios relacionados con ajustes de cuentas y una supuesta ‘limpieza social’ en barrios marginales. Además, se reportaron amenazas contra extorsionistas y consumidores de drogas en sectores de la ciudad”.

Hace más de 20 años no se registraba una situación así de angustiante.

Durante décadas, el control de este territorio estuvo en las manos de Hernán Giraldo Serna o ‘El Señor de la Sierra’, jefe paramilitar de las Autodefensas Campesinas del Magdalena y La Guajira, quien entre 2001 y 2002 disputó una guerra con Rodrigo Tovar Pupo (alias ‘Jorge 40’), comandante del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), a quien se le ordenó la toma el territorio tras la negativa de Giraldo de unirse a este bloque.

En febrero de 2002, Hernán Giraldo se rindió y su organización pasó a llamarse Bloque Resistencia Tayrona.

La juventud samaria quedó atrapada en medio de este conflicto y se convirtió en objetivo militar. Específicamente, un pequeño y emergente sector de la población que desencajaba con el paisaje y la cultura del Caribe y que buscaba vivir entre el rock y la libertad de una música ajena a la cultura local. En su desconocimiento, la misma sociedad señaló y juzgó a estos jóvenes, que terminaron sufriendo la persecución paramilitar.

Lo curioso es que a pesar de que Santa Marta tiene poco más de 500.000 habitantes, las historias de estos rockeros pasaron muchos años en silencio.

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Rockeros de Santa Marta (Nana Sanclemente | IG: @nana_sanclemente)

Una memoria contada en clave de rock

Laura Chaves y Eliana Toncel se conocieron en un congreso de Antropología en Bogotá. En sus años estudiantiles en Santa Marta pasaban las noches en los bares cercanos a la universidad o el Parque de Los Novios, donde notaron que los rockeros de generaciones mayores contaban historias de la persecución que vivieron. Sin embargo, no existían registros oficiales o investigaciones que documentaran estos sucesos, por lo que decidieron hacer un ejercicio de “detonación de memoria”.

Una noche, en un concierto, conocieron a Brayan Orostegui, cineasta y baterista de bandas de la ciudad. Con Laura y Eliana forma parte de Casa Tachuelas, un colectivo que en 2022 presentó junto al Centro de Memoria Histórica, Paz y Reconciliación el informe “Sonidos con Memoria.

Ocho años tardó la elaboración del informe, alojado en un micrositio, que demostró cómo entre 1999 y 2006, los rockeros samarios fueron víctimas de múltiples crímenes, incluidos los asesinatos de Leonardo Torres y Alberto Escárraga en 1999; y de José Alejandro Avendaño y Luis Morales en 2002.

Estos se suman a 2 176 asesinatos selectivos, 117 masacres y 142 desapariciones forzadas registradas en la región entre 1982 y 2022, según los datos recopilados por el colectivo. Fruto de esa investigación nació también el documental “Fantasmas del rock”.

Una cultura forjada entre riffs distorsionados y panfletos amenazantes

“El impacto del rock en los años noventa fue algo cataclísmico”, explica Juan Pablo Conto, periodista cultural e historiador. “Cuando irrumpieron bandas con guitarras crudas, no lo hicieron en un vacío: se sumaron a una tradición global de rebeldía sonora, pero lo hicieron desde Colombia, con preguntas propias, mezclando influencias e identidades”, agrega.

Si bien en Santa Marta esta música no era masiva, algunos adolescentes se fueron empapando y a finales de los noventa y principios del nuevo milenio, comenzaron a aparecer bandas como Barack, Liberatum, Stoker y AK47.

Mientras este panorama cultural se desarrollaba, en la Sierra Nevada, Hernán Giraldo consolidaba su poder.

Norma Vera Salazar, defensora de los derechos humanos, documentó más de 200 casos de mujeres abusadas sexualmente por Giraldo, en su mayoría niñas, y ha estudiado a fondo la presencia paramilitar en Magdalena. Según sus investigaciones, el primer panfleto de amenaza enviado por Giraldo data de 1978. En aquel entonces, no solo se dedicó a eliminar a sus competidores del hampa, sino que convirtió en su blanco a cualquier militante de izquierda, líder social, ambientalista, cultural o defensor de derechos humanos.

Jek Lavey*, metalero samario radicado en Bogotá, formó parte de la segunda generación rockera de la ciudad y cantó en varias bandas. Con tristeza recuerda que estuvo al lado de Luis Morales la noche que lo asesinaron a las afueras del bar Mp3.

Cuenta que, pese a todo, esa fue la “época dorada del rock en Santa Marta”. Se crearon los primeros bares en los que se podía escuchar música y la Escuela de Formación Teatral y Circense (Fundam) abrió sus puertas para ensayos y presentaciones.

Según la investigación de Casa Tachuelas, el rock llegó a la ciudad a través de las clases pudientes y luego se esparció. “Una de las cosas que atraviesa también la experiencia musical pasa por un lugar de clase, el estrato social en el que estás y el barrio que te tocó”, comenta Laura.

En una zona como El Rodadero —llena de edificios grandes, restaurantes y comercios — era más fácil que las personas tuvieran más familiaridad y entendimiento de estos géneros. En cambio, era diferente en barrios más populares como Pescaíto, Mamatoco, Bastidas o Gaira.

Un estigma que cobró vidas

“La historia del paramilitarismo en el Caribe colombiano, y particularmente en la Sierra Nevada, se ha marcado por una fuerte presencia del conservatismo que generó el prototipo de la persona de bien”, explica Lerber Dimas, antropólogo y director de la Plataforma de Defensores de Derechos Humanos, Ambientales y Liderazgos de la Sierra Nevada de Santa Marta (PDHAL).

El impacto generado por el paramilitarismo no solo se limitó a las acciones bélicas o el control de las rentas ilegales, también afectó simbólica y culturalmente a la sociedad. “Básicamente lo que tenemos hoy en Santa Marta es que hay un grupo que impone unas lógicas. Que impone unos cánones de belleza, de sexualidad, de tipo de música, de ideología política que de alguna manera obligan a que muchos jóvenes sean asesinados, tengan que desplazarse o tengan que hacer su actividad de manera clandestina”, comenta Dimas.

Jek cuenta que a finales de los 90 e inicios de los 2000 comenzaron a llegar panfletos a las casas de los rockeros, algunos con nombres y apellidos, y, finalmente, las acciones se tornaron físicas.

A estos jóvenes los hacían correr, los amenazaban con armas y les disparaban mientras se reían de ellos. La tortura psicológica se volvió común y a más de una persona le cortaron el pelo o le rompieron los discos, las revistas o la ropa.

Varias fuentes confirmaron que este tipo de hechos hicieron que muchos rockeros dejaran las camisetas negras y se cortaran el pelo largo. Algunos tuvieron que salir desplazados y otros renunciaron al rock.

Aun así, la música no paró. El silencio no fue una opción y nunca se dejó de sentir el amor por el rock a pesar del peligro que rondaba.

Resistencia sonora

Mamatoco es uno de los barrios populares más tradicionales de Santa Marta. Aquí, Enrique Montenegro se crió y se enamoró del rock. Entró a Casa Tachuelas tras ayudar a editar las cápsulas de video del micrositio. Mientras trabajaba, descubrió que en su barrio asesinaron a José Avendaño, quien además fue familiar de un amigo cercano.

El caso de José es especial para el colectivo, no solo por la cercanía, sino porque fue el único que llegó a Justicia y Paz, como se llama la Ley 975 de 2005 creada para facilitar la reincorporación a la vida civil de miembros de grupos ilegales y garantizar los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación.

En 2006, Hernán Giraldo se acogió a esta ley, pero estando detenido no cesó sus actividades criminales. En 2008 fue extraditado a Estados Unidos, en 2021 regresó al país y está recluido en una cárcel de Itagüí, Antioquia. Las amenazas disminuyeron, pero el miedo siguió presente.

No obstante, la escena rockera no se quedó quieta y entre 2008 y 2019 se vivió una segunda ola musical. Ahí se inserta Ruido sobre los 40 grados, un festival que ha logrado llevar el rock a lo rural, donde el control paramilitar es aún mayor. Hasta ahora no ha habido problemas para realizarlo, más allá de que en alguna de las ediciones llegaron las motos a vigilar.

Una sombra que no abandona la ciudad

Tras la desmovilización del Bloque Resistencia Tayrona, en 2006, el clan de Giraldo Serna volvió a ejercer el control. Actualmente se le conoce como las Autodefensas Conquistadoras de la Sierra Nevada (ACSN), o ‘Los Pachenca’, grupo que domina los corredores del narcotráfico y numerosas redes de extorsión en Magdalena, con influencia en La Guajira y el norte del Cesar.

Según las respuestas de la Secretaría de Seguridad de Santa Marta al derecho de petición, las investigaciones de las autoridades concluyeron que “el mal llamado Grupo La Muerte, son los mismos actores delincuenciales de los Pachencas [sic]”. Luego de las acciones violentas de febrero, ‘La Muerte’ no volvió a adjudicarse ningún delito ni ha sacado comunicados.

Las ACSN están en guerra con el Clan del Golfo, hoy autodenominado como Ejército Gaitanista de Colombia, que ha incrementado su presencia en la región.

Caminar por las calles de Santa Marta produce una sensación contradictoria. Por un lado están llenas de belleza, gente sonriente y amable. Pero, por otro lado, la incertidumbre y el miedo son una constante en la vida de sus habitantes. Hoy, el ciclo de violencia vuelve a reciclarse, pero la desmemoria y el silencio ya no son la regla. Por todo el departamento hay personas que trabajan desde múltiples orillas por cambiar la realidad de una región que a pesar de todo lo que ha sufrido, tiene claro que la música nunca debe dejar de sonar.

* Las fuentes pidieron ser identificadas con sus nombres artísticos.

** Este reportaje se realizó con la colaboración del colectivo Casa Tachuelas.

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